A la espera de nuevas elecciones en la Unión Europea
La verdad sólo es visible
a través de los ojos de la muerte.
Dan Brown
Regino Díaz Redondo
Madrid.- De un individuo que prestó su territorio a tres golpistas que dieron un golpe de Estado, a un dictador igual que ellos, no puede esperarse mucho. Quizás un buen trabajo, pero tampoco.
José Manuel Durão Barroso sirvió de anfitrión en las Azores a George W. Bush, Tony Blair y José María Aznar para que fraguaran un ataque indiscriminado contra Sadam Hussein, presidente de Irak, con el pretexto de que éste tenía armas de destrucción masiva y que las utilizaría contra la humanidad.
Al cabo de un tiempo se demostró que no era cierto; el propósito de tales personajes, representantes de la democracia universal, era tomar el control del petróleo iraquí y, de paso informar al mundo quiénes eran los amos y señores de vidas y haciendas.
Estuvo bien claro y demostrado que los cuatro montaron un circo en el que no faltaron los enanos y su comparsa.
Como pago por defender la libertad, Duráo fue nombrado presidente de la Comisión Europea; Blair engañó a sus votantes, es asesor de un sinnúmero de multinacionales y da conferencias por doquier por todas partes.
El expresidente español se forró de prestigio y otras cosas, creó una fundación ultraderechista (FAES) que defiende la ortodoxia pura de un nuevo fascismo y, de paso, aprende inglés, idioma que habla con una fluidez asombrosa.
Durão Barroso descansa feliz en Bruselas; no mueve un dedo y, si acaso, pronuncia discursos ordenados por Ángela Merkel y cía. Permanece allí por lo menos hasta el año que viene en que habrá elecciones en la Unión Europea.
Bien nutrido, el portugués tiene periódicas reuniones con los representantes del Fondo Monetario Internacional y del Banco Central Europeo así como con los primeros ministros de tres o cuatro países del norte. Recibe consejos para bien del continente y traduce a una lengua más compresiva las órdenes de las transnacionales.
El Baradei, que acaba de renunciar a la vicepresidencia de Egipto “por no estar de acuerdo con las medidas tomadas por el nuevo gobierno”, es el único que negó reiteradamente, en múltiples ocasiones y lo informó a la ONU, que no había armas de destrucción masiva. Como se sabe, Bush despreció la ONU y lanzó a su país a una guerra en la que murieron centenas de sus compatriotas y de iraquíes.
Defensores del inmovilismo
Aznar —insigne hombre de Estado, defensor de las causas perdidas— anda por ahí, semioculto y hasta escondido para eludir responsabilidades no obstante que es el padre de la burbuja inmobiliaria y, con su silencio, propició la trama Gürtel a la que están atados muchos de sus mejores amigos y colaboradores.
En este país, don José Mari, el mimado exbigotudo, asesora a su esposa, alcaldesa de Madrid, por debajo de la mesa. Susurra el buen hombre en los oídos de Mariano Rajoy para decirle cómo debe llevar el asunto Bárcenas y sobre la contabilidad b del Partido Popular.
Es bien sabido que durante su tiempo como jefe de Gobierno se hicieron operaciones fraudulentas, si no avaladas por su señoría al menos permisibles. Hizo oídos sordos a las denuncias que recibió de muchas organizaciones contra ministros y exministros y el propio Luís, el cabrón.
En Estados Unidos, Bush hijo vive feliz, escribe un libro o se lo escriben —no podía faltar— y no pronuncia discursos porque nadie paga por escuchar a semejante personaje. Empero, junto a su padre, disfruta de los millones que obtuvo por su trabajo fecundo y creador.
Y es que en este planeta, los “ex” tienen su futuro asegurado, inclusive aunque no se hayan aprovechado de su puesto. Este es el caso de Felipe González.
Los presidentes del neoliberalismo más brutal de Europa participan en foros, que no está mal, y asesoran a las grandes empresas, que es de donde obtienen beneficios y están a disposición de la troika para lo que se ofrezca con tal de mantener el estatus actual.
Los tres son defensores del inmovilismo, gozan de privilegios que no merecen mientras la geografía continental se agrieta, los agujeros proliferan, la gente muere de hambre y de falta de justicia y sus haberes son amparados y salvaguardados por los bancos mundiales y el apoyo de las jerarquías religiosas de cualquier signo a las que acaba de salirles un grano: el papa Francisco.
Desde que este señor tomó el mando del Vaticano, las iglesias más radicales están de luto.
Aquí, monseñor Antonio María Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal y sus adláteres (entre ellos Camino, tan pernicioso como él) están enojados y comienzan a sentir miedo.
El fantasma de la verdad, del equilibrio, del buen hacer y de su compromiso con la sociedad, los amenaza cuando menos lo esperaban.
Llega el papa Francisco
¿Habrá que parar los exabruptos de Francisco?, se preguntan. ¿Cómo le haremos para que entienda —oh, Papa iluso— que la humanidad es irredenta y que necesita de esclavos para sobrevivir?
Rouco estaba a punto de jubilarse pero no se ha vuelto a hablar del asunto. No es el tiempo para cambios, se dirán los obispos.
Es más, ellos creen que es necesario esperar hasta que el jefe del Vaticano se dé cuenta que los intereses de la Iglesia católica en la Tierra tienen que defenderse a cualquier precio.
Afortunadamente, desde que Francisco salió a la calle y habló con la gente, una brisa de aire fresco despierta conciencia y esperanzas.
El Papa no es el de siempre. No es el infalible pero sí, hasta ahora, se proyecta como el responsable y humanitario dirigente de la Iglesia católica.
Nuestros jerarcas religiosos se presentan como los defensores de la ortodoxia; para ellos el pueblo no tiene remedio, precisa de guías y debe limitarse a ser comparsa de la inteligencia. Los de siempre esperan que el santo padre se reconcilie con el conservadurismo religioso. ¿Un Lutero…? ¿Una crisis en el Vaticano…? ¡Por Dios, ni lo piensen!
Desea la Conferencia Episcopal Española que el río no se salga de madre, no lleve agua a los sedientos porque los dueños del grifo son ellos con un Cristo al que mancillan y una protección privilegiada absurda e ilegal.
El buen feligrés se alegra de que Francisco intente cambiar la iglesia de Benedicto XVI. Éste descansa con el mea culpa, ajeno a lo que siempre fue ajeno: la libertad de ser creyente, pero con el derecho a increpar a quien no sigue la doctrina de Jesucristo.
El Papa ha comenzado a revisar los expedientes de los monseñores; a estudiar sus antecedentes y currícula para hacer un ajuste a fondo del movimiento eclesiástico y burocrático del Vaticano y de todos los países católicos.
El trabajo que realiza Francisco es una epopeya. Desde una limpia en el banco del Vaticano —que tantos problemas dio y puede dar al representante de San Pedro— existe la posibilidad que los jóvenes sacerdotes de cualquier nacionalidad entiendan que el cambio es necesario porque las religiones, sean cuales fueren, sólo sobrevivirán si se adaptan a las exigencias de un mundo que requiere más transparencia, un ejercicio libre de la inteligencia, una práctica adecuada de los sistemas de vida y un mejoramiento de las clases más necesitadas.
Relegar los asuntos para mañana no conduce a nada. Ha llegado el momento de resolver las desigualdades con el ejemplo.
El homosexual, como dijo Francisco, “¿si toca a mi puerta, quién soy yo para negarle la entrada…?”
He aquí una frase que quedará en la historia de la sociedad contemporánea.


