Sancionarán con cárcel a quien proteste
Hemos tocado fondo, con el riesgo de recaer.
J. C. Díaz (economista)
Regino Díaz Redondo
Madrid.- La Ley de Seguridad Nacional es una ley mortaja. Pretende el gobierno impedir las manifestaciones públicas y las huelgas porque son “dañinas para el bienestar nacional”.
En los ministerios de Justicia e Interior se elabora una normativa que tiende a poner coto a cualquier protesta que no haya sido autorizada por el gobierno. Podrá meter a la cárcel a quienes no cumplan con las aberraciones que en ella aparecen y terminará con la libre expresión pública que ampara los derechos humanos universales.
Por si no se le había visto la cola, Rajoy muestra la verdadera intención de un gobierno anacrónico, enemigo de las garantías individuales, para imponer la ley del silencio y de la obediencia a los españoles.
Soraya Sáenz de Santamaría manifestó, a bombo y platillo, que esta ley preservará al país de los indeseables, antisistema que sólo producen inconvenientes y malestar a aquéllos que se dedican a trabajar y producir para sacar adelante a España.
La vicepresidenta agarró las riendas de un caballo sin domar y se echó encima la obligación de anunciarlo. Un articulado similar utilizan siempre las dictaduras para evitar que se castigue la corrupción, los malos manejos y las nefastas medidas que toma el gobierno.
Ingenuos, llegamos a pensar que era imposible adoptar esa posición pero nada se resiste al neoliberalismo brutal que nos han impuesto. La desesperación de un pueblo dislocado por la furia del desempleo y del hambre va a ser, si se aprueba, ocultada a los ojos de las naciones libres.
En connivencia amoral con políticos y empresarios obscenos, la ley propone medidas punitivas en el terreno económico y encarcelamientos. Se aprehenderá a los que perturben el devenir de las ciudades y pueblos por considerarlos enemigos del tradicional statu quo que tanto penar causó durante el franquismo.
Contra la clase media
En los pocos documentos que se conocen todo indica que los españoles verán cerrarse más puertas a las libertades del ciudadano. Se cuela la información a plazos y a la chita callando para que no levante polvareda y vaya siendo digerida. Otra forma más de engañar a las clases medias y amenazarlas con castigos de los que antes se aplicaban y que ahora reviven los nostálgicos del pasado.
Tenga cuidado de expresar sus dudas y quejas con el rostro bien descubierto. No se admitirán encapuchados y rostros ocultos bajo peinados o pañoletas. El fin es identificar a los insurrectos para proceder, después, contra ellos. A los que experimentamos las delicias del generalísimo en la posguerra, nos ha dado un escalofrío indescriptible.
Habrá que pararse en las esquinas para dar el paso a los convoyes repletos de soldados que irán a reprimir huelgas y malas maneras de una juventud holgazana.
Para variar, los sindicatos no han dicho una sola palabra. Bien ocupados están en la resolución de los problemas que tienen en Andalucía. ¿De la financiación ilegal, qué han hecho los líderes de esa región? Saldrán muy pronto resultados necesarios para la salud obrera.
Cándido Méndez ya pensó en dimitir y Fernández-Toxo debería hacer lo mismo. No pensar en dimitir, sino dimitir en sí y por la mala gestión de los líderes que están a sus órdenes. Aunque de cualquier manera, sus intervenciones ya no tienen peso alguno. Dependen del subsidio público y de las donaciones voluntarias que reciben de organismos cuya legalidad está en entredicho.
Pero un clamor asuela los salones del trabajador en el sur de España. Dejémoslos que gocen de sus butacas un poco más. Después, un puntapié y a la calle. De esta manera vendrán a engrosar la lista de los seis millones de parados que hay en el país.
El gobierno ultraconservador que nos mantiene en vilo no deja de sorprender y todo indica que en este presente y en el futuro habrá mayores y más atrabiliarias leyes que entorpecerán el progreso y el nivel de vida de los currantes. Rajoy y sus ministros están dispuestos a obtener el reconocimiento internacional por su tendencia al estrangulamiento de la mayoría.
Hace dos años creímos que ningún Estado, fuese de uno u otro color, se atrevería a aprobar decretos y leyes tan insultantes y depredadoras como las que están poniendo en marcha las autoridades nacionales. Se alienta el libre comercio que es desarrollo sostenido para crear fortunas de la noche a la mañana.
Están en la calle los que deberían permanecer entre rejas. No van a prisión los que la merecen porque hay jueces venales; se limita la expresión —cuidado con las palabras, que duelen mucho— y se protege a quienes crean fortunas al amparo del chantaje y la mordida, que ya es un común denominador.
La decencia dijo adiós
El dinero no pasa de mano en mano. Se queda en las manos repelentes de seres que nunca caminarán derechos. A cambio de sus genefluxiones, las carteras ya no caben en los bolsillos y la decencia ha dicho adiós y se fue a buscar otras tierras donde anidar. Sigue sin haber créditos. Los banqueros han defraudado a millones de personas.
En los principales bancos del país hay ahorradores que perdieron mucho dinero alentados indebidamente para que compraran acciones inexistentes o ineficientes. En buen lenguaje juglar la miopía de nuestros dirigentes está llevándonos a un callejón sin salida, repleto de aventuras no muy saludables, lleno de improperios y ahíto de desvergüenzas laborales.
Hay empresarios buenos, sí, pero son cada vez menos porque no es productivo trabajar con decencia y respetar a quien tienes a tus órdenes. Eso no da dinero y sí muchos dolores de cabeza. Los consorcios fagocitaron a las pequeñas tiendas en todas partes y geografías; los dueños de las grandes compañías no han tenido ni tienen patria, como ya se sabe, pero ahora lo reiteran con mayor cinismo y menos cuidado.
Patria, igual a dinero, dinero igual a impunidad; bienestar similar a enajenación, enajenación amiga del hambre. Total, el pobre a su casucha, el rico a su palacio construido para rendir homenaje a los trabajadores.
Estamos en un mundo deshabitado de alma y de sentido común. Vivimos en países empecinados en sojuzgar al que menos tiene. Formamos parte de naciones que se unieron para progresar y están desgajándose, se rompen y romperán con el paso del tiempo.
Hay pocos individuos honestos. Encontrarlos resulta una proeza.
El milagro español que pudo ser fue sólo un maniqueísmo que ofuscó a la mayoría y engañó a la gente que, ilusionada, creyó vivir en el edén, ser rico y conseguir un bienestar superior a lo que la razón y la honradez permiten. El ataque más pronunciado de los corruptos es inculcar a la gente la necesidad de gastar más de lo que tiene para sacar provecho. Con el Documento Nacional de Identidad (DNI) y poco más, cualquier ciudadano podía comprarse una vivienda a plazos, con coche agregado y unas vacaciones en Punta Cana u otros lugares idílicos del Caribe.
¿Quien pudo resistirse a las ofertas de tan sublimes banqueros? Les prometieron una vida de lujo con una sonrisa cínica. Ahora, la hipoteca agobia a todos; los contratos leoninos deben cumplirse y los sueños fueron trampas. El embuste es palabra mágica en mi país. Sobre todo entre los poderosos, los que mandan, los que maldicen, los que entrampan, los que pisotean la debilidad de un pueblo orgulloso. Mienten hasta los que callan porque el mutismo significa complicidad con los asaltantes callejeros.
Hace poco, tener una cuenta en el banco era una aspiración casi inalcanzable, y se luchaba por ello. Ahora, el empleado rehúye depositar dinero en los bancos. Se guarda, literalmente, bajo el colchón o la baldosa más recóndita de su apartamento, si lo tiene. Los bancos, tarde nos damos cuenta, se han convertido en el ojo autoritario de una nueva inquisición. La inquisición que trae hambre y deja ignorantes.
El mileurista ya gana sólo 400 euros al mes. “Es lo que hay”, dicen y se conforman, se conforman mal, no deben conformarse sino expresar su desacuerdo y manifestarlo, propagarlo, hacerlo llegar allá donde vayan, allá donde vayamos, sólo así, así sólo, se podrá salir del pozo en el que estamos, maloliente, a donde vamos a parar los que no transigimos o no transigen con las desigualdades espantosas a que somos sometidos.
La presbicia que sufren los jueces españoles es insoportable y evidente. Hay asuntos que llevan años sin resolverse, y los menores, los que roban en los supermercados, están en la cárcel pocos días después de hacerlo.
Así, continuamente. Mientras, el cancerbero de la Moncloa rumia los problemas que no resuelve.
