BELLAS ARTES

Fundación Michou y Mau

Mario Saavedra

Qué duda cabe que las experiencias más duras y traumáticas producen cambios igualmente poderosos para bien o para mal, porque no todos los seres humanos solemos reaccionar de la misma forma ante el dolor ocasionado por los vaivenes de una existencia que siempre nos constata lo frágiles que somos. La Fundación Michou y Mau es una prueba más que fehaciente de cómo el destino suele ser implacable y ponernos a prueba, pues del dominio público es sabido que la valiosa periodista Virginia Sendel de Lemaitre tuvo que sacar fuerzas de quién sabe dónde y reinventarse tras el sufrimiento más terrible al que puede enfrentarse un padre, cuando en un infausto incendio su hija perdió la vida por salvar a dos de los nietos de la comunicadora, con un fatal saldo de dos muertes (paradójicamente, alma y espíritu de la Fundación: Michou y Mau), y una recuperación tortuosa pero esperanzadora.

Esa trágica circunstancia los marcaría a ella y a los suyos para siempre, pero en su caso, además, propiciando la génesis de una labor que es ejemplo de perseverancia y generosidad sorprendentes, de dolor inmarcesible como fuente de afecto y bondad para con otros niños —y sus respectivos padres y familias— que han sufrido una experiencia tan espantosa como la que ella y sus seres queridos vivieron en carne propia.

En Michou y Mau se expresan sin dilación los sentimientos más positivos a los que también puede aspirar esta condición nuestra tan compleja como contradictoria, proclive de igual modo al odio y la destrucción, a la vanidad y el egoísmo, a la sinrazón y la barbarie, pero que por obras como ésta nos permite advertir que se pueden gestar en ella de igual modo las acciones contrarias, y con ello hacernos suponer que aún no está todo perdido.

Virginia Sendel ha manifestado muchas veces que acabó por comprender que un accidente fatídico le costó la vida a su hija, y que contra eso no hay nada qué hacer, pero en cambio no así la muerte de su nieto Mauricio por falta de una adecuada atención médica en México.
Este desgarrador fracaso por incompetencia, o por negligencia, o por falta de recursos, o por todo ello junto, la llevaría a dedicarse en cuerpo y alma a propiciar las condiciones necesarias para la creación y la consolidación de una fundación altruista que hoy es modelo en México y en el mundo, porque lucha por proporcionar a los niños desvalidos, con quemaduras de segundo o tercer grado —sin distingo de raza, de origen, de condición económica, o de cualquier otra índole— una segunda oportunidad de vida, una atención médica de nivel y decorosa, dándole seguimiento muy de cerca a la recuperación tanto física como psicológica del pequeño y de su familia. Esta asistencia convincente y de tiempo completo, con la posible movilidad del niño a algún hospital del primer mundo y líder en esta naturaleza de tratamientos, es la razón de ser de la Fundación Michou y Mau, la que además ha emprendido una no menos encomiable campaña masiva de prevención, a favor de una nueva cultura que caiga realmente en cuenta del enorme riesgo que corren los niños dentro y fuera de casa, por el uso inconsciente de medios inflamables que atentan contra su vida y su integridad. “Nada podrá ser igual después de una experiencia traumática de esta naturaleza”, dice Virginia Sendel, “por lo que más vale prevenir que lamentar…”

El proyecto “Arte que revive”, en el que me enorgullece participar con un minúsculo grano de arena, reúne por primera vez en México el trabajo de escritores y artistas plásticos, en esta ocasión con el fin crear piezas únicas (cajas diseñadas por los plásticos, cada una con un texto escrito ex profeso para la ocasión), en la consecución de unidades estéticas que serán subastadas a beneficio de Fundación Michou y Mau. Como su nombre lo indica, “Arte que revive” auspicia una generosa causa y define también la naturaleza de una actividad —la artística— que las más de las veces ha dignificado al Hombre que es su origen y su razón de ser, su motivo de existencia porque, como bien escribió Sigmund Freud en su medular gran estudio El malestar en la cultura, lo reconcilia consigo mismo.

El arte es una diligencia francamente humanística, en cuanto la mueve —al menos en su estado puro— un genuino interés por cuanto explica e identifica la condición humana, de frente a sus fortalezas y sus debilidades, a sus miedos y sus angustias, a sus más auténticas proyecciones de luz y de sombra, porque intenta ser reflejo fidedigno de su naturaleza. Este proyecto apuesta por la vida, por la dignidad, por la generosidad, en cuanto el arte finalmente ha buscado desde sus orígenes volver al orden lo que es caos, porque incluso cuando nos muestra la miseria moral y el grado de descomposición al que consuetudinariamente suele descender el ser humano cuando es presa de sus rasgos más sombríos, de trasfondo se vislumbran esas otras tonalidades de luz refulgente que nos dignifican como condición igualmente propensa a la creación y todo lo que esto implica.