BELLAS ARTES

A cinco años de su ausencia

Mario Saavedra

Querido Víctor Hugo, en esta ocasión no me voy a referir a tu teatro elocuente y desgarrador, ya paradigmático en el contexto de la dramaturgia mexicana de la segunda mitad del siglo XX por su valor y su trascendencia, testimonio irrevocable del accidentado transitar de la vida nacional, y en particular del de tu siempre amado y sufrido estado de Chihuahua.

Censurado con una de tus primeras obras: El baile de los montañeses, por decisión de un ciego y sordo gobernador de ésos que tú decías en el pasado se cambiaban de acera o sacaban la pistola cuando se topaban con un artista en la calle, por fortuna y para beneplácito de quienes te queríamos y admirábamos tú sí llegaste a ser profeta en tu propia tierra, porque los tiempos cambiaron y llegaron políticos más sensibles, como el anterior gobernador que le puso tu nombre a un espectacular teatro de mil setecientas localidades en ciudad Juárez. Y por supuesto que tú fuiste piedra angular en ese cambio resultado de una lucha sin tregua, como todas las que libraste a lo largo de tu intensa y virtuosa existencia.

Entrañables y aguerridas mujeres

Ni tampoco lo voy a hacer de tus personajes procedentes en su mayoría de lo más intrincado de la Sierra Tarahumara de la que nunca te desarraigaste, como insistentemente te lo pidió tu abuelo antes de partir tras la búsqueda de tantos sueños agazapados en el veliz de lámina azul que acompañaba a ese inquieto niño que con Uruachi dejaba una parte neurálgica de su alma en vilo.

En ese hermoso compendio de cuentos que es Volver a Santa Rosa das fe de ese periplo y de tu retorno —como anuncia el poema de López Velarde— a una tierra que te acompañó hasta la muerte; el talento y la vocación de tus no menos queridos Luisa Huertas, Alberto Estrella y Víctor Carpinteiro leen con cierta regularidad fragmentos vívidos de este tan personal acopio de recuerdos, en una conmovedora experiencia dramatizada que creo tú mismo llegaste a conocer y pudiste disfrutar, porque está hecha además con la devoción y el respeto que tus amigos más cercanos prodigan para mantener viva tu memoria.

Y no quiero insistir en mi profunda empatía con las entrañables y aguerridas mujeres de tu dramaturgia que como doña Rafaela Banda, tu madre, son un torrente de fuerza inmarcesible, cobijo de ese descomunal cielo chihuahuense que pareciera espejo del mar imaginario que por caprichos de la naturaleza le fue negado a tu pueblo. Cómo recuerdo una de las tantas imágenes que a borbotones brotaban de un poeta que a raíz de su experiencia con el dolor se recrudeció en su vocación: “En Chihuahua el mar se hizo para mirarlo hasta el infinito”. Entre esas mujeres, tu no menos entrañable sobrina Lorena Serrano Rascón ha hecho lo propio por que en tu terruno se mantenga encendida la llama que emana tanto de tu obra emblemática como de tu incansable gestión como orgulloso chihuahuense, cuando la Medalla Víctor Hugo Rascón Banda que año con año entrega el Congreso del Estado a otros apreciables artistas y promotores culturales da fe de que tu invaluable enseñanza ha surtido frutos.

No creo necesario ahondar en tu carrera como abogado notable en la banca, y que al frente de la Sociedad General de Escritores de México consiguió enormes logros para el gremio, dejando un hueco que a la vista no creo nadie más pueda llenar, porque en ti coincidían milagrosamente el talento, la sabiduría, el prestigio, el carácter y la generosidad, atributos todos éstos poco frecuentes en un medio más bien proclive a la egolatría y el canibalismo. Lo que ha venido después allí, me apena decirlo, ha sido más bien una etapa gris y para el olvido.

Hombre público y padre de familia ejemplar

Y para qué hablar del hombre público, admirado en todos los ámbitos y medios a los que tu talante de humanista de otros tiempos le permitía acceder sin miramientos, porque tu condición de intelectual visionario y constructivo (aunque siempre sanamente crítico, por supuesto) le convertía en bastión, en guía de las causas justas por las que siempre luchaste hasta dejar tu salud y tu vida en ello. No cabe duda de que en todos esos espacios del combate por los derechos y la conciliación vamos a extrañar al líder incansable, al magnánimo promotor capaz de reconocer la obra y el talento ajenos.

Y qué decir del hijo ejemplar que fuiste, de tiempo completo, pues me consta que aun en la distancia siempre estuviste al tanto de tu madre y de tu padre, a quienes nunca les faltó nada y constituyeron el más importante acicate de tu vida y de tu obra: doña Rafaela y don Epigmeneo. Ambos personajes protagónicos de tu existencia y de tu teatro, resistieron a golpe de metralla las inclemencias del terrible dolor ocasionado por tu ausencia, sólo porque tu amor sin límites por la vida y su devoción por ti los mantuvo de pie aun en los momentos más difíciles, como esas dos robustas raíces de las cuales emanó el gran árbol frondoso que significó para ellos y tantos otros el cobijo de Víctor Hugo Rascón Banda. Él y otro de tus hermanos más queridos ya te acompañan, y doña Rafaela volvió a aguantar ambas ausencias a pie firme, como esa sólida torre de marfil que tanto contribuyó a formar tu no menos robusto carácter.

Amigo, maestro, padre, hermano, cómo olvidar tu generosidad sin límites, tu don de gente de primera que estaba en todo y no olvidaba nada, recíproco y detallista, inteligente y ecuánime consejero, incansable solidario de las causas justas, en quienes de verdad te quisimos y te admiramos nos has dejado un inevitable sentimiento de orfandad que sólo se ha ido curando con tu ejemplo y con la voluntad de mantener viva tu extraordinaria obra. Quienes poseen ese no siempre recurrente don de la gratitud, entre las varias generaciones de oficiantes del teatro que ayudaste y promoviste sin pedir nada a cambio, sólo porque era el auténtico llamado de tu talante generoso, ponen tus obras dentro y fuera de Chihuahua, en un acto siempre encomiable porque el curso casi natural de la vida entre los seres humanos son la desmemoria y el olvido…