Castiga la Fiscalía a Artur Mas

 

 

 

“El corrupto no conoce la amistad sino la complicidad”

Papa Francisco

 

 

 

Regino Díaz Redondo

Madrid.- Las sanciones y castigos que impuso el Fiscal General del Estado a Artur Mas, president de la Generalitat, sólo contribuyen a incrementar el problema del independentismo catalán. Hacen más ríspidas las relaciones con el Govern, aumentan los insultos y los separatistas reciben apoyo de organizaciones sociales y de empresarios que permanecían al margen.

Eduardo Torres-Dulce quiso, a toda costa, sentar un precedente inútil después que el Tribunal Superior declaró legal la consulta del 9-N, de triste memoria pero que ya es historia.

Protagonizan la tensión dos radicalismos ininteligibles. Para Rajoy y Mas el diálogo no existe. Sobre todo, don Mariano es el que no admite ningún acercamiento entre ambos gobiernos. Cada quien quiere salirse con la suya que es la de todos y cuyas heridas las recibimos conjuntamente.

Los rencores mutuos crecen, la impertinencia se agudiza, el enfrentamiento es cotidiano y Madrid y Barcelona difunden discursos confusos echándose la culpa, y descubren errores de la otra parte. Jamás buscaron los puntos que unen ni la sensatez apareció.

Lo admitan o no los soberanistas, estos aprovechan la inmensa crisis que padecemos para sacar a relucir las armas de la discordia y del divorcio social. Quien lo niegue miente o es un ignorante.

Es cierto que los catalanes tuvieron siempre inquietudes separatistas y han querido convertir a Cataluña en un país más en Europa. Desde 1714, con el triunfo de los Borbones, en ese territorio se es más catalán que español aunque, paradójicamente, los habitantes de dicha región estuvieron en primera línea de fuego cuando se trato de defender a España de fuerzas extranjeras. De ello se ufanan todavía algunos que quieren ahora abandonarla.

¿Cuál es el motivo que lleva a esta rebeldía ciudadana?

Los malos gobiernos español y catalán. Felipe González, el socialista que ahora descubre el mar Muerto al decir que la corrupción nos ahoga, tuvo que recurrir a Jordi Pujol para mantener la gobernabilidad en el país.

Y se aprovechó para burlarse de la ética política y convertirse en el amo y señor de la comunidad catalana.

Por su parte, José María Aznar lo declaró “español del año” en un afán por fortalecer su poder. José Mari se deshizo en halagos para el que fue expresident del Govern durante 23 años. Lo colmó de elogios y de alguna otra cosa más tangible.

   Pujol, mientras tanto, fundó una famiglia con su esposa Marta Ferrusola y sus hijos que salieron muy vivos para los negocios y la extorsión. Aceptaron, unos más que otros, el soborno de empresarios para que la Generalitat autorizara construcciones privadas en predios prohibidos, nunca sujetos a la legalidad.

Quien no se caía con la mordida, era apartado de la lista de privilegiados que con el apoyo oficial vivirían en el anonimato, como apestados.

El patriarca catalán, pese a sus tejemanejes, se erigió en el referente moral de Cataluña. Aumentaba el ego de don Jordi y disfrutó de impunidad.

Con el manchego neoliberal a su favor, aumentaron sus reservas económicas, al extremo de que el jefe del clan olvida declarar una herencia que le dejó su padre hace 32 años pero “que no tuve tiempo para informar a Hacienda”.

González, Aznar y Rodríguez Zapatero supieron el patrimonio que acumularon los Pujol pero ninguno investigó su procedencia.

Era para ellos un hombre necesario y sus pequeños defectos no oscurecían el gran servicio que hacía a España.

Pese a que se descubrió el pastel, ninguno de los exmandatarios quiso opinar sobre las triquiñuelas de la familia y se mantienen callados ante la indignación pública y la conveniencia de las altas esferas de la economía.

Se tapan unos a los otros. El poder hizo ricos a quienes utilizaron su posición oficial para burlarse de los millones que pasan hambre y que están en el umbral de la pobreza o no llegan a final de mes.

En las grandes colas que se hacen a diario en el Instituto Nacional de Empleo y en los comedores públicos, la gente aguarda callada con cara de pocos amigos. No habla entre sí, pero se nota la desesperación en sus rostros.

La escenografía de la crisis está en todas las ciudades y pueblos del país. Muestra tintes tétricos, los españoles no creen en promesas ni frases. Los golpes que reciben desde el gobierno y de los grandes industriales fortalecen una rebeldía inmanente cada vez más violenta.

Están hartos del robo cometido con la complicidad entre políticos y empresarios. Las tarjetas en negro de Caja Madrid y Bankia, la lentitud con que actúa la justicia, los tiene en vilo.

Hay casos pendientes desde hace años. Entre ellos, por mencionar sólo algunos, la trama Gürtel, Nóos y la fortuna que aumenta en las cuentas corrientes de los banqueros que llevaron a la bancarrota a las instituciones que dirigían.

   La sociedad no aguanta más. Cambiamos o nos cambian.