Pablo Escobar, entre la ficción y la leyenda
Mario Saavedra
La aparición de la espléndida e incendiaria novela La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo a mediados de los noventa y su consecuente buena adaptación al cine por parte del realizador francés Barbet Schroeder generaron una creciente secuela de obras literarias, películas y series televisivas sobre el narcotráfico y todas sus posibles consecuencias y aristas. Moda que fue invadiendo prácticamente todos los espacios y resquicios no sólo de la creación sino también del análisis académico y mediático, no tardaría en irrumpir con plena carta en naturalización en la televisión comercial convencida de la buena fortuna que podía acarrearle el hacer producciones sobre temas tan candentes y de suma actualidad, con la inclusión de otros posibles colaterales que por ser ya materia de la opinión pública podían abordarse al menos de manera velada en el negocio del entretenimiento, entre otros, la delincuencia organizada y la violencia, la extorsión civil y el soborno de la autoridad, la descomposición social y la infiltración del crimen en las instituciones.
Primero en un país que si bien no detenta el derecho de piso con respecto a la gran empresa del narcotráfico, al menos sí la primicia de la mano de quien fuera Pablo Escobar y cuanto representó para este tan provechoso negocio a gran escala, televisoras colombianas como Caracol o RCN han tenido la visión de promover una cada vez más generosa escuela de nuevos libretistas, actores, directores, ambientadores y demás oficiantes implicados en la producción de también novedosas telenovelas o teleseries.
Y quizás el mayor atributo de esta nueva manera de abordar la dramatización televisiva tenga que ver con una ampliamente celebrada forma de mostrar las cosas, rompiendo toda clase de clichés y manidos estereotipos, con una no menos gozosa combinación del drama y la comedia, y sobre todo con la impronta de que el público al cual se dirigen no es precisamente ni retrasado mental ni inocente.
Después de sonados grandes éxitos como El cartel de los sapos, a partir del libro homónimo autobiográfico escrito en la cárcel por el ex narcotraficante Andrés López López, y Sin tetas no hay paraíso, adaptación de la novela de Gustavo Bolívar, y de otros más o menos afortunados ejercicios a medio camino entre la ficción literaria y el quehacer periodístico, por fin se ha hecho una serie con la persona —con nombre y apellido— de Pablo Emilio Escobar Gaviria.
Especie de acercamiento biográfico a la personalidad y carrera delincuencial del primer gran capo de capos, fundador y cabecilla del cartel de Medellín que asoló y tuvo en jaque a Colombia durante buena parte de la década de los ochenta y principios de la de los noventa, incluso hasta después de la ejecución del narcotraficante antioqueño a finales de 1993, Escobar: El patrón del mal teje fino y pone el dedo en la llaga con respecto a todos esos ya mencionados males colaterales que trajo consigo el ejercicio del narcotráfico en manos del temido patriarca y sus socios, secuaces y esbirros, con una interminable lista de ejecuciones y atentados de candidatos incluso presidenciales, ministros de justicia, procuradores y jueces, periodistas y personas común y corriente que se atravesaban en el camino, en fin, de quienes eran considerados sus enemigos y contravenían sus intereses.
Aunque con estratagemas y atisbos sensibleros propios del género, con licencias que apuntan más a la ficción y la leyenda popular, es indudable que esta serie cuenta también con una muy sólida investigación sobre asuntos, personajes y situaciones que por su cercanía en el tiempo tampoco pueden ser comprobados y por lo mismo tomados al pie de la letra.
Hecha con toda precisión y todo detalle en lo que respecta a la época retratada, a las circunstancias generales que tuvieron a Colombia al borde del colapso absoluto, porque el crimen organizado y el ambiente de caos extendido penetró en prácticamente todos los resquicios de la vida nacional y trastocó toda posible legalidad y a las instituciones, Escobar: El patrón del mal muestra cómo ese país sudamericano de verdad llegó a tocar fondo. No deja de llamar la atención, sin embargo, que si bien a muchos hechos y personajes se les llama por su nombre, sin eufemismos, en otros se utilizan supuestos, si bien en la propia Colombia, al menos entre la gente enterada por edad o por criterio, saben de qué y de quién se trata, porque no se puede tapar el sol con un dedo.
Indistintamente llamados unos por su nombre y otros escondidos tras un mote diferente, al parecer con el ánimo de salvaguardar la integridad de quienes todavía viven, así figuran familiares y amigos, colegas y victimarios, testaferros y verdugos a sueldo que bajo su égida inauguraron la nueva práctica del sicariato. Su esposa y sus hijos terminaron por refugiarse con otras personalidades en Argentina, en un doble discurso más bien inexplicable porque recurrentemente refieren de manera pública el parentesco (al fin de cuentas, una celebridad) y hasta siguen lucrando con Pablo Escobar a veinte años ya de su muerte, como si se tratara de una marca registrada.
Personalidad compleja y contradictoria, como se muestra en la misma serie y en los varios libros que sobre él se han escrito, y como ha sido el caso con otros poderosos personajes dominados por la megalomanía y la ambición de poder, no menos paradójica resulta la de quien fuera su amante, la hermosa modelo y presentadora de televisión Virginia Vallejo.
Autora del libro también autobiográfico Amando a Pablo, odiando a Escobar, quien desde hace ya varios años vive en Miami, como protegida política, de igual modo ha seguido dando de qué hablar por sus constantes e incendiarias declaraciones, no siempre exentas de verdad, porque más allá de que se haya construido una imagen de víctima desde prácticamente todos los frentes, en su condición de protagonista dentro de esta historia no ha dejado de evidenciar no pocos de los muchos males que aquejan a una nación que igual ha sido presa —entre otros males y pestes extendidos a lo largo y ancho de América Latina— de enquistadas oligarquías y de una campante corrupción.
Ella misma una mujer más sofisticada, con ciertas lecturas y cultura, con viajes e idiomas de por medio, relacionada con el jet set y la alta aristocracia política, terminaría por sucumbir a los embelesos que producen el poder y el dinero juntos, entonces presentes en la sola persona de Pablo Emilio Escobar Gaviria.