BELLAS ARTES
Las “alas” de Arturo Márquez
Mario Saavedra
De todos es sabida la labor titánica e histórica de la joven paquistaní Malala Yousafzai, y su maravillosa obra en pro de la integridad y la libertad de la mujer dentro del mundo obtuso y retrógrado de los talibanes sólo ha adquirido mayor notoriedad con su reciente denominación —el galardonado más joven en la historia— al Premio Nobel de la Paz. Su conocido activismo a favor de los derechos civiles, especialmente de los derechos de las mujeres en el valle del río Swat, es apenas la punta del iceberg de una realidad que pareciera más bien salida de una novela de terror, producto de una imaginación desbordada y prolija, pero no, es sólo un indicio más de la barbarie a la que puede llegar esta condición humana nuestra cuyo mayor talón de Aquiles es precisamente su racionalidad, porque como decía el sabio comediógrafo latino Plauto: homo hominis lupus, es decir, “el hombre es el lobo del hombre”.
La no sólo admirable sino valiente labor de Malala pone una vez más de manifiesto que en nuestra compleja y paradójica condición son igualmente posibles tanto las acciones más conmovedoras como las más deplorables, tanto la creación que alecciona como la destrucción que entristece. Ella misma ha sido víctima y a la vez denunciante ejemplar de cómo el régimen talibán ha prohibido la asistencia a la escuela de las niñas —¡vaya sinsentido, en pleno siglo XXI!—, y ese perverso signo de machismo y de oscurantismo es por desgracia todavía realidad indignante en muchos lugares y espacios de este país donde a las mujeres —sólo por ser mujeres— se les veja, se les lesiona física y psicológicamente, se les cierran espacios de formación y de crecimiento, se les violan sus derechos humanos más elementales, e incluso se les vende como mercancía al mejor postor.
Y en estas condiciones, cómo podemos pretender acceder al primer mundo, si seguimos cargando toda esta clase de lastres y atavismos, de abismales diferencias por razones económicas, o educativas, o hasta culturales, o de raza, o de sexo, o de preferencias de cualquier índole, sin otra causa real más que la ignorancia.
Historia
A la edad de 13 años, Malala alcanzó notoriedad al escribir un blog para la BBC bajo el seudónimo Gul Makai, explicando su vida bajo el régimen del Tehrik y Talibán Pakistán (TTP) y sus intentos de recuperar el control del valle, luego de que la ocupación militar les obligara a salir a las zonas rurales, con lo que los talibanes condicionaron el cierre de las escuelas privadas y se prohibió la educación de las niñas entre 2003 y 2009.
En el 2009, el documental “Pérdida de clases, la muerte de la educación de la mujer”, dirigido por Adam Ellick e Irfan Asharaf para The New York Times, muestra a Malala y a su padre Ziauddin Yousafzai en ese difícil contexto extremista en que la educación de las mujeres resulta difícil o francamente imposible.
Víctima focal de un criminal atentado perpetrado por un grupo terrorista vinculado a los talibanes en octubre del 2012 en la localidad paquistaní de Mingora, después de abordar el vehículo que servía como autobús escolar, ella fue centro de repetidos disparos que le impactaron en el cráneo y el cuello, sobreviviendo de manera milagrosa después de una intervención quirúrgica de grandes riesgos en un hospital militar; un obcecado portavoz del TTP todavía tuvo la desfachatez de afirmar que intentarían matarla de nuevo.
Otras dos estudiantes también habían sido heridas en este hecho patético, no sólo repudiado por la opinión pública local sino prácticamente repudiado por toda la comunidad internacional.
Pocos días después sería trasladada al Hospital Reina Isabel de Birmingham, en Reino Unido, para seguir con su rehabilitación, y sometida a una cirugía reconstructiva que le permitió ser dada de alta hasta enero del 2013.
Después de implantarle una placa de titanio y un dispositivo auditivo, Malala regresó a las clases en una escuela secundaria en Inglaterra, en un largo y sinuoso proceso de recuperación que a su vez daría a luz, como experiencia catártica necesaria y provechosa (punta de lanza en su obra ulterior a favor de los derechos de las mujeres y las niñas a estudiar, a prepararse), la autobiografía Yo soy Malala, escrita junto con la periodista británica Cristina Lamp.
Conmovedora partitura
Motivo e inspiración de varias creaciones y obras de diferentes manufactura y procedencia, el año pasado —mucho antes del Nobel de la Paz— concluyó y dio a conocer el compositor Arturo Márquez una hermosa y conmovedora partitura para ballet que lleva por título precisamente Alas para Malala, en ese lenguaje expresivo y ecléctico que caracteriza a este siempre creativo y talentoso gran músico mexicano.
Resultado de una nueva colaboración con Gloria Contreras, la obra del compositor y de la coreógrafa centran su trabajo en el movimiento como sentido de la libertad a la que debe aspirar todo ser humano, y confiesa el propio Márquez que una investigación a fondo de su hija Lilly le permitió reproducir con mayor claridad la suma de juicios y emociones que en él se habían agolpado a raíz del acto ignominioso del que había sido víctima Malala en su condición de ser humano y de mujer, como hecho criminal reprobable que atenta contra el derecho de cualquier ser a volar por medio sus propias alas.
El arte es prueba fidedigna de que nuestra condición es apta también para la creación y no sólo para el exterminio, y este circular y bello homenaje a Malala Yousafzai, a su misión ejemplar, constata que la música y la danza hermanadas con talento han dado estupendo resultados, dejando constancia así de que el arte es un termómetro inequívoco de su tiempo y sus circunstancias.
