Kennedyana/II y última parte

Guillermo García Oropeza

Despedida histórica del año es la conmemoración del primer asesinato de la dinastía Kennedy, allá en el lejano noviembre del 63 en Dallas y que parece parte de una conspiración magistral (que muchos negarán) pero que viene a significar la victoria neoliberal en Estados Unidos y luego en medio mundo.

Visto a distancia el reino de John F. Kennedy, llamado Camelot, es como un modelo de leyenda romántica, es una especie de primavera democrática pero que se desarrolla con una fina sensibilidad estética, perfectamente bien diseñada, y quizá mucho de este esteticismo se deba a la buena educación francesa de Jacqueline Bouvier, esa fina lady que también se siente en compañía de artistas e intelectuales. En contraste con aquella lady populista que había sido la fea pero poderosa Eleanor Roosevelt, Camelot es una corte de príncipes harvardianos pero muy conectada a Hollywood, y será un gran éxito de imagen, quizá el más grande del siglo XX (y lo que va de este triste XXI).

Pero detrás de Camelot quizá no se dieron las grandes conquistas democráticas que había alcanzado Roosevelt y que después prometieron Lyndon Johnson y Obama. Y Kennedy deja a su país metido en el pantano vietnamita y habrá que esperar a los siniestros Nixon y Kissinger que traigan la paz finalmente.

Si en Camelot hay zonas oscuras (la muerte de Marylin entre otras) el hecho es que el proyecto patriarcal fue siempre implacable.

Joseph Kennedy era, simplemente, un gánster mejor conectado que otros, pero gánster al fin. Y basta recordar su aventura en Hollywood como contrabandista rico que no duda en acusar falsamente a un dueño de teatros gringos, el Sr. Panages, para despojarlo de su cadena. Fracasa, pero amante ya de Gloria Swanson, la diosa de la pantalla, insiste al costo de lo que sea en convertirse en millonario del cine, a la larga tendrá que conformarse con la política y ser embajador en Londres… y la promesa presidencial para sus hijos.

Y por cierto que uno de los temas del kennedyato fue el hecho del catolicismo romano del príncipe y del clan. Católicos irlandeses indomables y hay que recordar que en Irlanda el catolicismo es nacionalismo antinglés (como en la Irlanda protestante es de presión) y que Irlanda como Polonia, quizá en un momento mágico, se desprenden por su fe. Y el acceso del primer católico al poder de Estados Unidos hizo correr mares de tinta y más para nada. Después de todo, Estados Unidos es el gran experimento de la tolerancia de múltiples Iglesias.

Por otra parte, ser católico —mucho me temo— no garantiza nada y los más horrendos tiranos incluyendo a Franco, Pinochet, los milicos argentinos, Stroessner, entre otros, han sido buenos católicos, así que Kennedy no fue ni mejor ni peor que sus colegas protestantes y masones. Otro mito destruido. Aunque lo cierto es que el experimento no se ha vuelto a realizar y los presidentes americanos siguen jurando sobre la Biblia del buen rey Jaime.

Pasó Kennedy y con él otra fantasía, en esa política hecha de sueños y palabras…