Debuta Dustin Hoffman como cineasta
Mario Saavedra
Cada vez resulta más nutrida la nómina de actores que han escalado al oficio de la realización cinematográfica, pero pocos son en verdad quienes han dejado una sólida y trascendente huella. De orígenes distintos y también con estilos muy diferentes, y sin olvidar por supuesto al ya casi legendario Orson Welles, me vienen de inmediato a la mente, quizá porque sus respectivas filmografías me han atrapado, el polaco Roman Polanski y el norteamericano Clint Eastwood, ambos actores más bien discretos —el segundo, con una trayectoria desde luego mucho más sólida como intérprete sobre todo del género western—, pero con una solvente e incuestionable carrera en la dirección que incluso ha propiciado un creciente culto y una cada vez más definida escuela.
El caso de Woody Allen me resulta atípico, porque si bien se trata de un director que sin duda ocupa ya un sitio de honor en la historia del séptimo arte, al menos a mí las películas de su desigual filmografía que menos me gustan e interesan son aquéllas en las cueles él figura también como actor, a excepción, por supuesto, de ya clásicos como Manhattan. Otros, como el en su momento más que publicitado y excéntrico Mel Gibson, a la postre han pasado al olvido, a diferencia de algunos más recientes que, como el también sex symbol George Clooney, han conseguido en el terreno de la realización ejercicios notables y premios importantes.
Ensanchando esta hueste de reconocidos actores que no han resistido la punzada de ponerse detrás de la cámara, el excelente primer actor Dustin Hoffman se estrena a sus ya setenta y cinco años de edad como director con el largometraje Cuarteto (Quartet, Estados Unidos, 2012). Atraído de igual modo por la que ha dicho es otra de sus grandes pasiones, la música, y en particular el género lírico, y a partir de un original literario y adaptación del mismo Ronald Harwood, por su título se emparienta con la no hace mucho aquí mismo muy celebrada cinta A Late Quarter del también debutante Yaron Zilberman, en vista de lo que ha representado el “cuarteto” como forma compleja de búsqueda estética en la historia de la música y de la propia ópera, como nos lo ha clarificado Theodor Adorno en su lúcido acercamiento al último de los dieciséis cuartetos de cuerda del genio creativo de Beethoven, el opus 135, en especial a su movimiento final que le da nombre al conjunto: “La difícil decisión”.
Sin ser la gran película ni mucho menos pretensiosa, este Cuarteto está signado por la inteligencia y el buen gusto de un extraordinario histrión que con sus muchas y variadas interpretaciones nos ha dejado auténticas joyas del oficio de la caracterización al más alto nivel. En esta su primera cinta se distinguen el agudo ojo clínico y la gran sensibilidad de un poderoso y versátil primer actor que casi siempre nos convence por la manera como aborda y da vida a sus personajes, porque hasta en sus filmes de menor calibre consigue siempre imprimirle peso específico a lo que en principio pudiera parecer sin mayor valor. Regularmente una garantía, Dustin Hoffman posee la personalidad y el talento de aquellos elegidos capaces de llenar por sí solos la pantalla, de atraer la atención del cinéfilo y convencerlo de cuanto observa y escucha, porque la magia mayor del cine de hecho estriba en hacernos soñar despiertos y mostrarnos la gran ventana de un mundo enajenado en sí mismo.
Amable y aleccionadora comedia que por otra parte se acerca con noble sinceridad a las personas de la tercera edad, a aquellos artistas que han dado su vida por una vocación constructiva y arriban a la ancianidad en el abandono y el olvido, Cuarteto reúne a un reducido número de espléndidos actores (Maggie Smith, Tom Courtenay, Pauline Collins, Billy Connolly y Michael Gambon) que en el papel de ya retirados cantantes de ópera le vuelven a encontrar sentido a la vida, conforme se hacen cómplices de una última gran gala verdiana cuya mayor significación es precisamente revelarnos su profundo amor por la música y por su carrera, y por ende, por la vida misma. Una bella banda sonora del experimentado Dario Marianelli, en la cual sobresalen fragmentos precisamente del este año conmemorado Giuseppe Verdi, refuerza dicha frescura.
Especie de ulterior canto del cisne, este programa operístico a modo de auténtica despedida —los demás personajes son cantantes y músicos verdaderos en una casa de retiro auspiciada por una famosa marca de pianos, viviendo en una confortabilidad que ya quisiéramos poder replicar en México— les permite a su vez a sus cómplices descubrir el ángulo más gozoso y festivo de la creación artística, porque la naturaleza del arte se significa sobre todo por su condición de búsqueda de un mundo y una existencia mejores.
Revitalizador divertimento cargado de muy buen humor, incluso con algunas agudas pinceladas de punzantes sarcasmo e ironía, este Cuarteto, de Dustin Hoffman, es de igual modo un bello canto a la vida, más allá de las muchas tribulaciones e iniquidades en un mundo cada vez más ciego y sordo a los llamados del genio creador capaz de anunciarnos la tempestad. Y es que no sólo la altisonancia de la tragedia y del drama pueden hacernos caer en cuenta que vamos en estampida y sin freno hacia el abismo…
