BELLAS ARTES
Fernando Moguel (1952-2014)
A Pepe Zepeda, su compañero incondicional
por más de treinta años.
Mario Saavedra
Con más de treinta años de experiencia profesional, el fotógrafo yucateco Fernando Moguel (Mérida 1952-Ciudad de México 2014) se especializó en las artes escénicas, y en este terreno, en el cual llegó a ser un maestro y se hizo de un prestigio sólido, porque el teatro fue su gran pasión y el sentido de su vida, construyó un invaluable archivo de más de seis mil registros. Con más de veinte exposiciones dentro y fuera de México, la mayoría de ellas individuales, se preocupó por hacer la memoria visual del quehacer escénico nacional no sólo con los espectáculos que se presentan en la capital sino también en el interior de la república, sin descontar los innumerables festivales internacionales que su siempre incisiva y apasionada lente capturaba para fortuna del público y de los propios creadores.
Colaborador permanente de la revista Tiempo Libre y de muchas otras publicaciones especializadas tanto en artes escénicas como en fotografía, siempre me conmovió su leal y profundo amor por el teatro, que él mismo confesaba aprendió a ver desde niño con otros ojos y desde una perspectiva diferente a la del común denominador de los espectadores. Es más, su experiencia como un espectador sui géneris ante el hecho teatral le permitió escribir sobre teatro, y no como un crítico pretensioso sino como un espectador experimentado que buscaba rescatar la opinión del público, porque al final de cuentas es el receptor del trabajo y quien en última instancia permite que una puesta sea exitosa o un rotundo fracaso. Con tantos años de ver teatro, guiado por una sensibulidad a flor de piel y un talento especial para retener para la eternidad aquellos instantes irrepetibles de toda experiencia escénica, este auténtico maestro de la lente desarrolló un oficio que lo convitió en modelo y guía de otras generaciones que siempre cobijaba con ese desinterés en él también característico, más allá de contribuir en el desarrollo y la promoción de un arte para el cual estaba entregado en cuerpo y alma.
Medalla “Xavier Villaurrutia” 2008, por su siempre noble e incansable compromiso a favor de la difusión del quehacer escénico nacional, y por ende de sus creadores, de la obra de todos aquéllos que intervienen en el complejo fenómeno teatral, mucho celebramos ese año el hecho de que las autoridades del Instituto Nacional de Bellas Artes (en especial Nacho Escárcega, entonces coordinador nacional de Teatro y un artista él mismo generoso) hayan considerado una profesión —la de la fotografía– las más de las veces vista injustamente con recelo, cuando no como una actividad si acaso subsidiaria. Y esta más que justa designación resultó doblemente meritoria, muy afortunada, porque el trabajo de Fernando Moguel, movido en principio por la pasión y por un amor irrestricto por el teatro, por todo lo que este maravilloso quehacer de la creatividad implica, lograba todas las veces trascender su fuente primaria de inspiración y poseía —posee, porque su legado inestimable permanece para testimonio de futuras generaciones— las virtudes de una obra artística solventada por la calidad y el talento de su creador. “Dulce y útil”, escribió Horacio en su Poética, al referirse a las dos coordenadas que justifican toda obra estética, y las instantáneas de este talentosísimo fotógrafo, inspiradas en principio en el hecho escénico, sobreviven de manera independiente por sus propios méritos referenciales y sobre todo artísticos.
Privilegiado espectador y testigo de buena parte del quehacer escénico mexicano de las más recientes cuatro décadas, Fernando Moguel fue testigo y protagonista a la vez de un arte que promovió y defendió como pocos, y su valiosa e incansable labor se hizo mucho más admirable cuando, ya declarado con cáncer de próstata, desde nueve años atrás, no cesaba en atender con el mismo celo —es más, acrecentado en la adversidad, que enfrentó con una fortaleza y un ánimo igualmente ejemplares— una actividad profesional que tuvo en él a uno de sus más nobles hacedores. Un apasionado de la vida y de todo lo que ésta implica cuando se asume con convicción y entereza, por lo que también se autodenominaba cibarita empedernido, y a mucha honra, Moguel profesó su verdadera vocación como sólo puede hacerse cuando es cierta y sincera, porque se hace tan indispensable como el respirar o el comer.
Lo menos que podrían hacer los tantos teatristas a los que siempre animó y acompañó de cerca, con esa bonhomía en él connatural, es suscitar un homenaje de la comunidad teatral que sólo retribuiría en algo lo mucho que a ésta le dio. Ya su puro archivo vale oro, y sabemos que ha quedado en muy buenas manos, en las de su amigo y colega Enrique Gorostieta —él mismo miembro de una honda tradición heredada por vía sanguínea— que sabemos estará más que complacido en que a Fernando Moguel se le pueda en principio organizar una exposición retrospectiva, y sobre todo hacer un libro con toda la mano, porque material hay de sobra para preparar un incunable visual de nuestra actividad teatral y escénica en las más recientes cuatro décadas. Lo menos que podemos esperar sus muchos admiradores es que las autoridades sean sensibles para urdir este más que justo tributo a quien tanto le dio al quehacer escénico mexicano.
“Querido Moreno”, como te decimos quienes siempre te querremos, mucho extrañaremos además al hermano gentil, al amigo entrañable, al colega desprendido, al sabarita sabio, a quien con su actitud propositiva y su buen sentido del humor nos enseñaba que la vida bien vale la pena ser vivida aun en los momentos más aciagos. ¡Siempre estarás entre nosotros!

