BELLAS ARTES

 

La cocinera del presidente, del reconocido director francés Christian Vincent

 

 

Mario Saavedra

Inspirado en la relatoría personal de la que fuera la cocinera privada del presidente francés François Mitterrand: Danièle Delpeuch (Hortense Laborie en la cinta), prestigiosa chef del Perigord que con su sabio arte culinario tuvo la misión de alimentar los últimos deseos sibaritas del primer mandatario de Francia en el Palacio del Elíseo de París, cuando él ya se sabía diagnosticado de mortal cáncer en el páncreas, La cocinera del presidente (Les saveurs du palais, Francia, 2012) nos remonta a otras memorables películas europeas en torno a los placeres de la cocina como la italiana La gran comilona de Marco Ferreri, la danesa El festín de Babette de Gabriel Axel y la también gala Vatel de Roland Joffé, esta última en derredor de la mágica personalidad de quien fuera el cocinero –en una de las más memorables actuaciones de Gerard Depardieu– nada más y nada menos que de Luis XIV.

Del reconocido director francés Christian Vincent (autor de otros interesantes filmes como Las cuatro estrellas, Los infantes y La separación), coguionista además con su productor Etienne Comar, La cocinera del presidente nos cuenta la historia singular de una mujer no menos especial, signada por un apasionado talento por el arte culinario como simiente de la idiosincrasia y la historia francesas. Vincent se sintió particularmente atraído por la mágica personalidad de esta gran artista cuyo mayor placer ha sido deleitar y hacer felices a sus comensales, y quien con ese gran don estuvo destinada a satisfacer de cerca los últimos apetitos culinarios de un François Miterrand que se sabía un gourmet, un enamorado de la vida y de Francia comprendida a través de sus más hondas y ancestrales tradiciones.

En un mundo machista que no exonera ni a la propia nación precursora de la promulgación de los derechos humanos, donde la propia abuela de Gauguin había dos siglos atrás sentado las bases de la defensa de la mujer (de ascendencia peruana, Flora Tristán es personaje neurálgico de Mario Vargas Llosa en su magistral novela El paraíso en la otra esquina), la recia y decidida personalidad de Danièle Delpeuch/Hortense Laborie se convierte en algo así como la piedra en el zapato dentro de una estructura gubernamental “moderna” todavía plagada de retrógrados lastres aristocráticos. Del todo cierto o no, que al fin de cuenta es aquí lo que menos importa, porque su director tampoco se propuso hacer un documental ni nada por el estilo, La cocinera del presidente es una de esas historias noveladas que seducen por la corporeidad humana de sus personajes y por la convicción con que está contada la anécdota, en la línea de lo que el propio Vargas Llosa ha dado en llamar “la verdad de las mentiras”, porque si bien los entes aquí ficcionados están construidos a partir de la realidad, en el plano de la adaptación imaginaria se redimensionan, se hacen más humanamente —¡ésa es la gran paradoja!— entrañables.

Y a la susodicha Hortense Laborie le da vida la primera actriz Catherine Frot, quien por fin encuentra un trabajo a la altura de sus capacidades, pues anteriores interpretaciones suyas como lo hecho en la anodina comedia La cena de idiotas más bien escaso margen de lucimiento le habían ofrecido. Sus probadas dotas histriónicas y su encantadora personalidad son los ingredientes necesarios para imprimirle solvencia a un personaje que pareciera haber sido confeccionado a su medida, especialmente conmovedor en su estrecha relación con un jefe de estado que aunque es cabeza de uno de los países más poderosos del mundo, se encuentra ya en el declive de su vida. Convencido de que “las vicisitudes de su ahora quebrantada existencia constituyen el ancla que lo mantiene en pie”, la desinteresada y espontánea complicidad con su sencilla pero profunda cocinera de cabecera se convierte en algo así como una tabla –al menos momentánea– de salvación, en una buena razón de vivir, porque su gusto inefable por la buena cocina seguía siendo un buen pretexto.

A manera de flash back detonado por una repotera que en una base naval de la Antártida se siente atraída por la personalidad y la historia de quien no puede renunciar a su única verdadera vocación, La cocinera del presidente se presentó en México en el pasado Festival de Cine Francés que alternativamente de oferce en varias salas, y en el que siempre es casi una garantía poder ver nuevas cintas de una cinematografía con una ya larga tradición y con un sello por demás inconfundible. Sin pretender ser el gran filme, está hecho con oficio, a partir de un guión bien escrito y documentado, pero sobre todo con la gracia y el buen gusto propios de una industria que en térmicos generales sigue apelando a su propia historia, a la inteligencia y la creatividad como ingredientes de un platillo cada vez más sofisticado en este mundo cinematográfico dominado por la mercadotecnia y la parafernalia hollywoodenses.

La cocinera del presidente, del avezado realizador francés Christian Vincent, nos sigue permitiendo creer que el cine de autor todavía tiene cabida y razón de ser, al menos en aquellos tercos cinéfilos que aún suponemos que la herencia de los Jean Renoir, los Francois Truffaut, los  Louis Malle y los Bertrand Tavernier, por sólo mencionar a algunas de las grandes leyendas de una cinematografía signada por la lucidez y la elegancia, le ha dado sentido a lo que todavía llamamos el séptimo arte, por más que las leyes del mercado sean las que hoy priven y marquen el curso.