BELLAS ARTES

Y donde quiera, la luz, libro de su autoría

Mario Saavedra

Si en la historia de la fotografía no siempre se ha logrado establecer una clara línea divisoria entre el quehacer artístico y el documental, México posee una enorme tradición de creativos y talentosos exponentes que han dejado un muy rico y variado  acervo en ambos terrenos. Nombres como los de Manuel y Dolores Álvarez Bravo, Tina Modoti, Agustín Casasola, Gabriel Figueroa y Julián Carrillo, entre otros grandes artistas y documentalistas de la lente, han contribuido notablemente a fortalecer una identidad nacional que se constata y evidencia, más allá de sus personales estilos y de que algunos de ellos —los atrajo y ancló, precisamente, ese variado e inagotable crisol de identidades que conforman lo que es México— no hayan nacido en este país. Otros no menos célebres, como el norteamericano Edward Weston o el colombiano Alejandro Matiz, hicieron prolongadas y trascendentales paradas en México, a tal grado que lo experimentado y lo visto en este país —sus rostros, esencias y realidades— permearía definitiva y definitoriamente en sus respectivas estéticas.

Viví más de ocho años en Chihuahua, en el estado grande de México (o si no, vean el mapa), y desde que corroboré sus amaneceres y atardeceres, desde el sur hasta el norte, desde el este hasta el oeste, comprendí por qué había en esta tan cálida como generosa tierra tal cantidad de excelentes fotógrafos. Es más, muchos de los escritores y periodistas, y no digamos de los artistas plásticos, o de la gente común y corriente, son también fotógrafos, unos más talentosos y diestros que otros, algunos profesionales y otros apenas amateurs, pero al fin de cuenta fotógrafos, porque les entusiasma registrar esos variados y maravillosos paisajes que se agigantan y eternizan con una luz que a borbotones lo inunda y cobija todo.

No es posible allí no sentirse entusiasmado a tomar la cámara, a captar lo que nuestros ojos atónitos miran y observan con detenimiento, pero que sin la magia de ese inusitado gran invento no podría quedar para la posteridad.

En todo esto piensa uno cuando ojea el libro Y donde quiera, la luz, del fotógrafo juarense Raúl Ramírez “Kigra”, compendio de imágenes que si bien no son precisamente de paisajes, en su registro de personajes emblemáticos y circunstancias o escenas manifiestas, en la intimidad de su transitar cotidiano, consigue sublimar la luz que emana de la esencia y el palpitar de cada uno de estos seres consignados por el ojo acucioso del creador que aquí también es cronista. Tratándose de un elemento externo, implícito a una técnica mecánica o digital, el artista emerge conforme se apropia de su instrumento y lo hace una extensión manipulable de su talento, de su sensibilidad, de su inteligencia, de su creatividad, y por qué no, incluso de su ojo clínico, porque en su verdad se constatan el sentido crítico y la consciencia social de un individuo transido por sus circunstancias, por lo que es y debiera ser, por las injusticias y las incongruencias.

Conozco el trabajo de “Kigra” desde hace muchos años, desde que era colaborador del también estupendo fotógrafo Nacho Guerrero, cuñado éste a su vez del no menos talentoso y creativo norteamericano —avecindado en Chihuahua— David Lauer, y desde sus primeras exposiciones colectivas e individuales me gustó mucho su quehacer, su desenfadado espíritu de búsqueda y experimentación, siempre en una línea personal de estrecha cercanía con las personas y sus oficios y necesidades.

En este sentido, se podría decir que su trabajo está bañado por una impronta social y humana que le da un valor documental a los más de sus proyectos, conforme el artista dialoga con sus personajes retratados y los deja expresarse sin restricciones, con una carga de solidaria afectividad que trasciende lo meramente anecdótico.

Promotor de la primera Muestra Nacional de Teatro en el estado de Chihuahua, en Ciudad Juárez, en el 2008, tuve la oportunidad de promoverlo para colaborar con los dos fotógrafos de artes escénicas más experimentados: Fernando Moguel y José Jorge Carreón, y creo que su cercanía con ellos, particularmente con el en ese año Medalla “Xavier Villaurrutia”, el yucateco Fernando Moguel, contribuyó a darle una mayor dimensión espacial a sus enfoques. Talentoso, creativo y perseverante, los portafolios de Raúl Ramírez “Kigra” se han ido haciendo más pulcros, más integrales, más sólidos, en la medida en que ha ido ganando en experiencia, en confianza, en ese cúmulo de saberes que da el vivir más y aprender mejor, el viajar y el estudiar, el abrirse a otras opciones de percepción y comprensión del mundo.

Bellamente editado por la presente administración del Gobierno del Estado de Chihuahua de César Duarte, a través del Instituto Chihuahuense de la Cultura que ahora dirige el artista plástico Fermín Gutiérrez, y bajo la coordinación de Gisela Franco y la revisión editorial de Edgar Trevizo, con un hermoso prólogo de Elenita Poniatowska y textos alusivos de David Lauer y Janeth Rogelio, este Y donde quiera, la luz, del joven y talentoso fotógrafo chihuahuense Raúl Ramírez “Kigra”, nos invita a ver la vida en sus entrañas, a compenetrarnos con personajes femeninos urbanos que en su transitar cotidiano nos revelan que las alegrías y las tristezas sólo enmarcan –y testifican, por supuesto, en sus fortalezas y sus debilidades– el semblante y la humanidad de seres bañados por una luminosidad que el fotógrafo logra encender como por arte de magia, para decirnos que esos rostros bien vale la pena ser vistos y sus vidas contadas.