BELLAS ARTES
Temporada de Verano 2014 de la OSM
Mario Saavedra
Qué duda cabe que esta tierra ha sido particularmente pródiga en tenores líricos –ya sea dramáticos o ligeros–, terreno en el cual México ha contribuido con voces sobresalientes que sobre todo han enriquecido un siempre exigido y difícil repertorio belcantista en el que interpretes como Francisco Araiza, Ramón Vargas, Rolando Villazón y Javier Camarena han cortado el queso, como se suele decir en el argot popular. Siguiendo más o menos la ruta de los más de sus colegas, el último de ellos salió de México con un éxito apenas modesto, confirmado dentro de un público local minoritario asiduo a la ópera, y después de haberse hecho presente, por sus notables recursos y condiciones, en concursos de solvente tradición local (entre ellos, por supuesto, el “Carlo Morelli” que ha sido pista de despegue de tantos talentos) donde sus facultades se hicieron notar muy por encima de sus contrincantes. Tras ese mismo itinerario, para perfeccionarse y comenzar a hacer carrera en Europa, en su caso, en Alemania y Austria, empezó a ganar nombre en centros de añeja irradiación como Zúrich, Salzburgo, y por supuesto Barcelona, París y Viena.
Araiza, su maestro
Toda una especialista en la materia y con un oído más que fino para detectar estos garbanzos de a libra, Gilda Morelli me puso al tanto de esta enorme figura en ciernes, con tan sobrados recursos y dotes que pronto lo llevarían a debutar en la Ópera del Palacio de Bellas Artes, nada más y nada menos que interpretando el siempre endiabladamente complicado Tonio de La hija del regimiento, de Gaetano Donizetti, ópera especialmente conocida porque buena parte de la fama del inmortal Luciano Pavarotti se debió a su singular versión de la popular aria “A mes amis…” del primer acto, acometiendo con un aplomo no menos inusual nueve demandantes do de pecho que le hicieron merecedor de la portada de The New York Times.
Alumno destacado en el Opernstudio del Teatro de ópera de Zúrich, Javier Camarena ha recibido de su compatriota Francisco Araiza todo ese cúmulo de enseñanzas que difícilmente se puede ofrecer en cualquier conservatorio, porque tienen que ver con la interpretación, con el manejo adecuado y a tiempo de los diferentes repertorios y personajes de acuerdo al desarrollo de la voz, con ese charme que sólo figuras de primer orden como el mismo Araiza pueden transmitir. Él mismo fue un tenor sobresaliente, que fue cubriendo con solvencia los repertorios belcantista, lírico y hasta dramático, en una carrera ascendente que igual fue conquistando los teatros más exigentes y de mayor abolengo, abriendo así brecha a futuras generaciones.
Con recursos vocales que tarde o temprano lo llevarían a donde ahora se encuentra, el nombre de Javier Camarena ha saltado a la fama porque providencialmente debutó en la Metropolitan Opera House de Nueva York con una gran oportunidad que bien supo aprovechar al máximo, superando las expectativas de cualquiera, enterados o no, especialistas o diletantes. Como ya se sabe, suplió al peruano Juan Diego Flórez en otro de esos caballitos de batalla del belcantismo, La Cenicienta, de Gioachino Rossini, dando vida a un Don Ramiro que verdaderamente encendió a la concurrencia, y llegando a un festejadísimo (¡a rabiar!) “Si, ritrovarla io giuro…”, al inicio del segundo acto, que igual rompió una larga tradición sin da capo ni bises en el MET. La más bien ruda e implacable crítica neoyorquina subrayó la riqueza y la plenitud de su bella emisión, particularmente destacada en los registros medios y altos, sin desconocer su impecable línea de canto, una interpretación fluida y pletórica de musicalidad.
Bondades de una institución musical
Y como tenores ligeros como Javier Camarena tampoco se dan a pasto y son muy codiciados, ahora hemos podido ser testigos presenciales de sus incalculados avances y del lugar que con justicia ocupa en el siempre competido primer plano del universo belcantista, al superar las expectativas de quienes con gozo asistimos a disfrutar del exigido y hermoso programa que con su protagónica presencia llevó a cabo, en su sede de la Sala Nezahualcóyotl, la Orquesta Sinfónica de Minería. Con los atributos y virtudes arriba mencionados de este además cálido y muy sencillo joven cantante jalapeño, orgullo veracruzano y de México, hizo gala de su extraordinario instrumento vocal con ese registro belcantista en el que se ha venido especializando desde el comienzo de su formidable carrera: Rossini, Donizetti y Bellini, con la inclusión adicional de Mozart y Gounod, que también forman parte de su repertorio natural y donde su bello color de voz luce con singular brillo.
El mismo Camarena hizo justa alusión a las bondades de una institución musical que goza de un prestigio acorde a sus cualidades, a la excelencia de sus atriles y la capacidad y el talento de su titular Carlos Miguel Prieto. Invitado para esta ocasión José Areán, quien ha destacado y se ha hecho especialista sobre todo en el amplio repertorio vocal, en el diverso y casi inagotable espectro operístico, la voz de honor convidada para esta gala empezó por seducirnos con un aria especialmente musical como “Un’aura amorosa”, de Così fan tutte, de Mozart; para cerrar, a plenitud, el “Cessa di più resistere”, de Il barbiere di Siviglia”, que a nuestro tenor le viene como anillo al dedo.
En la segunda mitad, y después de una hermosa y estilizada versión del poético aire “É servato, a questo acciaro–L’amo tanto, e m’è si cara”, de la por desgracia no muy puesta I Capuleti e i Montecchi, de Vincenzo Bellini, llegó la siempre esperada “Una furtiva lagrima”, de Lélisir d’amore, de Gaetano Donizetti, que en voz de Camarena se convierte en una auténtica revelación.
De Roméo et Juliette, de Charles Gounod, no podía faltar el envolvente aria “Ah! Lève-toi, soleil!”, pasaje pletórico de profundo lirismo en el que me recordó la inolvidable versión que de este personaje shakespeareano hacía el canario Alfredo Kraus.
A la altura de las circustancias
Y para terminar, por supuesto, en ocasión de festejar el décimo aniversario de su celebrado debut en nuestro Palacio de las Bellas Artes otras veces asaltado y convertido en algo así como sucursal del Fest Acapulco, cuando no en agencia de velaciones, el arriba mencionado “Ah! Mes amis, quel jour de fête”, de La fille du régimen”, de mismo Donizetti, fragmento lucidor con el que muchos lo relacionamos y con el cual volvieron a brillar sus singulares y enormes facultades.
Acostumbrado a trabajar con voces, a cuidarlas y a hacerlas lucir de acuerdo a sus respectivas verdaderas condiciones, lo cual hizo ahora con un Javier Camarena en plenitud de recursos, la Sinfónica de Minería se mostró bastante cómoda con José Areán y estuvo a la altura de las circunstancias con las obras orquestales complementarias: la Trigésima segunda sinfonía de Mozart, así como las oberturas de Montescos y Capuletos de Bellini, Otello de Rossini y Romeo y Julieta de Gounod. Bien se aprovechó el que nuestro ahora en boga tenor viniera a grabar su segundo disco, éste con la propia OSM, y sus muchos admiradores fuimos los ganones para corroborar que hay motivos de sobra para encontrarse donde está.
