CUESTA ABAJO

Privatizar, ¿para qué?/II-III

Guillermo García Oropeza

La creación de la educación pública, que quizá se plantea por primera vez con una clara intención política en la Revolución Francesa, que tenía que crear un Estado nuevo para suplir al que literalmente le cortó la cabeza, fue después un programa adoptado en mayor o menor medida por todos los gobiernos que tenían una ambición de creación nacional, en las aulas se formarían los ciudadanos de acuerdo con los ideales, objetivos e historia nacionales: alumnos, estudiantes, técnicos, soldados y en niveles superiores los funcionarios.

Cierto es que en muchos casos estaba la competencia de otra institución ajena o enemiga del Estado: me refiero a la Iglesia y en especial a esa élite mezcla de CIA, Harvard y club de alta sociedad que fueron los jesuitas cuyo genio fundador Ignacio de Loyola es figura fascinante.

En nuestro país, tras la Restauración de la República pareció que en el papel, al menos, habíamos ganado los nacionalistas y liberales, nosotros los good guys, pero no contamos con la traición y pragmatismo de Porfirio Díaz que volvió a abrir las puertas a la educación confesional para las élites, incluyendo a las encantadoras damas del Sacré Coeur para preparar esposas finas y fieles o monjitas de repuesto. Aunque el lado positivista de Porfirio impulsó la educación nacional, las normales, la gran Escuela Nacional Preparatoria y la Universidad de Justo Sierra, incluyendo, hay que ser justos, la Escuela de San Carlos donde se formarían los artistas de la revolución nacionalista de José Vasconcelos para acá.

La Revolución tuvo como ideal la educación popular, obrera, rural, mixta, cada vez más nacionalista y de acuerdo con un izquierdismo a la mexicana que nunca, creo, llegó a ser totalmente marxista-leninista aunque los curas gritaran contra la educación socialista que incluía ¡horror de los horrores, Ave María Purísima!, la educación sexual por la que los santos cristeros mataron y cortaron orejas a tantos maestros, ya que el ideal católico en materia sexual fue una curiosa mezcla, todavía la sufrí, de pureza e ignorancia como la de nuestro modelo San Luisito Gonzaga que no se atrevía ni a mirar a su señora madre.

Y los gobiernos revolucionarios, mientras fueron revolucionarios, continuaron la tolerancia con la educación privada mayoritariamente católica, pero sin abandonar su programa nacionalista, laico, racionalista, donde el culto al progreso capitalista no eludía una conciencia social desde el mismo Vasconcelos, después triste reaccionario, hasta hombres de la talla de Jaime Torres Bodet, Agustín Yáñez y tantos rectores de las universidades públicas y del Politécnico Nacional.

Y en momentos el ideal educativo mexicano tuvo pensadores de avanzada como Germán List Arzubide cuyo librito Prácticas de educación irreligiosa es una curiosa joyita para los que se interesen en un México que se resistía que a sus hijos los educaran los curas.