La mejor oferta, de Giuseppe Tornatore

Mario Saavedra

La película más representativa del estupendo realizador italiano Giuseppe Tornatore sigue siendo sin duda su hermosísimo gran homenaje al séptimo arte Cinema Paradiso, de 1988, que no sólo lo catapultó y puso entre los cineastas más interesantes de la cinematografía italiana contemporánea, sino que además concentra la poética del autor también de Estamos todos bien, Malena y Baaria. Su más reciente filme: La mejor oferta (La migliore offerta, Italia, 2013), corrobora esta afirmación y se mueve en el mismo sentido, a decir, en cuanto representa de igual modo una fábula sobre el proceso de madurez en un sujeto que se mira trastocado por una serie de experiencias radicales.

Tratándose en su personal caso ahora de un director con un cuarto de siglo más a cuestas, y por lo mismo de más firmes convicciones, el personaje protagónico de su nuevo filme encarna a un hombre adulto que alcanza su madurez emocional de sopetón, desde su condición de sujeto degradado por cuanto experimenta en primera persona. Y si “el hombre es él y sus circunstancias”, como escribió Ortega y Gasset, este ambicioso y cínico estafador de cuello blanco, un misántropo y obsesivo-compulsivo anticuario que a su vez no tiene escrúpulos para timar a quienes acuden a su exitoso negocio de millonarias subastas, asiste a su grado de embaucador redimido, porque incluso en el mismo terreno del arte “todo resulta posible y nada es lo que parece”.

Obra de arte

Luego de un duro proceso de renovación tras ser víctima de la más vil de las patrañas (“nadie es tan frágil como cuando se enamora”, escribió Stendhal), La mejor oferta nos comparte la ruda experiencia de un sabio y a la vez ingenuo individuo que en tal difícil trance al menos consigue descubrirse a sí mismo, porque al fin de cuenta ninguna persona escarmienta en cabeza ajena. Una dura lección de vida, él cae en la razón de que en este mundo donde “el hombre suele ser el lobo del hombre”, unas veces se es depredador y otras más Caperucita; en otras palabras, porque la sabia popular es la mejor enciclopedia de la vida, “con la vara que midas, serás medido”.

A partir de un guión sustancioso e inteligente del propio Tornatore, y si bien esgrime una tesis en apariencia básica, lo verdaderamente valioso es cómo un cineasta de este calibre redimensiona y le da sustancia a una historia que en sus manos se convierte en obra de arte. En este sentido, los grandes temas de la existencia han sido desde siempre los mismos, y sólo la impronta hábil, inteligente y sensible del gran artista se deja notar en cuanto se ocupa de ellos y los toca con el pétalo de su talento personal. Así, La mejor oferta es obra de un realizador maduro, plenamente consciente de sus recursos y posibilidades en un arte en que los italianos han sabido contarnos, por uno u otro cauce, extraordinarias historias. Como ingrediente sazonador, el misterio, que también emana a borbotones de la existencia cotidiana, sólo que no estamos ya atentos a percibirlo, y mucho menos a sorprendernos con su presencia manifiesta y encalada.

Fiel a un equipo integrado por artistas de primer orden los más de ellos mismos, y que el propio talento del realizador ha sabido reconocer —un buen cineasta debe saber de igual modo escoger a sus colaboradores, en un ejercicio que privilegia el trabajo en conjunto y donde cada quien contribuye al hecho fílmico todo—, ha vuelto a contar aquí por ejemplo con la solvente y probada genialidad de un músico como Ennio Morricone. Otro tanto habría que decir del fotógrafo Fabio Zamarion, quien con su creatividad a flor de piel enriquece un proyecto que mucho se apuntala de igual modo en la belleza de la imagen, con auténticos cuadros que bien definen una película que mucho tiene que ver con la creación y el lenguaje plásticos.

Tributo a Hitchcock

Proclive a mostrar sus afectos y querencias artísticas y propiamente cinematográficas, Giuseppe Tornatore rinde de cierta manera tributo aquí a un realizador ya paradigmático como Alfred Hitchcock, y quizá al más representativo que se enseña de cuerpo entero en su también ya clásico Vértigo, en cuanto se trata “de una historia de amor de clima extraño”, en palabras del mismo cineasta británico. En este tenor, se emparienta con otros directores más recientes como Roman Polanski, en la medida en que asume el ingrediente del suspenso y lo traduce a una sensibilidad latina menos tamizada por el escalpelo de la razón.

En conclusión, una extraordinaria y bella película que mucho abona al prestigio de un gran director en plenitud de facultades, mucho más abierto ya a establecer claros vínculos con otras cinematografías y hacedores de culto, pero también a rendir tributo o saldar cuentas con nombres y filmes que lo formaron en materia fílmica. Enfrente de todos estos interlineados de carácter formal o estilístico, una dura pero sentida historia de amor frustrado, que pone a prueba a quien suponía conocer la naturaleza humana en toda su complejidad —hombre culto y experto en reconocer originales y falsificaciones—, pero que en el terreno emocional sólo se enseña como un torpe y vulnerable aprendiz. Admirador y conocedor de la mujer como tema y fuente de inspiración, como lo constata su impresionante colección de retratos femeninos atesorados a lo largo de una fructífera carrera como hábil comerciante y estafador, despierta a la vida tras el vaho de un sueño al que se aferra como última tabla de salvación.