BELLAS ARTES

Del talentoso guionista y realizador canadiense Jean-Marc Vallée

Mario Saavedra

Emparentada sólo con algunas cuantas películas que desde distintos ángulos se han propuesto abordar con compromiso y tras una postura crítica los abusos y pifias de los sectores más conservadores y homofóbicos en relación al tratamiento —en todas sus posibles aristas— de los grupos más vulnerables de contagio del virus de inmunodeficiencia humana y los pacientes que llegan a sufrir los devastadores estragos de una enfermedad como el sida, de sus afectaciones directas y colaterales, El club de los desahuciados (Dallas Buyers Club, Estados Unidos, 2013), del talentoso guionista y realizador canadiense Jean-Marc Vallée, se centra en las consecuencias del manejo que desde los orígenes de la epidemia le dieron ciertas autoridades y poderosos laboratorios médicos más interesados en sacar rajatabla política y hacer negocio de una calamidad para nada tratada desde una perspectiva de salud ni mucho menos humana.

Sin dejar de poner el dedo en la llaga ni descubrir las muchas corruptelas e irregularidades de quienes escudados en la “rectitud moral” sólo se aprovecharon de las circunstancias para llevar agua a su molino y beneficiarse con el dolor ajeno, con la ignorancia de los más como telón de fondo y entonces sí fuera de toda posible ética, esta valiente y sensible cinta muestra la lucha intestina —económica y moral— entre la FDA (Food and Drug Administration, instancia regulatoria de los medicamentos en Estados Unidos), los médicos y los propios pacientes. Se trata del testimonio de Ron Woodroof, personaje real que en su condición de enfermo y víctima se atrevió a levantar la voz cuando apenas la problemática empezaba a mostrar sus múltiples fauces de afilados dientes, dentro de una sociedad históricamente conservadora como la del estado sureño de Texas, de una realidad de aguas removidas y convulsas de las que incluso él mismo llega a sacar provecho.

Director de otras interesantes cintas como El joven Victoria y Café de Flore, Jean-Marc Vallée rescata con este Club de los desahuciados un viejo proyecto que casi se había empezado a urdir desde los tiempos en que un periodista se había dado a la tarea de atestiguar la experiencia testimonial de Ron Woodroof, poco antes de su muerte acaecida a principios de la década de los noventa, y si bien sabemos ahora que abortó en dos ocasiones por factores presupuestales (a partir de un guión original de Craig Borten, con Woody Harrelson y Brad Pitt como sus respectivos protagonistas), lo cierto es que lo escabroso del tema y de su tratamiento influyó notablemente para su no consumación, aparte de una adicional circunstancia de manejo de derechos de autor que se sumó a su fracaso. Vallée lograría por fin salvar estos escollos y salvar una empresa que de origen prometía mucho.

Dallas Buyers Club vuelve a pulsar hondo con respecto a la fobia de la que sigue siendo víctima la llamada población LGBTI, a los muchos prejuicios de una sociedad que si bien ha andado terreno gracias a la labor y la obra de sus grupos progresistas, desgraciadamente todavía mantiene el oprobioso rezago de muchos otros sectores dominados por la sinrazón y la ignorancia, por la testaruda opacidad de una idiosincrasia oscurantista. En una generosa lección de vida, de la vida dura y cruel que nos pone a prueba sin opción alguna de respiro, el mismo electricista y practicante de rodeo Ron Woodroof, en un principio machista y homófobo, pero igualmente alcohólico y drogadicto, promiscuo e irresponsable, termina por hacerse sensible a una condición tan expuesta como la suya, de la mano de un transgénero (Rayon) que antes se sensibiliza de la suya y es uno de sus escasos cómplices en una obra de salvamento que parece imposible. El director y guionista no teme ser crudo con un tema incómodo, pisar callos y zaherir la sensibilidad maniquea de quienes en una doble moral se puedan ya sea indignar o sentir violentados.

Hecha con todo cuidado para reproducir una época y un ambiente específicos, la ciudad de Dallas en la década de los ochenta, apenas con la problemática encima y la conducta errática de los más de los grupos involucrados, sobre todo de quienes pensaban ver los toros desde la barrera y se resistían a reconocerse como parte de una realidad que de una u otra manera los implicaba, Jean-Marc Vallée consigue con El club de los desahuciados un melodrama que además convence y emociona por su sólida puesta en escena, por el aquí auténticamente revelador trabajo de los más de sus intérpretes en partes casi emblemáticas. Es el caso, sobre todo, de los dos protagónicos Ron Woodroof y Rayon, a quienes dan vida, respectivamente, el apenas antes cumplidor actor tejano de comedias románticas de medio pelo Matthew McConaughey que impacta por una actuación pletórica de matices y sacrificios que las más de nuestras “figuras” se resistirían a acometer (nominado al Oscar como Mejor Actor, va en franco camino al triunfo), y el también popular músico de rock alternativo Jared Leto que acomete una no menos sólida e impactante transformación al dar vida a un transgénero tan autodestructivo como entrañable.

Testimonio de una voz altisonante que se resistió a ser pasiva y dejarse morir tras la negligencia y la ambición de los oportunistas, Dallas Buyers Club vale la pena verse con amplitud criterio y sensibilidad, porque si bien ya vivimos tiempos diferentes a los prevalecientes cuando irrumpieron el VIH y el sida —desgraciadamente no podemos aplicarlo a nuestra realidad nacional ni mucho menos de manera generalizada—, no hemos logrado erradicarlos en su amplio espectro de afectación, sobre todo en sus males colaterales de ignorancia y discriminación, de lo cual Rusia y otros países musulmanes dan claro ejemplo. Por desgracia la batalla todavía no se ha ganado, y Vallée pone su grano de arena para lograrlo; sus varias nominaciones en importantes certámenes lo constatan.