Las empresas del IBEX recortan el 9% de sus empleados y aumentan el 3.5% los sueldos a sus altos directivos.
Jordi Evóle – El Periódico.
Regino Díaz Redondo
Madrid.- La “tercera España” y las elecciones al Parlamento Europeo acaparan la atención de este masoquista pueblo español que está harto de serlo y que pronto tendrá suficientes argumentos para utilizar la violencia como única arma de reivindicación y de protesta. No le dejan alternativa.
Las marchas y los plantones, no digamos las huelgas, son para el gobierno neoliberal manifestaciones contra la paz, y sus abanderados una caterva de canallas que vulneran el progreso e impiden el ejercicio de la libertad protagonizada por políticos y empresarios sublimes y abnegados.
Entremos al rescate ibérico: José Bono, equilibrista del socialismo, y Esperanza Aguirre, eterna aspirante del PP a la jefatura del Gobierno, han descubierto la cuadratura del círculo. Juntos y revueltos, dijeron en la presentación de un libro de P.J. Ramírez, que no basta con las dos Españas y que una tercera debe construirse.
La originalidad de estos políticos es una virtud inigualable. Ambos, ideólogos de no sé qué, coincidieron en tan brillante idea después de exprimirse los sesos.
Lo afirmaron con rácana elegancia, conscientes de que la gente aplaudiría a rabiar. Entonces, hay que olvidarse de las dos Españas porque destilan rencores y odios en ambos lados. Por eso, otra España, monda y lironda, debe acunarse en los brazos de la élite decente.
Para ellos, la guerra civil es un “incidente” que hay que olvidar. Unámonos al carro de tan inteligente propuesta. La prodigiosa mente de los mencionados nos congrega alrededor de la monarquía, los jerarcas católicos, que maman de presupuesto nacional y los parlamentarios prevaricadores, multimillonarios, que roban.
Como si no tuviéramos bastante con las dos Españas, de Machado, nos vienen a comer el coco con una simbiosis que huele mal antes de llegar.
El levantamiento de Franco en Marruecos, el fascismo que implantó en el país para sacarlo del mapa, los asesinatos cometidos a miles y miles de personas por el mero hecho de defender la República, sus sentencias de muerte con garrote vil, el cruel espionaje con que fue sometida la gente en todos los lugares públicos, la condena a pensadores por serlo, la quema de libros y el grito de “vivan las cadenas” de Serrano Suñer, hay que enterrarlas en cristianas sepulturas.
¡Qué difícil resulta tragarnos tanta miseria y vileza¡ perdonar es bueno, pero olvidar, nunca, aunque se intente! Correr por nuestras calles huyendo del tricornio nacional-socialista, levantar la mano como los nazis por obligación en todas partes, escuchar un himno insultante que destiló sangre, por lo visto no tiene importancia.
Pero ¿por qué no hablar de una sola España? No hubiese sido más fácil y lógico proponerlo. En principio ni Bono ni Aguirre tienen la estatura suficiente para borrar la historia. Sobre todo si es una historia presente en los huesos de millones de demócratas que perdieron la vida en defensa de sus ideales más respetados.
Sí, los primeros que deberían edificar un nuevo orden político y económico son los descendientes de la dictadura que gozan de privilegios inmerecidos.
El neoliberalismo no es alternancia para algo. El posfranquismo lo vetaría o se aprovecharía de él. Lo hizo con la transición que se aprobó porque la izquierda cedió en asuntos trascendentes como la amnistía para torturadores y la creación de un régimen en el que la nobleza es latifundista y sigue sin pagar impuestos ni rendir cuentas.
Mejor no menearlo porque tan sonora iniciativa no tiene la garantía moral ni la avalan sinceros deseos de unidad.
¿Cuál de ellos cree en la igualdad de oportunidades y ante la ley? ¿Es don José un militante curtido en batallas ideológicas? ¿A doña Esperanza se la respeta por su trabajo político tan sinuoso y ambivalente?
Sus juicios nunca fueron acogidos por la mayoría de los ciudadanos. Bono, quizás haya tenido momentos lúcidos pero ahora vive entre dos y quién sabe cuántas aguas.
Permítanme meter mi cuchara. ¿Por qué no luchar y empeñarnos en instaurar una Tercera República?
Pero dejemos a un lado tan casquivana idea y vayamos a las urnas europeas:
PSOE y PP están poco menos que empatados; si acaso éstos tienen una par de curules arriba, según las encuestas, lo que significa más de lo mismo porque los socialistas no están, ni con mucho, en su mejor momento. Se aferran al establisment y consideran una locura que otros partidos puedan gobernar en la Unión Europea. Son, al mismo tiempo, soberbios y miedosos.
Es más probable que los súbditos de Merkel ganen y, entonces, el presidente de la Comisión será Juncker, máximo aliado del austericidio en combinación con la dama de Brandenburgo.
Los sondeos se han mostrado muy pesimistas. Apuntan que la votación será alrededor de un 40% frente al 68% de la anterior.
En España la gente no sabe ni cuándo son las elecciones, mucho menos irá a votar. Desgraciadamente, un acto tan importante y decisorio para el continente es despreciado hasta los que se beneficiaron por ser países miembros.
Admitamos que España cambió. Surgió y manda una clase política sin imaginación dedicada a prevaricar en vez de ayudar al crecimiento social.
Todo indica que la política de la UE es mantener las cosas como están. Cambiar de verdad, cambiar desde las raíces, no podrá lograrse. Es preciso que los eurodiputados entiendan que tienen una responsabilidad frente a 500 millones de habitantes de una Europa oscurecida por el euro-escepticismo.
Hoy, se vota para reforzar a los que vieron la cristalización de un sueño, no a quienes consideran a la UE como una utopía y quieren que desaparezca.
La ultraderecha, raquítica e insensible, está esperando para colgarnos del palo más alto. Sus representantes más xenófobos son Marine Le Pen, francesa, Nigel Farage, Geert Wilders, holandés, y Philip Claeyes, belga. Añada a estos los que se ocultan y desde sus pequeñas barricadas se acercan al sol que más calienta.
El resto de los partidos europeos y de cada nación sólo serán adorno por más que se esfuercen en influir en las decisiones parlamentarias. Cayo Lara, de Izquierda Unida, manifestó que los dos grandes partidos de España “no son lo mismo pero votan lo mismo” y tiene razón. Los dos están apoltronados, en defensa de sus grandes compromisos e intereses personales.
La UE, creen los inmarcesibles, es sólo un acontecimiento para reafirmar la supremacía de una política que nos lleva al precipicio.
A todo esto, apunte una delicia más de nuestra Junta Electoral: sostiene que no puede hacerse publicidad en los medios para instar al voto. Dice que va contra la letra del artículo 50.1 porque “no debe influirse en ningún caso en la orientación del voto de los electores”.
Ya nada sorprende en esta península afectada por la enfermedad de los cerebros vacíos que se calientan con el fuego de los euros sin quemarlos.
La opacidad será una de las constantes que impere después hoy porque conviene a los que detentan el poder sin hacer nada para mejorar a las clases medias y obreras que mantienen la economía de la nación.
La transformación de la política europea es imprescindible porque, de lo contrario, caeremos en la inacción para dar paso a aquellos que han buscado, desde siempre, el fracaso de tan brillante unidad.
Han de dejar sus puestos Manuel Durâo Barroso y Herman Van Rompuy. Draghi, presidente del Banco Central Europeo, juega con los países de la periferia. Severo, anuncia con énfasis que el mes próximo se tomarán las medidas necesarias para revitalizar la economía y las finanzas de los 28.
Establece así un compás de espera especulativo que propicia arreglos poco claros para que podamos tragarnos la píldora de la desigualdad sin poder rechazarla.
