CUESTA ABAJO

Los maestros y el proletariado…

Guillermo García Oropeza

Hablando de lugares comunes —como aquél, bien conocido, que afirma que los americanos pasaron de la barbarie a la decadencia sin pasar por la civilización— un historiador de izquierdas que me honra con su amistad dijo que en México siempre tuvimos un pueblo rural del cual pasamos a la gran masa actual que es urbana, desorganizada; él utilizó una palabra culterana que es anomia, la cual es tratada por la clase dominante como un mercado de bajos ingresos pero gigantesco y manejable por la televisión, o como en lumpen, o sumida en la pobreza. Y alguien recordó la frase clásica atribuida al Tigre Azcárraga, aquélla de que la televisión es para los jodidos… es decir que en este país pasamos del pueblo a los jodidos sin pasar por el proletariado.

La Revolución en México —aunque básicamente campesina— sí llegó al pequeño proletariado urbano e industrial, y a medida que éste fue creciendo fue preocupación de los presidentes en turno que incluyeron a los proletarios en las grandes centrales y sindicatos bajo su control, aunque siempre hubo una disidencia que fue duramente perseguida.

El agrarismo tuvo una historia más feliz, al menos en los ya mitológicos tiempos de Tata Lázaro, lo que no impedía que ya en la revolución institucional en pleno y optimista desarrollismo la propaganda nos presentara nada menos que a Miguel Alemán como “el primer obrero de la nación”. No comments, please.

La historia de la segunda mitad del siglo veinte es la de un sindicalismo controlado gracias al dulce encanto de la corrupción, o del manazo, cuando no había de otra. Con la lamentada muerte de la revolución institucional y desarrollista y el arribo del neoliberalismo exterminador y luego del PAN, ¡válgame, Dios!, y del Big Brother televisivo que con una veintena de pastores, tipo el inefable López Dóriga, puede conducir 110 millones de ovejas, el proletariado capaz de disentir se refugia en unos cuantos movimientos dijéramos difíciles, pero no imposibles, pero controlables todavía si —y sólo si— se cuenta con el genio diabólico de una Elba Esther; ¡ay, Maestra, tan bien que íbamos, pos qué le pasó…!

Así es que los maestros que son en México esa clase tan peligrosa que es una pequeña burguesía informada, politizada y casi proletaria —al no recibir lo que piden del antes generoso papá gobierno— pueden ser el imán que atraiga a tantas, tantas fuerzas descontentas en un país que no está —aceptémoslo— en su mejor momento y al que los partidos han decepcionado una vez más, con un PAN en ruinas, una izquierda rota y un presidente que se juega el futuro del PRI y del país en una arriesgada maniobra neoliberal. Y el juego se va a penalties y yo como jalisquillo que soy mejor me voy a echar unos tequilas de los que todavía son de Jalisco.