BELLAS ARTES

 

El mayordomo de la Casa Blanca

 

A la memoria de Francisco Sánchez,

sabio y devoto cinéfilo.

 

Mario Saavedra

Siempre he manifestado un profundo interés por el arte que observa con otros ojos y desde una perspectiva distinta momentos y personajes del pasado, más allá de que un polígrafo como Winston Churchill haya buscado precisamente en el cauce estético —por algo fue Premio Nobel de Literatura— una más humana manera de acercarse a la historia. Ésa es “la verdad de las mentiras” a la cual se refiere Mario Vargas Llosa, en el entendido de que su naturaleza, como decía Levin Schücking, es más filosófica que la de la historia.

En ese tenor se encuentra la película El mayordomo de la Casa Blanca (The Butler, Estados Unidos, 2013), de Lee Daniels (a partir de un inteligente guion coescrito por él mismo y Danny Strong),  a través de los ojos y la voz de un conocido intendente de color en la sede del poder ejecutivo del país más poderoso del mundo que bien sirve de pretexto y guía para revisar más de cinco décadas en la historia contemporánea de Estados Unidos, desde Eisenhower hasta Reagan. En ese contexto, y por obvias razones, una saludable mirada crítica se concentra en torno a la evolución de los derechos y garantías de la comunidad afroamericana en ese territorio, en las abismales diferencias de las comunidades más progresistas del norte con las más reaccionarias del sur, con la presencia protagónica de personajes neurálgicos para la causa como Malcolm X y Martin Luther King… Todo apunta a que hasta sólo en el milenio y la centuria posteriores arribaría el primer presidente de color, a la vista de muchos sectores conservadores que enconadamente seguirán resistiéndose a cualquier cambio, a toda apertura.

El personaje en cuestión es Cecil Gaines (en la vida real Eugene Allen, y a quien da vida el probado primer actor Forest Whitaker), un mayordomo que sirvió en la Casa Blanca durante ocho diferentes y distintas administraciones, desde 1952 hasta 1986, y quien es al menos testigo ocular de las difíciles y no pocas veces controvertidas decisiones tomadas por los presidentes en turno de un imperio plagado de contrastes. Él mismo indignantemente pasivo y temeroso en su afán por conservar una posición privilegiada con respecto a cuanto viven sus iguales de raza, a tal grado que se convierte si no en detractor, en cambio sí en juez de las acciones emprendidas por su hijo activista entre los Panteras Negras, el director no deja de ser autocrítico con los de su condición, recordándonos que tampoco se puede ser autocomplaciente cuando quien se somete no impone ninguna reacción por romper las ataduras y cambiar el rumbo de la historia, como de alguna manera actúa Gaines dentro de un templo de cristal las más de las veces vacunado ante lo que acontece en el exterior, en la vía pública.

Del mismo realizador de la no menos dura y premiada cinta Preciosa del 2009, El mayordomo de la Casa Blanca tiene la virtud de escudriñar, al margen de cualquier signo maniqueo o panfletario, ni mucho menos meloso, un cáncer de la realidad norteamericana heredado desde sus orígenes como nación independiente y promotora a ultranza de los derechos humanos, como una de sus más aberrantes contradicciones de la que por desgracia no estamos nada exentos. Y los recursos artísticos y técnicos empleados están a la altura de las circunstancias (el diseño de producción de Tim Galvin y la fotografía de Andrew Dunn, ambos renglones impecables), en otro eficiente y aleccionador acercamiento más del cine a la historia que bien combina la ficción con lo testimonial, lo propiamente estético con lo referencial, en el entendido de que el arte suele ser espejo de la vida y además nos incita a reflexionar en torno a lo que pasa a nuestro alrededor, por una vía de mayor libertad que por supuesto constituye más su fuerza, que su debilidad.

Con un extraordinario reparto incluso en papeles secundarios y hasta incidentales, a Whitaker lo acompañan la también famosa conductora Oprah Winfrey, Lenny Kravitz, Cuba Gooding Jr., la de igual modo cantante Marian Carey, John Cusack, Jane Fonda, James Marsden, Vanessa Redgrave, Alan Rickman, Terrence Howard, Alex Pettyfer y Robin Williams, algunos de ellos (son los casos, por ejemplo, de Cusack, Marsden y Williams, quienes interpretan a Nixon, Kennedy y Eisenhower, respectivamente) dándole vida a los mandatarios con quienes tuvo vínculo —más estrecho o más distante— el protagonista.

Lee Daniels se confirma con este Mayordomo de la Casa Blanca como un realizador sensible e inteligente, que apuesta por puestas pulcras y coherentes, por proyectos en los cuales el casting y el trabajo con sus actores constituyen buena parte de la inversión, donde el sólido germen literario refrenda esa corriente de que el séptimo arte tiene en el guión buena parte de su éxito, más allá de que prefiera discursos lineales que a muchos les resultan aburridos y hasta obsoletos. El buen cine no responde a fórmulas preestablecidas, sino más bien a la calidad y el acierto de sus componentes artísticos y técnicos en armonía, tras la consecución de un todo unitario que termina hablando por sí solo.