“La expresión Siglo de Oro es inexacta
— de oro vimos poco y de plata lo justo—
pues todo se iba en guerra,
fasto de reyes y holganza de nobles clérigos”.
Arturo Pérez Reverte (XL Semanal)

Regino Díaz Redondo
Madrid.- Su Majestad la Democracia llegó con nombre monárquico y apellido republicano para estremecer a sus súbditos y a los españoles e intenta permanecer mucho tiempo contra la opinión de la mayoría. Esta encuentra en Felipe VI la segunda Transición hacia un sistema donde los jefes de Estado sean elegidos en las urnas con el voto de los ciudadanos.
El camino a la libertad completa, que ahora subyace en un gobierno neoliberal salvaje, lo andará un rey buena-persona, ávido por demostrar que no será el Breve sino que dará paso a un referéndum inevitable del que saldrán los futuros mandatarios de España.
Los reyes – doña Letizia, reina – son jóvenes y agradables pero su reinado no durará mucho y el puente que conduce a un sistema elegido por el pueblo no será muy largo, no importa cuantos obstáculos tenga que salvar.
El propio Felipe sabe que la gente desea una transformación a fondo y él, inteligente y más riguroso que su padre Juan Carlos, intentará prolongar la dinastía mientras llega un gobierno más democrático y pacífico como lo desean el 85% de las fuerzas políticas actuales.
Sólo una minoría de irreductibles, heredera de los trapos dictatoriales, defiende con armas ilegales y sobre todo injustas, para evitarlo. Son capaces – a ver si pueden – de buscar enfrentamientos. Llevan en la sangre la tradición mora mercenaria de la que se sirvió Franco para desdibujar a nuestro país.
La jerarquía católica española – no los católicos verdaderos, insisto – es contraria a la apertura que encabeza el Papa Francisco y reza como los inquisidores de otrora para que se haga un milagro y perdure la tiranía ideología y las viejas practicas obscenas de una tradición convertida ya en basura humana.
La coronación de Felipe VI el 19 de este mes fue un homenaje a la parafernalia de una derecha que se aferra a las normas del pos-franquismo. Durante 48 horas tuvimos que beber de las grandes copas borbónicas la miel y mermelada de un presente que se va y que todavía ensalzan la mayor parte de los medios de comunicación, inclusive aquéllos que difieren de la monarquía parlamentaria.
Los diarios impresos y digitales, las televisiones y la presión a los ciudadanos “para que sean buenos españoles” rebasaron la más atrevida imaginación. Se repartieron pasteles políticos hasta la indigestión, el azúcar pringaba, el caramelo neoliberal se hizo insoportable y nos recetaron monarquía hasta el hartazgo.
Diputados y ministros, alcaldesas como Ana Botella en Madrid y Rita Barberá en Valencia, lanzaron cubetas de almíbar. “Eres monárquico, o ya verás”…, advirtieron.
Su Alteza Serenísima, en opinión de los impresentables, recibió el tributo hasta el cansancio. Don Felipe se sintió incómodo.
Fueron ríos de alabanzas. “Infalible, guapo, redentor, muy inteligente… ¿cómo no voy a ser monárquico si soy español?…” se oyó decir alrededor del Palacio de Oriente.
Asistieron a las ceremonias “sobrias y estrictas” todos los presidentes de las 17 comunidades autónomas, políticos de la oposición encabezados por el PSOE, con Alfredo Pérez Rubalcaba y Susana Díez en primer término, los padres de la Constitución, Miguel Roca i Junyent y Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, miembros y familiares de la realeza, hermanos, primos, sobrinos; intelectuales, toreros, deportistas y algún que otro filósofo advenedizo. Los reyes desfilaron por la Gran Vía y Cibeles en un Rolls Royce descapotable Phantom IV, el rolls de reyes, de cuyo modelo sólo se fabricaron 18 unidades y fue traído a España por Francisco Franco y utilizado por primera vez durante el desfile de la victoria el 18 de julio de 1952.
Poco más de 8 mil policías se apoderaron del suelo, el subsuelo y el aire de esta capital, para evitar cualquier intento terrorista. La casta política actual estuvo a sus anchas. Todo era color de rosa, sonrisas y complicidad, alabanzas, retórica verbal, la verdad única y el pensamiento universal.
Blindado, Madrid lució miles de banderas monárquicas sin el yugo ni las flechas, por órdenes de Felipe. Botella regaló cien mil lábaros patrios entre la gente. Policías de civil tocaron a las puertas de las viviendas para ofrecerlas e incluso ayudaron a colocarlas en los balcones.
Entre los árboles se apostaron guardias civiles con metralletas y el espacio aéreo fue cerrado. Los españoles, no tantos como quería el gobierno, vitorearon a los reyes pero desde lejos. Este distanciamiento entre el pueblo y sus dirigentes ocurre también en los mejores regímenes republicanos. No es exclusivo de la monarquía ni de la dictadura, pero sí es un baldón para la democracia.
En la Puerta del Sol 600 manifestantes corearon a la república y ondearon las banderas tricolores. Poco tiempo pudieron hacerlo. Los guardias se las arrebataron. Hubo conatos de violencia. Por ejemplo una mujer joven que llevaba distintivo republicano en el pecho, fue increpada: “¿esto es una broma no?, dijo, voy a ver a mi hermana, ¿por qué no me dejan pasar?… vamos anda”… El policía respondió “es lo que hay, atrás”… Otra señora fue derribada por un agente que le aplicó una llave de judo. Rodó la mujer por los suelos y los encargados de “conservar el orden” se la llevaron a la cárcel.
En tanto, la dulce España se deshacía en elogios en los salones del palacio y en la cámara de diputados. Los aristócratas, algunos condenados por ladrones, engolaban la voz y mostraban su satisfacción porque la jornada transcurría “sin alteraciones del orden público”.
Felipe, nervioso, se equivocó varias veces al pronunciar la primera palabra de varios párrafos que leyó; daba la impresión de ser una persona menos carismática que su padre y quizá más firme. El tiempo lo dirá.
La nota discordante la dieron Artur Mas, presidente de la Generalitat de Cataluña y Iñigo Urkullu, del País Vasco.
Ninguno de ellos aplaudió durante la ceremonia de coronación. Se mantuvieron impertérritos, el primero con una leve sonrisa irónica y el otro, triste y compungido.
Lo más sobresaliente en el discurso fue: “Asumo la responsabilidad para compaginar una monarquía renovada en un tiempo nuevo”. Citó a Cervantes: “no es un hombre más que otro si no hace más que el otro”, también mencionó a Antonio Machado y a Castelau.
Reiteró su condena a las víctimas de ETA y reconoció que tenemos un grave problema con el alto paro y familias vulneradas, pero que “hemos superado los tiempos de silencio y oscuridad”.
El mensaje a los separatistas fue claro: “que no se rompa nunca la unidad de España” y abrió “puentes para el entendimiento”. Varias veces se tocó el himno nacional que no es más que una marcha real sin letra.
En el Congreso de la muy Antigua, Noble y Coronada Villa y Corte del Oso y Madroño, se le oyó decir que “dentro de la unidad sin uniformidad” se respalda la vida pública. Condenó el conformismo y expresó que “el desafío” a que se enfrenta la nación es combatir la pobreza y propiciar la igualdad.
Se mostró europeísta “una de las señales de nuestra identidad” e igualmente manifestó que “aquí caben todos” dentro de la Constitución y con la mano derecha sobre la Carta Magna juró respetar las leyes y cumplir con el compromiso que tiene encomendado.
Al finalizar, Felipe VI se despidió en castellano, catalán, vascuence y gallego, símbolos de la unidad de España.
El presidente del congreso, Jesús Posadas, le dijo en un breve apunte que “hemos consolidado la democracia”. Lo que no es cierto. Posadas apuntó también que “tenemos un liderazgo en la sociedad internacional”, que tampoco es verdad. Y mintió también al afirmar que se ha logrado “una transformación política democrática”.
El apóstol de la independencia catalana, Artur Mas, comentó el discurso del monarca: “el rey ha hecho el discurso que yo esperaba. Hizo referencia a la nación y no al Estado pluri-nominal, no es algo nuevo”. Urkullu ni siquiera habló. Los dos fueron convidados de piedra a una ceremonia en la que estuvieron los que se negaron a convocar cualquier consulta a los ciudadanos.
Ocuparon su lugar, como debe ser, los ex presidentes de gobierno, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero. Los tres partidarios del inmovilismo político.
González quiso ser simpático e ingenioso: “no, no, quiero mandar un abrazo a todos los integrantes de la selección española de fútbol”. Intentaba el socialista y asesor de multinacionales lanzar un mensaje de reprobación a lo que allí ocurría. Parece que no lo logró. Aznar y Zapatero, aplaudieron infinidad de veces. Este hizo declaraciones a diestra y siniestra. El conservador, ni una sola.
No estuvieron la Infanta Cristina y su esposo Iñaki Urdangarin. La hija del rey pudo haber sido imputada a finales de la semana pasada por blanqueo de capitales y cooperación en dos delitos al fisco. De ser así, la fiscalía ya elabora el recurso para impedir que se siente en el banquillo de los acusados. Parece que el juez Castro está dispuesto a darle el primer mal sabor de boca a Felipe VI.
No tenemos remedio, nuestro ADN es muy peculiar. Somos soberbios cuando nos sobra y vasallos en la penuria; subimos al Himalaya o bajamos al centro de la tierra. El término medio no aparece en nuestro diccionario. Lo ajeno es siempre lo mejor.
Este ejemplo deja muy claro cuál es nuestra idiosincrasia: una dama española, en el café José Luís de Alcobendas le decía a su niño recién nacido “así mi vida, así, come bien para que cuando crezcas seas rubio y fuerte, como los norteamericanos”. No es un invento, lo escuché avergonzado y no quise verle la cara a esta joven señora después de oírle este patético monólogo.
El discurso de Felipe VI tuvo un color liberal. El de su padre, amable lector, lo reproduzco a continuación:
“Juro por Dios y los Santos Evangelios, respetar el Movimiento. Una figura excepcional entra en la historia. El nombre de Francisco Franco será ya un jalón en el acontecer español y un hito al que será imposible dejar de referirse. Su recuerdo constituirá para mi una exigencia de comportamiento y lealtad para con las funciones que cumplo al servicio de la patria”.
En resumen, su Majestad la Democracia tiene mucho trabajo por hacer. Y lo hará pese a la molicie de la élite prevaricadora.