Su majestad, don Juan Carlos de Borbón

Regino Díaz Redondo

Madrid.- ¿De qué sirve una monarquía parlamentaria…? Usted lo ha dicho: de nada. Un ejemplo claro de la inocuidad de los regímenes parlamentarios de ese corte es España. El rey Juan Carlos, impuesto por Francisco Franco, es el heredero de un sistema fascista. Su Majestad aceptó todas las indicaciones y órdenes del dictador y se sometió a los designios del totalitarismo. Los comunicados provenientes de El Pardo se ejecutaban de inmediato. Así consiguió ser rey.

 

Y lo que cuesta

Llegó, se quedó y no participó en la transición pero los constitucionalistas le otorgaron el galardón de jefe de Estado con sueldo y prebendas que sólo se conciben en siglos pasados.

¿Qué función tiene en la vida española la Casa Real? Ninguna.

¿Tiene algún poder efectivo para decidir en la política o economía de la nación? No.

¿Qué hace? Viaja, recibe las cartas credenciales de los embajadores y se reúne con otros reyes para fortalecer las dinastías.

En el mejor de los casos, no desprestigia el país pero en la práctica no sirve de nada.

Es un adorno con canonjías especiales, tratamiento diferente y sueldo estratosférico.

Todavía, pese a la ley de transparencia, ya tan sobada, no rinde cuentas con claridad y poco se sabe de sus gastos, sólo los que él se digna manifestar pero no son cuestionados por Hacienda ni aparecen publicados detalladamente.

Son 60 millones de euros al año los que tiene asignados más otros tantos, por lo menos, que se derivan de las erogaciones que le proporcionan los ministerios. También tiene gastos de representación.

Y nadie, hasta el momento, lo ha impugnado, aunque algunos sectores de Izquierda Unida han pedido el desglose de las partidas que se le entregaron.

En tiempos inmemoriales, los reyes quizá fueron útiles. Ellos sí gobernaban. En ese entonces, los dueños de castillos fueron los puntales de la paz o de las guerras tan abundantes en siglos pasados.

Su labor, de aquél tiempo, fue encabezar las conquistas de territorio cabalgando al frente de sus soldados. Hoy, Juan Carlos I se fotografía junto al elefante que mató en un malhadado safari.

El calificativo de rey se lo adjudicaron, tiempo ha, estos dueños de fortificaciones que se sucedían unos a otros sin tiempo establecido porque estaban casi siempre en guerra o eran traicionados por sus servidores.

Tenían, pues, una razón de ser, fueron jefes militares que buscaban extender sus propiedades que derivaron en los actuales Estados modernos.

Pero ahora, ¿díganme qué beneficio aportan a Inglaterra, Holanda, Suecia y otros países sus reyes? Ninguno.

Ni cacha ni deja batear

En 1934, cuando llegó la Segunda República a España se invitó al monarca Alfonso XIII a abandonar el país y se le escoltó hasta el barco que le llevó a Italia. No sufrió ninguna represalia.

Juan Carlos I, Rey de España por la gracia de Francisco Franco, es un cero a la izquierda. Ni cacha ni deja batear. Sólo recibe dinero para vivir lujosamente durante toda su vida. Pero no sólo él, sino toda la familia consanguínea y algunos arribistas denominados consejeros.

Hay que admitir que esta nación soporta reyes y monasterios con resignación o miedo. A nuestro rey lo nombran jefe de Estado. Rimbombante nombramiento que avalaron en la Transición los constitucionalistas de derecha e izquierda.

Resulta irrisoria saber que los acuerdos que se toman en La Moncloa aparecen como reales decretos y se publican en el Boletín Oficial. Estoy seguro que la mayoría de estos documentos ni siquiera los lee sino que los firma… y ya.

Es un rey simbólico que le cuesta al erario mucho dinero y quebradero de cabeza, sobre todo en estos tiempos de vacas flacas en que muchos pasan hambre y otros buscan empleo o se van para conseguirlo.

Al monarca español lo mantenemos, le damos de comer, le pagamos los viajes “oficiales —que no lo son— y hasta le regalan yates y caballos, castillos, eso sí pequeñitos, y otras cositas sin importancia.

Todo esto ha conseguido que el rey esté en su peor momento de popularidad. Pero una minoría importante, con poder, aún lo respalda.

No escarmentamos, ni analizamos, ni pensamos. El caso es sobrevivir, ganar los 400, 500 o mil euros al mes que nos pagan a la mayoría porque “la política es de otros” y a nosotros que nos vaya bien.

Tiene una ventaja nuestro jefe de Estado, cae bien. O caía bien porque últimamente ha tenido otro tipo de caída: trompicones y heridas que sufrió en el cumplimiento de su deber cuando cazaba en Botsuana, en representación de España y de los españoles. ¡Bonito ejemplo, hay que agradecérselo!

¿Cuántos regalos, contribuciones y objetos históricos ha recibido Juan Carlos? Nadie sabe… nadie supo.

 

Además, hasta irascible

En este señor se ha descubierto una nueva faceta: es irascible. Queda evidencia que regaña a sus subordinados enfrente de las cámaras de televisión y se digna pedir perdón como un acto de honestidad único en la historia del hombre que nació en Italia.

O a lo mejor estamos equivocados porque creo que su majestad se preocupa mucho por la crisis. “A todas horas —dice— pienso en la gente que la pasa mal y me duele, me quita el sueño”.

A las pocas horas de expresar tan loable frase, voló a África a seguir soñando con los pobrecitos españoles y matar junto a su guía, una bella alemana, cuanto animal le pusieron enfrente y drogado.

Además, no olvidemos que parte del dinero que recibe, de los millones que le dan los diputados en el Congreso, va a parar a los niños pobres de Ruanda y del Polisario.

¡Qué belleza si fuera cierto!

Es indignante que cuando otras casa reales informan a su Parlamento de cómo han gastado hasta el último de los céntimos proporcionados por el Estado, en nuestro país todos se hacen de la vista gorda. La España de charanga y pandereta, la España de la Inquisición, no la España del descubrimiento de América ni la España de Cervantes, ni la de Azaña y de tantos más que dieron lustre y prez a nuestra tierra.

Actualmente sólo lo vemos dentro de palacio caminar con dificultades y, desgraciadamente, ingresar en el hospital muy a menudo.

Pero aún así, el ejemplo de los reyes de Holanda y Suecia que abdicaron en sus descendientes no lo conmueven.

Afirma categóricamente —veremos— que permanecerá en su puesto hasta la muerte.

Los socialistas, uno de aquellos partidos que formaron el Frente Popular en la Guerra Civil contra el dictador, tienen la desvergüenza de apoyar a Juan Carlos públicamente y ni oír de una posible y futura república.

Estos señores consideran que el cambio que debe hacerse en la Constitución es convertir la España de las autonomías en un sistema federalista.

De la monarquía nada dicen y más le valen.

Al rey le han surgido más problemas en los últimos tiempos: sus yernos le salpican con su deshonestidad y la infanta Cristina es cuestionada por sus participaciones en la Fundación Nóos que tanto está dando que hablar.

A ver si despertamos de una buena vez y dejamos de ser tontos. Pisemos tierra, aunque esto parezca una utopía.

Ya no son las dos Españas; está mucho más troceada y tardará mucho tiempo en rehabilitarse. La España actual es conservadora y la cúpula no tiene escrúpulos. Sólo falta que en esta crisis, la más grave que ha existido en Europa en los últimos 100 años, que llegue Millán Astray y cía. para que quememos libros en un aquelarre en donde desaparecerán las pocas virtudes que aún nos quedan y volvamos a escuchar aquélla cínica frase de que “Europa termina en los Pirineos”.

Señores del gobierno, apúrense porque la noche trágica está a punto de llegar.