Economía Política
La crisis la pagarán los más pobres
Magdalena Galindo
Alarmado por “la rapidez y la profundidad” de la desaceleración de la economía mexicana, el Banco de México advirtió la semana pasada que “los riesgos a la baja han aumentado”. Aunque todavía se muestra optimista al pronosticar que en la segunda mitad de este año habrá una recuperación, lo que está diciendo es que la actividad económica ha registrado una caída abrupta y que, dado el “frágil entorno internacional”, la recesión está a la vuelta de la esquina.
Aquí hay que señalar que la política económica, esto es, las determinaciones de los gobiernos en relación con la economía, no ocasionan las crisis, ni tampoco pueden resolverlas. En realidad, en el funcionamiento mismo del capitalismo, por ser un sistema que se rige por la ganancia, las crisis son inevitables y dependen en última instancia de lo que ocurre en el proceso de acumulación de capital, o dicho de otro modo, aunque pueden manifestarse de distintas maneras, por ejemplo como un exceso de mercancías que no encuentran compradores en el mercado o como una inestabilidad extraordinaria en el sistema financiero, en lo profundo las crisis siempre son resultado de una caída en la tasa de ganancia de los capitalistas.
La política económica, en consecuencia, no puede evitar las crisis ni tampoco resolverlas; sin embargo, eso no le resta importancia, porque lo que sí determina la política económica es qué sectores de la sociedad pagan los mayores costos de la crisis y quiénes se benefician durante las etapas de auge. También influye la política económica en acentuar o atenuar los efectos de la crisis, así como en profundizar o disminuir el grado de dependencia de la economía, respecto de los países hegemónicos, en el caso de México respecto de Estados Unidos.
Precisamente porque la política económica determina el reparto del ingreso entre las clases sociales y el grado de subordinación de la nación a Estados Unidos, es tan grave que desde 1982 hasta ahora se haya adoptado el conjunto de políticas neoliberales que han provocado una profundización de la dependencia como nunca antes había vivido el país y que sólo puede compararse con las aciagas experiencias del siglo XIX, esto es, con la invasión de Estados Unidos en 1847, cuando la bandera de las barras y estrellas ondeó en Palacio Nacional, o con la invasión francesa de 1862 de la que sólo pudimos librarnos por el heroísmo popular y la dirigencia de Juárez y los hombres de la Reforma. Ahora, sin ejércitos de por medio, estadounidenses, canadienses, españoles o japoneses se han apropiado de partes significativas del territorio y el patrimonio nacional.
En cuanto al reparto de los costos de la crisis, la realidad es que la burguesía mexicana se ha mostrado insaciable, no sólo se privatizaron las pensiones y se permitió utilizar los fondos de los trabajadores para financiar a los grandes capitalistas que cotizan en la Bolsa, ni únicamente llevaron adelante una reforma laboral que precariza el empleo y permite los despidos sin indemnización, sino que ahora ya van por la reforma financiera que incluye, por un lado, la facilidad para que los bancos puedan apropiarse de las viviendas de sus clientes morosos y, por otro, la posibilidad de que las sociedades financieras populares y otras que explotan el mercado de los pobres puedan recurrir a subcontratistas, o sea que los prestamistas de pueblo puedan actuar legalmente en un sistema que muy pronto se convertirá en una especie de tienda de raya financiera.
Pero no sólo eso, también la insaciable burguesía mexicana ha propuesto —y muy probablemente la aprobará la Cámara de Diputados— la reforma fiscal, que consiste fundamentalmente en imponer el IVA a alimentos y medicinas, y en ampliar el número de contribuyentes, es decir, en establecer el impuesto sobre la renta a los que ganan menos y que por esa razón hoy están exentos, y a los vendedores ambulantes que, también, entre los comerciantes, son los que operan en las condiciones más precarias.
Ante la caída abrupta de la economía mexicana —que ya reconoce el Banco de México—, la estrategia de la burguesía es, pues, que los más pobres paguen los mayores costos.