En México, no tienen futuro

Magdalena Galindo

Al revés de la trillada y no poco cursi frase que advierte que los jóvenes son el futuro de México, la realidad está diciendo que en México los jóvenes no tienen futuro. El reciente informe del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) sobre su encuesta nacional de ocupación y empleo (ENOE) señala que la tasa de desocupación (y ya sabemos que los criterios con que se mide tienden a mostrar un desempleo menor del que realmente existe) se situó en un 4.93 por ciento de la población económicamente activa, es decir de la que trabaja o busca empleo.

Ese porcentaje, que es alto pero que todavía se compara favorablemente con los casos de los países altamente industrializados, pues en Estados Unidos, a partir de la agudización de la crisis en 2008, se ha movido alrededor del 9 por ciento o en el caso extremo de España se ha llegado hasta el 25 por ciento, ese porcentaje del 4.93 por ciento, digo, hay que completarlo con otros indicadores, como el que cuenta quienes apenas consiguieron trabajar menos de 15 horas a la semana (lo cual, por supuesto significa un ingreso que no alcanza ni para cubrir las necesidades básicas), con lo cual la tasa que suma el desempleo y el empleo precario sube hasta el 12.08 por ciento de la población económicamente activa.

La encuesta del INEGI también muestra otros hechos preocupantes: de los desempleados, el 29.2 por ciento son trabajadores que no terminaron la secundaria, mientras que nada menos que el 70.8 por ciento de los que no encuentran empleo cuentan con bachillerato y educación superior. Mientras en otras épocas, el acceder a la educación universitaria constituía una ventaja en el mercado laboral, hoy la economía mexicana ha decaído tanto que no puede incorporar a los mejor preparados.

Por supuesto, el lado más grave de la estructura del mercado laboral y de la economía y sus repercusiones en la vida social es que, de cada 10 trabajadores, seis se encuentran en el sector informal, esto es el 60 por ciento de los trabajadores del país han tenido que recurrir a estrategias de sobrevivencia y laborar sin prestaciones y con muy bajos ingresos; padecen, pues, masivamente, la llamada precariedad laboral.

En la misma semana en que se dieron a conocer estos datos, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), a la que México pertenece, publicó un estudio en el que advierte que los menores de 20 años son el sector más vulnerable, pues, cuando acceden a un empleo, son los peor remunerados. Y en lo que atañe a los llamados ninis, esto es, los jóvenes que ni estudian ni trabajan (por cierto no se trata de una situación voluntaria como se reitera en algunos medios de comunicación, sino que no encuentran espacios ni en las instituciones escolares ni en el mercado laboral) suman en México 7 millones 337 mil 520, realidad que fue calificada por la OCDE como dramática y brutal, que muestra que existe una falla estructural. De esta manera México ocupa el tercer lugar entre los países de la OCDE con mayor número de jóvenes que ni estudian ni trabajan, como quien dice que son relegados de la vida social. Arrinconados como están, ya sea porque forman parte de las filas de los ninis o porque se ubican en la cifra de los desempleados, es decir de los que siguen buscando trabajo, o porque si acceden a un empleo son los peor remunerados, no es exagerado decir que en México los jóvenes no tienen futuro.