Crimea y “Occidente”

Guillermo García Oropeza

Escribo esto en pleno suspenso de la reunificación de Crimea a la patria rusa para gran berrinche de “Occidente”, que se ha expresado en una guerra mediática de condena al malvado Putin, aunque esa guerra todavía no haya pasado no dijéramos ni a caliente mas ni siquiera a tibiecita.

Por allí ha anunciado Obama unas sanciones que nos parecen risibles y los europeos desde Bruselas también han amenazado con otras sanciones propias, aunque la jefa de Europa, esa Ángela Merkel que vino de la Alemania Oriental y que habla tan bien el ruso, no parece exactamente muy aguerrida en sus declaraciones.

Visto traviesamente desde México parecería nadie en “Occidente” está dispuesto a morir por una Crimea ucraniana y dejar los placeres de la sociedad de consumo (aunque cada vez menores) para enfrentarse al ejército ruso. Ni siquiera los yanquis que están dispuestos a luchar por Ucrania hasta el último europeo. Y aunque se habla de legitimidad y de los derechos sagrados sobre la península se olvida la larga pertenencia de esa Crimea a la Rusia, primero zarista y luego soviética, pertenencia que va, como lo dijimos en Cuesta Abajo, hasta el tal Potemkin (me refiero al amante de Catalina la Grande, no al acorazado cinematográfico) y que ya va por los doscientos veintitantos años.

Pero mientras se calienta esta guerra de palabras y sanciones tan indignadas moralmente, tenemos tiempo para tratar de entender que significa eso de “Occidente” y que ahora incluye hasta la misma Polonia y las tres miniaturas de repúblicas bálticas que yo pensaba que estaban en el Oriente europeo. Y si mal no recuerdo por “Occidente” se ha querido entender a Estados Unidos, Canadá y los países europeos que pasaron a estar bajo la hegemonía de Washington tras de la Segunda Guerra Mundial, países todos de lo más democráticos y neoliberales aunque estén en la quinta pregunta como España, Portugal, Italia y Grecia.

Sucede que la política de “Occidente” dictada desde la Casa Blanca está muchas veces en contra de viejas alianzas que unieron, por ejemplo a Francia con la Rusia zarista y con la URSS, alianza que, por acordarnos de algo bonito le dejó a París el maravilloso puente Alejandro así nombrado en honor de uno de los antecesores del zar Putin, y eso para no hablar de la tradición socialista francesa traicionada hoy por un Hollande que no es, obviamente ni un pacifista Jean Jaurés ni un revolucionario Léon Blum de otros tiempos y otras guerras, sino un dócil europeo junto con el siniestro Rajoy o el frívolo prime minister de la Gran Bretaña y aquí me duele —anglófilo literario como soy— ver a esa Gran Bretaña convertida en colonia yanqui o como decía un amigo londinense ver la Isla amada reducida a ser un portaviones de los Estados Unidos.

¿De veras puede Alemania pelearse con Rusia? ¿Qué pasará con esa locomotora de Europa si los malditos rusos le cierran la llave del gas y le cierran su mercado? Porque a las sanciones de “Occidente” seguirán las del Kremlin y las van a pagar los europeos .Y nosotros desde la barrera mexicana viendo muy a gusto el espectáculo. Mientras la guerra, claro, no se caliente.