BELLAS ARTES
In memoriam (1930-2014)
En recuerdo de nuestra siempre
amada Constanza,
melómana por naturaleza.
Mario Saavedra
Es un decir que los más grandes personajes se suelen ir de tres en tres, lugar común que viene otra vez a colación cuando nos preguntamos quién será el siguiente distinguido director de orquesta en partir, después de haberlo hecho el italiano Claudio Abbado, y más recientemente, el no menos destacado Lorin Maazel (Neuilly-sur-Seine, Francia, 1930-Virginia, Estados Unidos, 2014). Miembro de una brillante generación de músicos que fueron sacudidos en su tránsito de la infancia a la pubertad por un inestable periodo de entreguerras, para arribar a la adolescencia en medio de un conflicto bélico que redimensionaba su profunda e irrevocable vocación artística, en el caso de este notable músico signado por la apertura coincidió además el eclecticismo propio de quien corría por sus venas el efluvio de sólidas herencias, en su específico caso, su ascendente judío-estadounidense y su cuna —y también primera formación— francesa.
Amplia y sólida formación
Niño prodigio que desde su más temprana edad mostró dotes particulares para la música, lo cierto es que Lorin Maazel descubrió desde un principio que lo que verdaderamente le emocionaba era poder tener contacto con las más elaboradas y complejas partituras orquestales en pleno, poder controlar ese maravilloso milagro que supone el ensamble de distintos instrumentos y sonidos tras la consecución de elementos comunes (la armonía, el ritmo y la melodía), porque, como escribió Nietzsche, “sin la música, la vida sería un error”.
De hecho, su primera clase de dirección orquestal la tomó a los siete años de edad, y su debut en un podio tuvo lugar a los ocho, siete antes de hacerlo como solista al violín. Si bien también llegó a ser un violinista respetable, por eso de que el conocimiento a fondo de un instrumento supone un dominio más detallado de todo ensamble, apenas había cumplido los doce años cuando le programaron una gira por buena parte de Estados Unidos, en el que sería un hecho vital para entrar en contacto con el acervo musical norteamericano que venía escuchando desde pequeño. Como siempre hay experiencias que nos marcan, determinante resultaría la invitación del mismo Arturo Toscanini, siendo Maazel todavía niño, para dirigir la Sinfónica de la NBC, en una ruta sin precedentes que lo llevaría a haber estado ya a los quince años de edad con buena parte de las más importantes orquestas de Estados Unidos.
Músico con una muy amplia y sólida formación, con un conocimiento profundo y puntual tanto de los acervos clásicos como contemporáneos, de las más diversas y distantes geografías musicales, el trabajo profesional de este egresado de la Universidad Pittsburgh se caracterizó de igual modo por su siempre sincero y encomiable interés por ampliar y enriquecer los habituales repertorios orquestal y concertístico, sin olvidar por supuesto el vocal que constituyó otra de sus grandes pasiones. De mucho prestigio fue también su amplia y variada labor operística tanto en la escena como en el terreno discográfico, y por algo fue el primer estadounidense en ser invitado a dirigir —en 1960— en el prestigiado Festival de Bayreuth. Ya en la cúspide de su carrera, sería director titular de la Ópera de Berlín entre 1965 y 1971, y de la Orquesta Sinfónica de Radio Berlín entre 1965 y 1975.
Sabido es que en 1972 fue elegido por los miembros de la Orquesta de Cleveland, por unanimidad, como sucesor de George Szell, luego de un ríspido proceso en el que la calidad y sobre todo la autoridad musicales de Maazel terminaron por seducir a los atrilistas e imponerse. En la que sería la más notable época de esta agrupación musical norteamericana, con él tuvo temporadas memorables y grabaciones de antología, como la primera completa y muy célebre para el sello Decca, de 1976, de la ópera estadounidense por antonomasia Porgy and Bess, de George Gershwin, con un reparto ad hoc y en plenitud de facultades, con cantantes todos ellos afro-anglosajones de origen: el bajo Willard White, las sopranos Leona Mitchel y Barbara Hendricks, y la mezzosoprano Florence Quivar, entre otros. Con más de trescientas grabaciones en su haber, se hizo acreedor, entre otros reconocimientos a lo largo de su extensa y provechosa carrera, a diez galardones del importante Grand Prix du Disque.
En la que sería una década gloriosa, de auténtica consolidación tanto para la institución como para su notable batuta, Lorin Maazel dejó en 1982 la Orquesta de Cleveland para ir a la Orquesta de la Ópera de Viena donde estuvo hasta 1984; de regreso a la Unión Americana, estuvo al frente de la Orquesta Sinfónica de Pittsburgh de 1988 a 1996, hacia el final compartiendo temporadas con la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera donde se quedó hasta el 2002. En la misma capital austriaca dejaría un muy grato recuerdo, después de sus once participaciones al frente del famoso Concierto de Año Nuevo, con la propia Orquesta Filarmónica de Viena. Por méritos propios y en retribución a sus invaluables aportaciones al quehacer musical estadounidense, en el 2002 —hasta el 2009— sucedió a Kurt Masur al frente de la Filarmónica de Nueva York, sin duda la orquesta de mayor prestigio en el contexto norteamericano, donde por cierto había estado, entre otros grandes titanes de la dirección orquestal, su tan amado y por él promovido Gustav Mahler.
El mejor de su generación
En otro acto de homenaje a su extraordinaria trayectoria, a partir del 2005 desempeñó el cargo, junto a Zubin Mehta, de director titular del Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia con la Orquesta de la Comunidad Valenciana, dentro de ese hermoso y ambicioso —pero ahora también controvertido, por sus innegables problemas estructurales— complejo cultural diseñado por el famoso arquitecto y escultor —de igual modo valenciano— Santiago Calatrava. Uno de los músicos y directores de orquesta más valiosos de su generación, no menos interesante es su corto pero sugestivo catálogo como compositor, dentro del cual tiene especial presencia su versión operística del clásico de George Orwell: 1984, que vio la luz en el mismo Covent Garden londinense en el 2005, en un gran acontecimiento que igual sirvió para rendir tributo a este gran músico y director de orquesta.
¡Descanse en paz!

