Otra vez Crimea
Guillermo García Oropeza
Serán los años, lo admito, o será que todo ha cambiado y ya no lo entiendo, pero el hecho es que lo que está sucediendo a nivel nacional y mundial queda absolutamente fuera de la lógica de la historia en la que yo confiaba. Por más dolorosa, dejo la situación nacional para otro día y me detengo en esa situación demencial que ha resultado ser esta cosa de la Crimea que amenaza con estar sólo empezando y que nos promete todavía muchas emociones.
De momento, el zar Putin parece estar ganando la partida de ajedrez geopolítico de la tal Crimea que regresa al seno de la madre rusa a la cual pertenecía desde los años felices de Catalina la Grande (o el Grande, como la llamaban los franceses), y pese a los berrinches y amenazas de Occidente (léase Washington) ondea en la Península del Mar Negro la tricolor bandera rusa; aunque el flamante presidente de Kiev (a quien por cierto la figura no le ayuda, como decía el tango) casi le declara la guerra a Putin, esto no impide que ahora en la Ucrania del Este, también con abundante población y raíces rusas, se proclama la independencia con respecto a Kiev y se pide que Putin aparezca como héroe.
Y luego se entera uno de que en las repúblicas bálticas, aquéllas de Estonia, Letonia y Lituania, la población rusa suspira por regresar al orden de Moscú y dejar de jugar a los paisitos, mientras que por otro lado la OTAN —que según yo sabía que se había creado para defender el Atlántico Norte— amenaza por medio de su jefe noruego con enfrentarse al Monstruo del Este, de nuevo el tal Putin, el que con excepción de ese gran macho europeo que es Ángela Merkel —quien a su vez viene de la antigua Alemania socialista—, todos los líderes de Occidente, desde Hollande hasta Rajoy, incluyendo a ese negro tan blanco que es Obama.
Todos estos me parecen poco impresionantes si los comparamos con el zar Vladimir, quien se formó en la gran escuela de la KGB, pero que ahora se lleva, diríamos pintorescamente en México, de piquete de ombligo con el patriarca de Moscú, que entiendo que se llama Kiril y que es su gran aliado porque ahora —Dios mío, ya no entiendo nada— Putin es un gran líder cristiano y defensor de la ortodoxia y profeta de la Tercera Roma, defensor también de la moralidad cristiana en asuntos como la intolerancia con esa homosexualidad que tan protegida y promovida es en el Occidente cristiano.
Y todo en una Europa que desde Barcelona hasta Sebastopol se descubre como un continente de minorías que quieren o regresar a su independencia (Catalunya) o integrarse a los grandes Estados en que pasaron gran parte de su historia.
Y todo esto cuando Rusia, China, India y hasta Brasil se ven más prometedores que un Occidente donde fuera de la locomotora alemana todo parece estar descompuesto.
Y recordando vicios jaliscienses, como el de la jugada en el gran palenque del mundo, me temo que le voy al ruso y no al gringo, porque aunque los neoliberales no lo crean así, la historia y las ideologías todavía no se mueren.