Cuesta Abajo

Reforma energética, evidente falta de consenso

Guillermo García Oropeza

Hay ciertas imágenes que han quedado grabadas en la memoria colectiva de México. Una de ellas es la de Pancho Villa y Emiliano Zapata desayunando en Sanborns, otra es la de aquella soldadera que está bajando de un tren en la mitad del campo, y otra, entre tantas, de unas mujeres del pueblo que llevan sus gallinitas para ayudarle a Lázaro Cárdenas a pagar las deudas de la expropiación petrolera. Esta última me habla de un consenso nacional de aprobación de la decisión presidencial de recuperar para México el petróleo. Estoy casi seguro de que muchos intereses se opusieron a la expropiación, tanto extranjeros como nacionales. Algunos, como los británicos criticaron, seguramente, la medida nacionalista de Lázaro Cárdenas que tan mal ejemplo  daba a otros países tradicionalmente explotados por la Gran Bretaña. Y no faltó hasta un escritor tan importante como Graham Greene que escribiera páginas muy agresivas contra México, pero sí estoy seguro de que el pueblo mexicano estuvo con el Tata. Todo esto viene a cuento por la situación actual de un país dividido respecto a la propuesta de reforma energética defendida por, evidentemente, sus promotores, pero también por ciertos sectores del empresariado mexicano y por su brazo político, que es el PAN. Un debate que encuentro confuso, difuso y profuso en torno a este tema de suprema importancia. Debo admitir que desconozco, como la mayoría de los mexicanos, los detalles y sobre todo los alcances posibles de dicha reforma. Encuentro el tema lleno de dificultades técnicas difíciles de entender para los no especialistas, es decir, la mayoría de nosotros. A lo mejor, no lo sé, esa reforma sería conveniente; lo que sí sé es que ha sido pésimamente presentada al pueblo de México por los altos burócratas egresados de las nuevas fuentes del alto saber tecnocrático como el ITAM, Chicago o Harvard. Todos ellos muy superiores intelectualmente a todos nosotros egresados, si bien nos fue, de una universidad pública. El hecho es que, si la idea es buena, no se ha sabido vender y ha provocado una inquietud y un nerviosismo en un público que ya ha sufrido tantas y tantas decepciones de sus gobernantes. Un público que, aunque supuestamente manipulado por el imperio mediático, lamentablemente todavía tiene memoria, que aún se acuerda de muchas cosas. Alguien me decía que México tuvo alguna vez pueblo y que nunca formó un proletariado politizado y consciente y que ahora sólo tiene un teleauditorio. Cierto, pero ese teleauditorio no está totalmente alineado a lo que se le ordena pensar. Y el hecho es que confusamente existe el temor de que la reforma conduzca a no sabemos qué consecuencias. Y ante la evidente falta de consenso y de entusiasmo popular lo más sensato, me parece, es no precipitarse, que hay más tiempo que vida, y lograr, si es posible, ese consenso. Recordar la sabia máxima de los jesuitas: en caso de duda mejor abstente. O la fórmula de Churchill de que en política también se vale simplemente flotar.