¿Querrán morir los europeos y los yanquis por Crimea? Hagan sus apuestas.

Potemkin, Potemkin

Guillermo García Oropeza

En un mundo que está como siempre, revuelto y confuso y donde no se han podido implantar los órdenes y que se regocija en ofrecernos sorpresas inesperadas, de pronto nos amanecemos con las noticias de una Ucrania lejanísima y de la que ignorábamos casi todo, y en donde un conflicto de ésos que tan frecuentes son en el panorama político provoca una situación que podría tener consecuencias inimaginables.

Y es que en Ucrania —que cuando yo crecía era parte de la URSS y que es ahora república independiente y que era gobernada por un régimen pro ruso—, la oposición que es pro europea logró que el presidente huyera a Rusia y formó a toda prisa un nuevo gobierno. Todo esto con beneplácito de la Europa Unida y de los eternos Estados Unidos que se meten en todo y en todo el mundo. Y los europeos —cuya absurda capital es Bruselas, que es una ciudad demasiado mediana para gobernar esa infinita complejidad que es Europa— seguramente ya contaban con añadir Ucrania y su rica agricultura a sus conquistas en el Este del continente.

Con lo que no contaban es que Putin es uno de los pocos líderes mundiales, que tiene aquello que el corrido mexicano llamaba “lo mero principal” —lo que podríamos llamar tamaño y pantalones bien puestos—, no está dispuesto a que una Crimea que es muy rusa termine bajo los edictos de Bruselas… y Washington. Así es que el buen Vladimir manda su poderoso ejército a la frontera ucraniana poniendo a temblar a ese Occidente que ha sido el enemigo solapado de Rusia, que si bien ya no es comunistas ni soviética sigue siendo, ni modo, Rusia inmensa y diferente.

Y esta noticia de la prensa nos lleva a recordar las razones históricas que apoyan a Putin y a la mayoría rusa en Crimea, península clave en el Mar Negro y antesala de los mares tibios que han sido siempre meta de los zares y sus sucesores, soviéticos o demócratas. Porque si Crimea era frontera lejana en la mitología griega y luego invadida por mongoles y turcos, fue ganada muy a lo varón por un curioso personaje que se llamaba Grigori Aleksandrovich Potemkin (1739-1791), que fue el amante quizá más importante de Catalina la Grande, tan dada a las conquistas de varones y de territorios.

Y Potemkin, el Serenísmo, tras de satisfacer a la voraz Catalina, tuvo energías para acumular una gran fortuna, ganar guerras y darle a Rusia un ejército moderno y una gran flota militar así como ofrecerle en 1786 como gran regalo la Crimea a Catalina, la que organizó una famosa gira para conocer su nueva posesión, gira en la que Potemkin, a la manera de nuestros políticos, hizo obras (algunas con la pura fachada) para impresionar a la soberana y cortejo que la acompañaba. Y tras de que Potemkin le diera su nombre a la película más bella de Eisenstein, podrá ver desde donde esté cómo otra gran flota rusa está en Sebastopol y otro ejército ruso a las puertas de Crimea. ¿Querrán morir los europeos y los yanquis por Crimea? Hagan sus apuestas queridos lectores.