Galardonados, con estatuillas, dos mexicanos más: Lupita Nyong’o y Emmanuel Lubezki
Mario Saavedra
Si bien la dura y espléndidamente bien documentada y hecha cinta Doce años de esclavitud (12 years a sleve, Inglaterra-Estados Unidos, 2013), tercer largometraje del realizador británico Steve McQueen (homónimo del célebre actor estadounidense muerto en Ciudad Juárez, en 1980), fue considerada como la Mejor Película en la pasada entrega de los Oscares, con la estrujante y reveladora interpretación de la bella actriz de color keniano-mexicana Lupita Nyong’o que causó sensación al levantar la estatuilla como Mejor Actriz de Reparto, lo cierto es que el filme de la noche fue ni más ni menos que Gravedad (Gravity, Estados Unidos-Reino Unido, 2013), del reconocido director mexicano Alfonso Cuarón.
Con siete premios (director, banda sonora, cinematografía, montaje, mezcla de sonido, edición de sonido y efectos visuales), de un total de diez nominaciones (además, película, actriz y diseño de producción), Gravedad se convirtió en la película triunfadora en la pasada 86 entrega de los Oscares. Sin ser el cine que yo preferentemente busco o más me interesa, esta cinta de ciencia-ficción del talentoso y experimentado realizador Alfonso Cuarón sorprende por tratarse de uno de esos proyectos que impactan e impresionan por la creatividad y la osadía de quien se atrevió a imaginarla, a concebirla, a promoverla —conseguir su financiamiento fue ya un reto titánico— y ejecutarla. Por el estilo de esa otra gran proeza que en su tiempo fue 2001: Una odisea del espacio, del genio de Stanley Kubrick, de 1968, y si bien el célebre realizador norteamericano contó con una fuente literaria de Arthur C. Clarke, la empresa de nuestro coterráneo ya ha sido calificada por especialistas de la NASA como la mejor y más sorprendente película sobre el espacio.
Escrupuloso y generoso
Director si no prolífico, en cambio sí escrupuloso, y generoso promotor a ultranza de otros proyectos ajenos, Alfonso Cuarón llamó la atención desde su debut con la ya francamente antológica y referencial cinta del llamado nuevo cine mexicano, Sólo con tu pareja, de 1991, que lo catapultaría como miembro de una triada de jóvenes directores —junto con Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu— signada por el talento a flor de piel, por la creatividad apuntalada en una vocación irrefrenable y una sólida preparación, por una ejemplar seguridad en sí mismos —en sus respectivas cualidades y voluntades— que los llevó a picar piedra y triunfar sin restricciones de índole alguna en otras difíciles y competidas industrias cinematográficas.
Con este gran triunfo inobjetable de Cuarón se premia a una generación especialmente talentosa y aguerrida, visionaria, que con este gran proyecto del también creador de Y tu mamá también, de otros dos no menos ambiciosos precedentes anglosajones como La princesita y Grandes esperanzas, constata que los sueños sí se pueden hacer realidad, si se asumen con trabajo y voluntad, con carácter y confianza, con persistencia y rigor metódico.
A partir de una idea original y con guión del propio Alfonso Cuarón y su hijo Jonás, Gravedad es un claro ejemplo de que la creatividad y el talento ciertos no tienen límites, de que cualquier lenguaje artístico puede convertirse en fuente inagotable de revelaciones y emociones múltiples, en este específico caso constatándonos una vez más lo pequeños y frágiles que en realidad somos los seres humanos, como parte de una condición que consuetudinariamente se solaza en su ilusionario homocentrismo, en su necia megalomanía, en su obcecada racionalidad.
En el infinito firmamento, de cara a una naturaleza extraña que sólo responde a sus instintos y por lo mismo se manifiesta más sabia, Gravedad actúa a manera de metáfora del ser humano que ya no pisa firme y por lo mismo se siente fuera de órbita, descobijado, en su más ingente estado de orfandad, como cuando por ejemplo nos subimos —en una acción ya casi cotidiana pero que nos sobrepasa— a un avión.
Y en esta gran producción que es Gravity, Cuarón ha vuelto a contar con la no menos indomable creatividad de ese otro gran talento mexicano que es Emmanuel El Chivo Lubezki, quien aquí aporta un diseño de fotografía —de cinematografía, dicen los anglosajones— que condensa la presencia de la materia y de los personajes en vilo en la infinitud del cosmos, en una simbiosis de exquisita poesía visual y brutal tragedia física y existencial que devora la pantalla, desquiciando nuestros sentidos y a la vez evidenciándonos un profundo estado de indefensión metafísica. Con la asesoría de especialistas en el tema, realizador y fotógrafo reproducen a la perfección, con toda la mano, de manera impecable, lo que en el espacio y fuera órbita sería una hecatombe de tal naturaleza, con el milagro —“la suma de circunstancias alineadas”, dirían los científicos— de quien en solitario (una Sandra Bullock soberbia e intensa, en el mejor de sus trabajos) logra regresar y volver a poner los pies sobre la tierra.
Sin precedentes
Todos los demás rubros premiados (mezcla de sonido de Glenn Freemantle y edición de sonido de un amplio equipo de cuatro creativos técnicos, montaje de Mark Sanger y el propio Cuarón, más la banda sonora no menos envolvente de Steven Price, y por supuesto los efectos visuales sin tacha de otro plural grupo de artistas) contribuyen a hacer de Gravity, de un Alfonso Cuarón orgullosamente mexicano pero dueño solitario —autor intelectual y creativo— de este éxito sin precedentes que nadie le puede escatimar ni mucho menos pretender hacerlo suyo, un fenómeno y un parteaguas en la historia del cine, mucho más que otras publicitadas experiencias que como el en su año multipremiado Titanic, de James Cameron, deslumbraron a los miembros de la Academia de Ciencias Cinematográficas de Hollywood. Cuarón y su Gravedad lo constataron en los certámenes previos que suelen avisar lo que está por venir. ¡Enhorabuena!

