BELLAS ARTES

 Parsifal en el Teatro Amazonas de Manaos

A Martha y Claudia y

a la memoria de Kimba.

 

Mario Saavedra

Números atrás me referí a la celebratoria ruta wagneriana que con motivo del bicentenario del natalicio del gran genio de Leipzig está teniendo lugar a lo largo de todo este 2013. Y entre estos eventos especialmente significativos para el público operómano, y en especial para el wagneriano, nos ha llamado la atención una no menos singular puesta de su gran testamento gótico por excelencia Parsifal (a partir del poema épico medieval Parzival de Wolfram von Eschenbach, en derredor de este caballero de la corte del Rey Arturo y su búsqueda del Santo Grial, se decantó en la mente del compositor por más de veinte años), nada más y nada menos que en el hermoso y ya emblemático Teatro Amazonas de Manaos, en el corazón mismo de la selva, en Brasil. Con un significado especial por varias razones, esta gran producción resulta sui géneris no sólo por cuanto pueda representar la presencia de esta maravillosa obra —tan moderna como mística, sobrecogedora tanto por su monumentalidad musical como por su profundidad espiritual— en el corazón mismo de ese gran pulmón del mundo que es la selva amazónica, sino además porque en ella nuestro wagneriano por antonomasia Sergio Vela ha contribuido notablemente con la puesta en escena y los diseños de escenografía e iluminación, en estos dos últimos rubros asesorado por el no menos mexicano Iván Cervantes.

El hecho en sí ya es digno de inscribirse en los anales del quehacer operístico mundial (¡el inconmensurable Parsifal de Wagner en el Teatro Amazonas de Manaos!), por cuanto en su “carácter extraordinario” bien podría haber sido consignado por el también visionario musicólogo Alejo Carpentier cuando en su prólogo a El reino de este mundo describe, con el genio que le caracterizaba­, el “realismo maravilloso” de su propia imaginería… Y este talante sorprendente, por la coincidencia de lo insospechado, necesariamente nos recuerda de igual modo ese otro gran proyecto fílmico-musical que es el Fizcarraldo de Werner Herzog, quien por cierto de igual manera echó mano y se sintió seducido por el esplendor y la belleza de ese teatro de estilo renacentista que con la fiebre del caucho se inauguró en 1896. En su ruta a Iquitos, en el núcleo del la selva amazónica peruana, el personaje inspirado en el excéntrico irlandés Brian Fitzgerald, y a quien da vida el inolvidable Klaus Kinski, se detuvo maravillado ante la magia de ese edificio que —como si fuera obra de los dioses— aparece en la más bien anodina fisonomía manauense.

Las crónicas y críticas especializadas han coincidido además en que artísticamente se ha estado a la altura de las circunstancias, con una aportación más que significativa por parte de quien a través de un elocuente y pulcro montaje minimalista ha contribuido a enaltecer, con rebosante creatividad y docto conocimiento de causa en la materia, con sus muchas horas de vuelo en un terreno en el que ha hecho una indiscutible especialidad, a enaltecer una partitura y un complejo épico-dramático que se sostienen por sí mismos. Atinada y gozosamente han descrito a nuestro creador como una “fuerza volcánica” que en su indetenible energía inventiva ha contribuido a dar cauce y congruencia escénicas a una obra que es desbordante tanto en su concepción musical como en su entramado dramático-poético, en este caso específico con un adicional impulso espiritual y místico que se dice terminó por detonar el distanciamiento de un antes incondicional Nietzsche, por cuanto de meramente religioso entrevió el filósofo en esta obra que en sentido estricto dispara en muchos otros sentidos.

El plato fuerte dentro de la XVII edición del Festival Amazonas de Ópera, con una por demás nutrida y variada programación que ha incluido por otra parte Un ballo in maschera del también bicentenario Giuseppe Verdi, La zorrita astuta del bohemio Leos Janacek, un concierto especial en el centenario del natalicio del inglés Benjamin Britten y El rey Roger del polaco Karol Szymanowski, entre otros muchos recitales y actividades diversas en derredor de la música y el género lírico, esta sorpresiva y sorprendente gran producción del Parsifal ha estado signada además por la sumaria aportación sincrética de creadores e intérpretes de muy distintas partes del mundo. De México también ha ido nuestro no menos destacado barítono-bajo Noé Colín, quien como Amfortas, consignan de igual modo los medios, ha destacado tanto por su poderosa y versátil emisión como por su dominada técnica, por su poderosa presencia en escena. Dentro de esta variada nómina donde han figurado norteamericanos, eslavos, sudamericanos, muy bien calificado ha estado de igual modo el también bajo mexicano Óscar Velázquez, dando vida a un Klingsor celebrado por la calidez y la sólida firmeza de su aún juvenil voz, que en su tesitura le avizora todavía un largo camino por delante que recorrer.

Acontecimientos muchos y varios tendrán lugar este año con motivo del bicentenario del natalicio de Richard Wagner, pero qué duda cabe que esta sui géneris y espectacular producción del Parsifal difícilmente podrá tener paragón, por cuanto se ha reunido en ese ya legendario Teatro Amazonas de Manaos que el mismo Herzog inmortalizó en su maravilloso y sin igual Fitzcarraldo de 1978. De la estupenda y para la ocasión robustecida orquesta local, la Filarmónica del Amazonas, sabemos que está conformada en su mayoría por destacados músicos sobre todo provenientes de países de Europa del Este —en una prolongada y también provechosa diáspora que mucho ha enriquecido el quehacer musical en muy distintas y distantes instituciones—, ahora bajo la batuta de un talentoso y serio músico paulista: Luiz Fernando Malheiro, sobresaliente en este largo y arduo trabajo wagneriano por una conducción esmerada y cuidadosa, especialmente atenta a las no menos endiabladas exigencias vocales de la obra, y quien como titular musical del Festival se ha preocupado por imprimirle nivel y frescura, una sana apertura en lo que respecta a repertorios y elencos.