Joaquín Pérez Sánchez
Mientras se llevaba a cabo la Copa Confederaciones, máximo evento futbolístico antes del mundial, Brasil, el país sede, vivió las jornadas de protesta contra el gobierno, más grandes en la última década. Los hechos opacaron la victoria brasileña en el balompié y también develaron las carencias del sistema político y económico que rige a una de las principales economías emergentes.
Cuando a finales del 2011, el gobierno brasileño que encabeza la mandataria Dilma Rousseff logró la aprobación del presupuesto que cubría la inversión de obras públicas de saneamiento en las favelas y en la infraestructura de la Copa del Mundo del 2014 y las Olimpiadas del 2016, nadie se imaginaba que, ahora a mediados del 2013, el escenario optimista saltara por los aires ante el desencanto de miles de personas.
De nada le sirvió a Rousseff, tener números positivos, desde el punto de vista de la economía neoliberal que sigue dominando. Así, por ejemplo, aunque Brasil tenga la tasa de desempleo más baja de su historia y que haya logrado reducir la pobreza más del 17 por ciento durante la última década y que el ingreso de los más pobres haya aumentado 50 por ciento, el desgate político que implica seguir administrando una economía neoliberal le pasó la factura.
El aumento de precio del transporte público detonó el descontento que crece en las capas medias brasileñas, donde la economía neoliberal causa estragos, ya que carece de opciones, sobre todo para los jóvenes en las ciudades. Al igual que en Europa, los indignados, se apoyaron en las redes sociales, para aglutinar el descontento en las principales urbes brasileñas.
Durante casi tres semanas, miles salieron a protestar por el aumento al transporte, la corrupción, a favor de la democracia directa, del gasto público en educación, salud y vivienda, en síntesis a favor de lo que en Europa se conoce como estado de bienestar.
Las clases medias brasileñas, al igual que en Europa, quieren un estado de bienestar, mientras que la economía neoliberal lo que busca es desmantelarlo o impedirlo como en Brasil.
Curioso que Brasil, considerado el “país del futbol”, sea el lugar donde ahora, en el marco de este popular deporte, emerja la protesta social por la excesiva utilización del gasto social en obras y eventos que beneficiarán más a un pequeño, pero poderoso sector económico.
Al cerrar este material, Brasil ganaba la Copa Confederaciones y las protestas seguían, aunque ya con menor fuerza. Una encuesta del diario Folha de Sao Paulo, informaba que la presidenta Rousseff caía 27 por ciento, por lo que si las elecciones fueran ahora, tendría que realizarse una segunda vuelta.
Falta un año para elecciones generales en Brasil y para la Copa del Mundo, por lo que la mandataria brasileña tiene el tiempo suficiente para reaccionar y corregir las políticas que no están funcionando. Por lo pronto reaccionó de manera positiva, abriéndose al diálogo y proponiendo un plebiscito para una reforma política. Pronto se sabrá si fue suficiente.