Luis Mesa Delmonte*
Para muchos medios de prensa, la carta enviada por el presidente Barack Obama al líder supremo iraní Alí Khamenei a mediados de octubre, ha sido vista con un alto grado de sorpresa, especialmente si se parte de la percepción errática de que el intercambio entre Washington y Teherán es totalmente incompatible.
Si bien es cierto que la relación ha sido muy tensa desde el triunfo de la revolución islámica en 1979, -a partir de un alto nivel de hostilidad verbal bilateral, la aplicación de sanciones económicas, y del agresivo esquema militar estadounidense para toda la región del golfo Pérsico-, también es real que estos largos 35 años han estado acompañados de algunos “gestos” coyunturales pragmáticos dirigidos a mantener algún tipo de comunicación entre las partes, ya sea por vías directas o indirectas.
Aún más importante han sido varios resultados en el terreno impulsados por los Estados Unidos, que incluso han beneficiado notoriamente al empeño estratégico iraní, ya sea con la destrucción de los gobiernos de los talibanes en Afganistán y de Saddam Hussein en Iraq (ambos enemigos de Irán), o al facilitarse una recomposición política iraquí con un papel preponderante para los chiitas.
En los últimos tiempos, la comunicación se ha ido incrementando dentro del contexto de las negociaciones nucleares entre Irán y el llamado grupo 5+1, tanto en su formato colectivo, como en encuentros bilaterales. En el logro de esta vía, también ha contribuido la diplomacia del sultanato de Omán, la que ha propiciado canales de intercambio de Irán con los Estados Unidos y la Unión Europea.
La irrupción del Estado Islámico (EI), ha ofrecido igualmente una nueva oportunidad para la relación entre Washington y Teherán. Ambos lo consideran como un grupo extremista armado que representa numerosos peligros para la región y el mundo. Los dos han decidido actuar paralelamente en el mismo teatro de operaciones, por lo que la coordinación es absolutamente imprescindible, más allá de las viejas diferencias políticas.
Mientras los Estados Unidos atacan con su aviación y misiles a objetivos del EI en Iraq y Siria, y envían más de 3 mil asesores militares; Irán también opera con aviones de su flota de combate y coloca en el terreno a efectivos y grupos de fuerzas especiales.
Y aunque en ambos países sean muchos los que se oponen a cualquier tipo de concertación o cooperación con la contraparte, el pragmatismo se impone. Al hurgar en los múltiples detalles, es que se encuentran indicios en esta otra dirección. Por ejemplo, mientras el secretario de Estado Kerry declara que Irán también tiene un papel que desempeñar en la lucha en contra del EI, y Washington da a conocer que avisó a las autoridades iraníes antes de comenzar sus ataques aéreos en Siria, el propio líder supremo iraní a comienzos de septiembre, autorizaría que la Guardia Revolucionaria coordinara operaciones militares con fuerzas iraquíes, de Estados Unidos y kurdas para combatir al EI.
Coordinar entre las dos partes, no quiere decir efectuar operaciones militares conjuntas, ni compartir una estrategia en detalles, ni intercambiar plena y directamente informaciones sensibles de inteligencia. Puede significar en este contexto evitar choques directos, propiciar intercambios indirectos, y fabricar algunos otros nuevos “gestos” estratégicos y políticos puntualmente.
Es en esta atmósfera necesariamente pragmática, en la que se inscribe la carta enviada por Obama a Khamenei en octubre, a través de los iraquíes. De ello no se informó a otros aliados árabes de Estados Unidos en la zona ni a Israel. En la misma parecen abordarse tanto el tema de la lucha contra el EI, como la necesidad de lograr un acuerdo en materia nuclear. A pesar de que el espectro político republicano la caracterice como “increíble”, “inapropiada” y “escandalosa”, la iniciativa es sin duda de un alto calibre político.
No es sorpresa, es la realidad de la política internacional.
*Académico COLMEX.