Adriana Cortés Koloffon

Nuestros héroes ocultos
En el 2010, en el marco de las celebraciones del centenario de la unam, Mario Vargas Llosa sostuvo una conversación con José Emilio Pacheco en la Sala Nezahualcóyotl. Por azares del destino y por cuestiones de trabajo, se me encomendó acompañar al autor de Las batallas en el desierto de regreso a su casa. Durante el trayecto, me dijo que los colibríes siempre visitan su jardín y que si no lo hacen, lo considera un mal augurio. Recordé entonces una crónica de Manuel Payno titulada: “El colibrí” que incluye un epígrafe de Jules Michelet: “No me habléis de los soles y de la química elemental. La maravilla de un huevo de un colibrí vale tanto como la vía láctea”. El texto de Payno se inicia así: “Los antiguos mexicanos le llamaban huitzilin (chupa espinas), los españoles tominejo, o picaflor, y colibrí, palabra tomada de las islas. Nosotros conocemos a esta primorosa ave con ese nombre y con los de chuparrosa, chupamirto y pájaro mosca”.
Los colibríes fueron el pretexto para preguntarle a José Emilio Pacheco, gran conocedor de nuestros autores del siglo XIX, su opinión acerca de ellos. Reconoció su labor encomiable: la mayoría de ellos desempeñaban sus respectivos trabajos a la vez que eran escritores prolíficos y periodistas, así que debieron hacer un esfuerzo notable, recuerdo que dijo. Su labor es aún más admirable si se toma en cuenta que carecían del apoyo de las becas del Sistema Nacional de Creadores del conaculta, institución inexistente en ese entonces.
Recientemente, dentro del programa Conecta, campus del pensamiento organizado por la Coordinación de Difusión Cultural de la unam, en su conferencia titulada “El héroe y su libertad condicionada”, Vicente Quirarte comparó a los héroes liberales del XIX con “navajas suizas” que “todo lo saben hacer”. En efecto, su legado abarca lo mismo ensayos políticos que literarios, obras periodísticas, dramáticas, de poesía y de ficción. Zarco, se sabe, fue una figura señera en la creación del alma de la Constitución de 1857, como apuntó Quirarte en su ponencia donde también se refirió a nuestras “herencias ocultas”: título de un libro de Carlos Monsiváis.
“¿Por qué herencias ocultas?”, se pregunta Monsiváis en el prólogo del volumen citado y responde: “Porque, entre las razones de la modernidad, tan olvidadiza, del analfabetismo funcional, tan ubicuo, y de la inaccesabilidad de libros y colaboraciones periodísticas de otra época, ha quedado en las sombras demasiado de lo fundamental de grandes escritores del siglo XIX”.
La lista es larga: Fernández de Lizardi, José Tomás de Cuellar, Manuel Payno, Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Francisco Zarco, Ignacio Manuel Altamirano, Vicente Riva Palacio, Federico Gamboa, entre otros. Si bien es posible atribuir a la tardanza editorial el conocimiento de los autores del XIX, también es cierto que después de la publicación de Las herencias ocultas (2000) a la fecha, se ha incrementado de manera considerable la producción editorial de sus obras por el fce, conaculta a través de su Dirección General de Publicaciones, la unam y Esfinge, entre otras instituciones y editoriales.
“¿Por qué una nación —se pregunta Monsiváis— y sus grupos culturales dejan en penumbras lo escrito en momentos tensos y trágicos o conformistas y sumisos?”. Si hoy es ilegible muy buena parte de la literatura decimonónica, explica el cronista, “a causa de la hinchazón retórica y sentimental (para no hablar de la franca cursilería), otra parte es aún actual, y muy provechosa)”. La literatura mexicana del XIX, puntualiza el escritor, hace las veces de “consultorio sentimental, de prontuario de costumbres y tradiciones, de expediente de los entretenimientos o las bufonerías, de técnicas descriptivas de paisajes y estados de ánimo, de enlistamiento de las deudas con el Espíritu, de escuela de los estilos de educación y amor, de aprendizaje de la catarsis”.

Gamboa y Santa
Una de las novelas del XIX más leídas hasta la actualidad es, sin duda, Santa. Adriana Sandoval, encargada de la selección, el estudio preliminar y la cronología de la antología general de Federico Gamboa en la serie Viajes al siglo XIX (fce / Fundación para las Letras Mexicanas / unam) atribuye su éxito, en parte, a su “corte melodramático” porque al final “Santa es perdonada luego del largo sufrimiento de su vida como prostituta, después de haber gozado de fama y dinero. Como sucede en los melodramas, en la lucha eterna entre el bien y el mal, triunfa el primero y se restablece el equilibrio cósmico. Santa vuelve a sus orígenes, a Chimalistac y es enterrada junto a su madre. Happy ending, así sea en la vida después de la muerte”. La investigadora agrega: “Como han señalado ya críticos como José Emilio Pacheco y Margo Glantz, en Santa Gamboa escribe sobre temas escabrosos, pero de manera velada y hasta púdica. Sugiere más de lo que describe. Es decir, apela a la imaginación del lector”. Se sabe que la imaginación “es una herramienta muy poderosa”, puntualiza Sandoval y añade: “basta recordar el juicio a Flaubert, debido, entre otras cosas, a un capítulo en el que no describía nada, pero dejaba abierta a la imaginación del lector lo que sucedía en un coche que se paseaba por las calles de Rouen con las cortinas bajadas, ocupado por Emma Bovary y su amante León”. Con todo, Adriana Sandoval no considera que Santa sea el mejor texto de Gamboa. “Me quedo con Impresiones y recuerdos”, advierte, y reconoce que con excepción de la novela citada de Gamboa se lee poco el resto de su obra. “Luego de las ediciones de muchas de las novelas de Gamboa con su amigo editor Eusebio Gómez de la Fuente —aclara—, tuvieron que pasar muchos años para que en 1965 Francisco Monterde las reuniera para el Fondo de Cultura Económica. Años después, en la década de los noventa, conaculta publicó siete volúmenes de los diarios del escritor”. Para Sandoval, el tomo autobiográfico Impresiones y recuerdos es “de lo mejor del escritor, con el iluminador prólogo de José Emilio Pacheco”. Fuera de Santa, explica, “las otras novelas son un poco largas, el estilo es tal vez un poco pesado para los lectores del siglo XXI. Además, ya en el siglo XX se le catalogaba como porfirista y huertista, dos etiquetas onerosas”. En el 2000, Guadalupe García Barragán editó en la UNAM las obras de teatro del escritor. Actualmente, Sandoval tiene en prensa también en la UNAM, las primeras crónicas periodísticas y un texto llamado Confesiones de un palacio, “de carácter histórico, que se publicará completo por primera vez”, determina la investigadora.
En una época de pugnas entre liberales y conservadores, ¿qué postura adoptó Gamboa? “Tuvo una adolescencia y juventud algo licenciosa y desenfadada —sostiene Sandoval—. A partir de su matrimonio en 1898, pero de manera señalada en 1903, regresa a la práctica católica. Por su participación en el gobierno de Porfirio Díaz, y por sus convicciones religiosas y políticas, podría decirse que fue conservador. Sin embargo, uno de sus temas literarios es el reconocimiento del instinto sexual, tanto en hombres como en mujeres, lo cual apunta a una posición de vanguardia con respecto a estos temas”. El adulterio es un tema que “recorre la narrativa de Gamboa”, opina Sandoval, por lo demás, “ampliamente discutido en la prensa, tanto nacional como extranjera, junto con el divorcio”. Además, agrega, el XIX “es el siglo de las novelas sobre el tema, con maravillas como Madame Bovary —la primera—, Anna Karenina, El primo Basilio”.

El XIX en el XXI
Entre los investigadores de la literatura mexicana del destacan Blanca Estela Treviño, José Emilio Pacheco, Vicente Quirarte, Margo Glantz, Clementina Díaz y de Ovando, Guadalupe García Barragán, Adriana Sandoval y muchos otros especialistas. En la década de los noventa se publicó la colección Ida y regreso al siglo XIX (unam). Es una lástima que varios de sus títulos no se hayan reeditado. Recientemente, la editorial Esfinge en coedición con el conaculta y el inba publicó en cinco volúmenes una selección de cuentos mexicanos del XIX clasificados por movimientos que van desde el romanticismo, naturalismo y realismo hasta el modernismo y su decadencia. La serie fue coordinada por Blanca Estela Treviño encargada, junto con Dulce María Adame y Alfredo Pérez, de la presentación y la selección de textos y notas. Se incluyen prólogos de los compiladores, así como de Vicente Quirarte y Belem Clark de Lara. Asimismo, el conaculta cuenta con una vasta colección de obras completas de autores del siglo XIX. Destaca el trabajo de edición de las obras de Ignacio Ramírez, Manuel Payno y Guillermo Prieto a cargo de Boris Rosen Jelómer. Muy recomendable es la edición del filólogo Manuel Sol de Los bandidos de Río Frío con prólogo de Margo Glantz quien sostiene que en su novela “Payno recrea el pasado, reconstruye una sociedad que en apariencia ha desaparecido casi totalmente cuando la describe, recrea la etapa de la anarquía con su trasfondo indisoluble de huérfanos y bandidos, y al hacerlo, demuestra que, en resumidas cuentas, las cosas en México no han cambiado tanto” (La Jornada, 17 de noviembre, 2011). En el artículo periodístico mencionado, la escritora evoca el siguiente pasaje de Los bandidos… donde uno de los personajes, Relumbrón, es encomendado por el presidente de la República para proteger a los viajeros que transitaban por la carretera de México a Veracruz a partir de lo cual, afirma la escritora, “organiza una amplia red criminal” con el pretexto de que “…la mitad de todos los habitantes de este país —Glantz cita un párrafo de Los bandidos…— ha nacido para robar a la otra mitad y esa mitad robada, cuando abre los ojos y reflexiona, se dedica a robar a la mitad que la robó, y le quita no sólo lo robado, sino lo que poseía legalmente”. Carlos Monsiváis tenía razón: la literatura mexicana del XIX es actual y provechosa.