“Todo el poder disuasivo del Estado no ha sido capaz de borrarlo”

 

 

Lógica perversa de la política

 

 

Guillermo García Oropeza

Hace muchos años vi una película italiana, muy curiosa, que se me quedó grabada, no porque fuera una obra maestra, no se trataba de una Dolce vita o de una Muerte en Venecia, sino que tenía un nombre que traducía su profunda complejidad y misterio: se llamaba —traduzco literalmente— ¡Qué maldito embrollo!, Un maledetto imbroglio, creo. Y trataba de un asunto de corrupción tan complicado que al final nadie lo pudo comprender y se quedaba en misterio irresoluble.

Este maldito embrollo lo recuerdo cuando pienso en lo que está pasando en este país, en esta situación a la cual no le veo una salida, ya no digamos gloriosa sino al menos factible.

La situación también me recuerda a esos enfermos graves que de repente se reponen y parecen aliviados y de los cuales alguien nos da la sorpresa de que hubo un desenlace fatal; y es que en la vida y más aún en la política, las cosas siguen a veces una lógica perversa.

En el caso de los desaparecidos que ha puesto Iguala en las primeras páginas de los periódicos del mundo y en todos los telediarios, nos topamos con un fenómeno difícil de explicar, porque el hecho terrible es que no se trata de nada comparado con otras atrocidades mucho mayores que ha experimentado desde hace tiempo este país que, recordemos, sufrió en el sexenio de Calderón decenas de miles de víctimas de su famosa y fallida guerra.

El crimen de Iguala no es mayor ni peor sino simplemente el que se dio en el lugar y en el momento equivocados. Yo que vivo en la plácida Guadalajara he sido vecino de actos de violencia comparables en su tamaño aunque no en la brutalidad de su crueldad. No sé si alguien nos explicará académicamente las precisas circunstancias causales de lo que sucedió. El hecho es que sucedió y todo el poder disuasivo y mediático y político del Estado mexicano no ha sido capaz de borrarlo.

Ante los mexicanos se suceden imágenes de una rebelión e inconformidad cada vez más viva; y, por otra parte, la imagen de los hombres en el poder, que han perdido todo poder de convencimiento. Cosa increíble en personajes que se supone que son tan profesionales, tan hábiles y en el caso del presidente en momentos hasta carismáticos. De Murillo Karam, por caridad cristiana, prefiero no hablar.

Y si añadimos que todo esto coincide con el derrumbamiento del sistema político de la oposición y lo que hubiera sido en otro tiempo un pintoresco affaire, el de la Casa Blanca (los ha habido peores, recordemos la Colina del Perro) que vino a dar un golpe mortal a lo poco que quedaba de credibilidad, y que además nos hace asomarnos a los insondables misterios de Televisa, y si añadimos los riesgos que está sufriendo nuestro federalismo, nos encontramos con lo que, por supuesto, merece llamarse en italiano o en español un maldito embrollo.