LA SOMBRA EN EL MURO
Humberto Guzmán
La muerte siempre nos sorprende. Es tan conocida, tan temida, por eso tan nombrada, y aun así siempre nos pega por sorpresa. Dicen que los mexicanos juegan, se burlan de la muerte. Un mito de tantos. Parece eslogan de turismo. Estoy seguro que en cualquier otro pueblo se dará una afirmación por el estilo. Pero la muerte a veces, inevitablemente, nos parece peor de lo que es, como es el caso que me ocupa.
José Emilio Pacheco ha muerto . Y me impresionó como si él no estuviera destinado a morir. Algo similar me pasó con Octavio Paz en 1998 o con Salvador Elizondo en 2006. Otro muerto notable para mí, mi amigo Rubén Salazar Mallén, hace muchos años, doblemente triste porque me enteré, casualmente, por una escueta noticia del periódico. Tantos amigos han muerto ya.
En mis escritos he hablado o tocado a la muerte; en mi última novela, La congregación de los muertos o El enigma de Emerenciano Guzmán (noviembre 26 de 2013) se da una presencia constante de la muerte, como sugiere el título —y no es burlesca—. Aun así, la de José Emilio Pacheco, acaecida el domingo 26 de enero, a las seis y veinte de la tarde, fue un duro golpe. Pensaba llevarle la novela citada. Ya no me dio tiempo. Siempre me pasa; siempre llego tarde. Se me va la gente, se me van las cosas.
José Emilio Pacheco era generoso, apreciado por sus lectores. Públicamente, no insistía mucho en política, al contrario de algunos amigos suyos de generación. En 1968 le llevé a La Cultura en México —que dirigía—, en la revista Siempre!, uno de mis primeros cuentos. Lo publicó. Una vez le llamé por teléfono para pedirle que me recomendara en mi solicitud para la beca Guggenheim. ¡Merecidísimo!, dijo como respuesta. Pero no, no era tan merecido, no se me concedió. Pero él demostró una vez más su benevolencia. Tampoco se me hizo verlo con frecuencia, no lo buscaba yo porque quizás me intimidaba su enorme cultura, su oficio para escribir en varios géneros, su dedicación a la literatura. Cierto día lo escuché quejarse de que sus libros no se vendían. Afortunadamente, se equivocaba. Sus libros han sido valorados por la crítica y por los lectores, tal vez estos últimos después de aquella afirmación que debió haber sido por 1969 o 1970.
Se habla del poeta José Emilio Pacheco, que también escribía narrativa, ensayo y era traductor. Prefiero decirlo al revés y no por menospreciar a la poesía. Era un escritor de novelas, cuentos y también escribía poesía y ensayos.
En otra ocasión comentó, no recuerdo si a mí o a alguien más que estaba presente, que Carlos Monsiváis, amigo suyo, le había preguntado para qué había escrito su novela Morirás lejos (1967). Creo que Morirás lejos es una novela importante, como Farabeuf o la crónica de un instante, de Elizondo. Ambas muestran influencia de la corriente nouveau roman, de la mitad del siglo veinte francés. En la de Pacheco se nota una lectura de esta corriente más detallada.
Pacheco me impresionó en los años sesenta, porque leí Como es, de Samuel Beckett, traducido por él y publicado en Mortiz de Joaquín Diez Canedo. No cualquiera se ha atrevido, en México, a traducir a este gran escritor vanguardista de la primera mitad del siglo pasado.
Parecía que Pacheco todo lo que intentaba en literatura lo hacía con corrección. Siempre tuvo premios literarios, empezando por el Xavier Villaurrutia (1973, El principio del placer), pero en los últimos años se le multiplicaron, nacionales e internacionales. Esto suele despertar envidias. Aunque Pacheco era conocido por su modestia, escuché a alguno hablar mal de él, lo quería más “comprometido”, no dijo ese alguien de qué manera, pero entendí que políticamente. Supongo que Pacheco tenía, como todos, sus ideas sobre ese tema. Pero a la literatura le daba autonomía, no la ponía al servicio de nada, ni aprovechaba su condición de escritor respetado o conocido, para hacer propaganda.
En fin, quiero decir que José Emilio Pacheco, Premio Cervantes 2009, era un escritor, un intelectual, muy completo. (Publicó su primer cuento en 1958.)
Apreciado, por fortuna, entre un buen número de lectores, como en el medio literario-cultural; lo que se observará en los días siguientes de su lamentable deceso. No tengo duda de que lo vamos a extrañar. Aunque siempre se podrá volver a su obra literaria.