A partir de los acuerdos logrados en noviembre del 2013, Irán y el llamado Grupo P5+1 (Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña, Francia y Alemania), se han enfrascado en un proceso de diálogo que pretende aclarar y establecer nuevos compromisos entre las partes, respecto al programa nuclear iraní. A pesar de que en buena medida el optimismo negociador ha predominado, el mismo ha estado acompañado de algunas posiciones de incertidumbre, así como por un total rechazo de parte del gobierno de Benjamín Netanyahu en Israel.

El llamado “Plan de Acción Conjunta” acordado con la administración del presidente Hassan Rouhani, ha generado una nueva “ventana de oportunidad” para la negociación, y ha cambiado por completo la atmósfera de estancamiento que predominó en años recientes. Irán insiste en que su programa es exclusivamente civil, y que sus labores de enriquecimiento de uranio solo están destinadas a fabricar combustible para su primera planta eléctrica nuclear en Busheher, para su reactor de investigaciones, y para la producción de isótopos radioactivos con destino médico-tecnológico. El argumento iraní es respaldado por los resultados de las inspecciones y estudios del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA) de las Naciones Unidas, el cual asevera que hasta ahora no se ha detectado ningún indicio de desviación del programa hacia la esfera militar.

Pero también el OIEA y algunos países occidentales, identifican determinados elementos dentro del programa nuclear que podrían potencialmente transformarlo de uno civil a otro de carácter estratégico-militar, y sobre estos temas es precisamente sobre los que la negociación se hace más compleja.  Puede decirse que durante años, Irán ha desarrollado una política de “ambigüedad estratégica”, es decir, ha intentado generar una cierta cuota disuasiva sobre la base del dominio de las tecnologías y de poseer determinadas capacidades instaladas, pero sin tener realmente que fabricar una bomba atómica.

El P5+1 pretende neutralizar tal capacidad de “uso dual”, aunque legalmente Irán, como país firmante del Tratado de no Proliferación Nuclear, tiene todo el derecho a desarrollar un programa nuclear completo, incluyendo el llamado “ciclo del combustible” que abarca desde la extracción de uranio y sus diversas fases de procesamiento, hasta lograr un enriquecimiento de 5 por ciento para uso civil, pues cifras mayores implicarían que ese uranio podría tener un destino militar.

En la medida en que Irán se compromete a limitar algunas de sus capacidades productivas, no instalar nuevas centrifugadoras para el enriquecimiento, eliminar las condiciones para obtener plutonio, neutralizar sus inventarios de uranio enriquecido a más de 5 por ciento, así como facilitar las inspecciones y verificaciones por parte de los expertos del OIEA; el grupo P5+1 se compromete a ir levantando las sanciones económicas que le han sido impuestas al país, e incluso garantizar suministros tecnológicos, inversiones y un desarrollo de la actividad comercial, entre otros muchos temas de carácter económico, político y estratégico.

Esta opción negociadora ha sido cuestionada por otros actores regionales, como Arabia Saudita, -que siempre ha visto con recelo al programa nuclear de Irán-, y muy especialmente por Israel, que considera que Washington está llegando a acuerdos con el país que representa “la mayor amenaza para la seguridad nacional y existencia de Israel”, tanto por su programa nuclear y de misiles portadores, como por su apoyo a contrincantes importantes como son los movimientos Hezballah en el Líbano y Hamas en la Franja de Gaza. Consideran además, que es muestra de la debilidad y vacilaciones de la política de la administración Obama hacia la región del Medio Oriente.

La administración Obama se ha inclinado a negociar, a pesar de las tendencias opositoras y del intenso debate que ha existido sobre el tema dentro del Congreso de los Estados Unidos, derivado en parte por las presiones ejercidas por el llamado “lobby pro Israel”. El Presidente ha llegado incluso a anunciar que vetaría cualquier resolución que intentara adoptar nuevas sanciones contra Irán en medio de esta coyuntura negociadora.

La comunidad de seguridad israelí no se ha mostrado muy partidaria de desarrollar acciones militares contra Irán y reconoce que en Irán se están produciendo cambios importantes. No obstante, el gobierno de Netanyahu ha conservado su proyección de “línea dura” frente a la administración de Rouhani, a quien ha calificado como “lobo con piel de oveja”. Para el primer ministro israelí, las negociaciones son una nueva “maniobra de engaño” del gobierno iraní, que mantiene su propósito de desarrollar un programa bélico; el acuerdo de noviembre del 2013 no fue “histórico”, sino  un gran “error”, y frente al mismo ha adoptado una posición maximalista que exige el desmantelamiento completo del programa nuclear iraní: “Cero centrifugadoras, cero enriquecimiento”, según sus palabras. Esto se complementa con la reiteración de amenazas periódicas respecto a un posible ataque militar contra las instalaciones del programa nuclear iraní.

Tal posición es poco realista, pues ninguna administración en Teherán, independientemente de sus matices políticos, renunciará al derecho de tener un programa nuclear, ni aceptará un desmantelamiento total, aunque sí podrá garantizar mayor transparencia para eliminar las dudas. Las grandes potencias que negocian con Irán no son partidarias de esta posición extrema maximalista de Netanyahu. Por otra parte, la destrucción física mediante un ataque militar de todos los componentes del programa nuclear iraní no sería una tarea fácil, si tomamos en cuenta al menos dos factores: la dispersión geográfica de sus instalaciones, y la protección defensiva de todas ellas. La operación sería muchísimo más compleja y costosa que los anteriores ataques israelíes contra sitios nucleares en Iraq (Osirak, 1982) y Siria (Al Kibar, 2007). En este caso, lanzar una operación de gran magnitud sin el apoyo de los Estados Unidos, parece ser una opción imposible.

¿Atacar militarmente y de forma unilateral en momentos en que las grandes potencias negocian con Irán?, ¿atacar a Irán en medio de su actual operación militar contra Gaza como algunos han pronosticado? Atacar no resulta ser una opción lógica desde ningún punto de vista. La oposición tajante de Netanyahu solo puede entenderse, si su propósito es presionar políticamente para influir todo lo que pueda en las negociaciones nucleares actuales y limitar al máximo a Teherán. Tal como ha declarado el ex jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel, Dan Halutz, “ya Irán no representa la amenaza que alguna vez fuera (…) es mejor un acuerdo mediocre con los iraníes, que una guerra exitosa”.

Dr. Luis Mesa Delmonte, profesor investigador en el Centro de Estudios de Asia y África, El Colegio de México.

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