BELLAS ARTES
Ignacio Cervantes y sus Danzas para piano
Mario Saavedra
Más o menos el equivalente de nuestro tan admirado Ricardo Castro del que hace apenas algunos años conmemoramos su centenario luctuoso, el no menos talentoso y visionario Ignacio Cervantes (La Habana, 1847-1905) fue el gran compositor cubano por excelencia de la segunda mitad del siglo XIX, el más visible puente de transición entre los usos musicales decimonónicos y los nuevos visos de una centuria que particularmente en la isla del Caribe se impregnó de aromas revolucionarios e independentistas, con notables recursos de un nacionalismo diseminado a lo largo y ancho de toda la geografía latinoamericana.
Niño prodigio, Ignacio Cervantes sería iniciado en el piano por el reconocido músico Juan Miguel Joval, y más tarde, en materia de escritura musical, por el compositor Nicolás Ruiz Espadero. Pendiente de los avances del joven talento, Louis Moreau sería el detonante fundamental para que terminara sus estudios en el Conservatorio de París, en un muy provechoso y aleccionador periodo que duraría de 1866 a 1870; fueron tales sus progresos en la entonces considerada Ciudad Luz, especialmente vigorosa en las lides artísticas —en la música, por ejemplo, reunía a lo más granado de todo el mundo—, que ganó primeros premios tanto de composición como de armonía, si bien le fue negado el prestigiado Premio de Roma por su condición de extranjero americano.
De regreso a su país entonces inmerso en un creciente movimiento independentista, Ignacio Cervantes y su cercano colega José White serían expatriados por el entonces capitán general de la isla, perseguidos por haber concretado una serie de conciertos recaudando dinero para la causa separatista de la Guerra de los diez años (1868-1878). Ya en el exilio, tanto en los Estados Unidos como en México, y dado su talante humanista y de recia convicción política, Cervantes continuó con su labor proselitista a favor de la causa separatista cubana, en una nutrida y exhausta actividad concertística para ayudar a mantener la guerra.
Con el dolor propio de un nacionalista empedernido que dentro y fuera de la música siempre fue congruente con sus principios e ideales, con su amor a una patria entonces ya consolidada al menos en la mente y el corazón de sus visionarios padres espirituales (Martí era su mayor mentor), Cervantes regresaría a su amada Cuba, con la amnistía general, después de la firma del Pacto del Zanjón en 1878; el exilio último y más penoso, el que le provocaría escribir algunas de sus más célebres páginas musicales, tendría lugar en 1895, al estallar la guerra civil de ese año, previo a la consumación de la independencia. En este sentido, fue uno de los primeros músicos en el continente americano en identificar su obra musical con el sentimiento nacionalista, conforme enfocó concienzudamente su obra a su patria y la utilizó como arma de lucha; el movimiento nacionalista era para él “…una consecuencia natural de los pueblos a distinguirse y a emanciparse…”
Autor de la opera de raigambre italiana Maledetto, Ignacio Cervantes escribió de igual modo un sinnúmero de sinfonías de cámara, las zarzuelas El submarino peral y Saltimbanquis, su famoso Scherzo capriccioso, además de su celebérrimas Danzas cubanas que bien sintetizan tanto el lenguaje característico como la honda y evocadora inspiración de este valioso compositor cubano. Su labor docente y como promotor ha sido con justicia igualmente reconocida, de lo cual da un claro testimonio lo por él hecho al frente de la Compañía Cubana de Opera del Teatro Payret entre 1885 y 1891, acompañado por su hija la pianista y cantante María Cervantes.
Recordado sobre todo por su catálogo pianístico, por sus extraordinarias y sentidas danzas que son esenciales dentro repertorio latinoamericano para dicho instrumento, estas auténticas pequeñas joyas —escritas para dos y cuatro manos— se caracterizan por utilizar células rítmicas propias de la música popular cubana, por lo general escritas sobre la base de dos temas anímicos contrastantes. De una enorme riqueza, se acercan por lo regular a la canción criolla ya separada del virtuosismo operístico italiano, y entre ellas destacan, por ejemplo, “Adiós a Cuba”, “Los delirios de Rosita”, “Los muñecos”, “Picotazos” o “No bailes más”, verdaderas filigranas que bien reúnen un virtuosismo técnico con una honda riqueza melódica.
Ha llegado a mis manos, como un valioso regalo de mis queridos amigos Antonio Suárez y Leszek Zawadka, el bello disco que lleva por título precisamente Danzas para piano de Ignacio Cervantes, que reúne por primera vez el conjunto total de estas piezas concebidas para dicho instrumento con el que el compositor de igual modo cosechó muchos éxitos y el reconocimiento del gremio musical europeo. Un homenaje más que sentido y bien pensado para el célebre compositor cubano que es padre del nacionalismo musical cubano, este extraordinario registro junta por otra parte a formidables y reconocidos músicos de la isla, a decir, los pianistas Ulises Hernández, Emán López-Nussa, Ivet Frontela y Antonio Carbonell, acompañados por la Camerata Romeau que dirige Zenaida Romeau. Producto de un conocido y conmemorativo concierto grabado y dirigido en vivo en el Teatro Nacional de Cuba, a ciento cincuenta años del nacimiento del egregio autor de “Ilusiones perdidas”, contiene algunos arreglos y transcripciones que bien dimensionan la riqueza musical y melódica de uno de los más inspirados compositores de la América latina del siglo XIX.
