LA SOMBRA EN EL MURO

La fiesta de la insignificancia

 

 

Humberto Guzmán

Quien haya leído los libros de Milan Kundera sabe que el humor y la broma son elementos esenciales en sus novelas. Es una reacción antisolemne, derivada, probablemente, de la pesada rigidez que suele darse en los estados totalitarios, como en el que él vivió en la Checoeslovaquia socialista —ahora República Checa—. No en balde algunos de sus títulos: El libro de la risa y el olvido, El libro de los amores ridículos y La vida está en otra parte o, directamente, La broma. Además, en aquel país ha habido un cierto humor, a veces comicidad, como otro rasgo de su literatura.

Al evadirse de los cercos socialistas, Kundera llegó a Francia, país que le dio asilo e idioma. Cuando tuve el gran gusto de saludarlo, me aclaró que si le escribía en francés me contestaría. Su mundo de comunicación y literario ha sido ya este idioma, con el que ha escrito por lo menos sus últimas cuatro novelas.

La fiesta de la insignificancia sigue el sentido irónico-humorístico. Quizá por eso, cuando se la lee, se confirma que es un escritor europeo del este. Me recuerda el jazz europeo (toca el sax, por cierto), un tanto cool pero de excelente factura y calidad, como la literatura de Kundera, en particular la novela que me ocupa. Se trata de una prosa —traducida por Beatriz de Moura— mesurada, precisa y con ese humor algo situado en “la levedad del ser”, tomando un título suyo, pero con formas muy racionales y al detalle. Evade contar historias banales de mucha acción, a la manera comercial. Hay que estar atentos a ciertos guiños, nombres, personajes, propios de la historia de la zona de la República Checa —pero también se puede leer sin tomarlo en cuenta.

En La fiesta de la insignificancia, de manera fragmentaria, como es la narrativa actual, incluye una línea en la que nada menos que José Stalin, el padrecito del comunismo internacional de su tiempo, se burla de sus funcionarios con chistes malos. Entre aquéllos se encuentra Nikita Jrushchov, el que lo sustituiría después de su muerte. Chistes malos pero con la intención de demostrar su dominio sobre los demás. Como debe ser en todo dictador. Por eso el escritor reúne en un baño de hombres, según las memorias de Jrushchov, dice el texto, a los más cercanos a Stalin, que aprovechan la oportunidad de estar solos, para despotricar en contra del tirano. Pero éste, burlón, los escucha. Porque todo lo ve y lo escucha, como Dios. Hasta en el baño, o especialmente en el baño, donde se relajan y empiezan a soltar la lengua “los héroes del politburó”.

Stalin explica, en la ficción de Kundera, que, en comparación con Kant, Schopenhauer estuvo más cerca de la verdad y pregunta cuál fue su gran idea. Nadie le contesta, como lo esperaba. “La gran idea de Schopenhauer, camaradas, es la de que el mundo no es más que representación y voluntad”. Más adelante afirma: “hay tantas representaciones del mundo como hay personas en nuestro planeta… ¿cómo poner orden a ese caos? La respuesta es clara: imponiendo a todo el mundo una única representación”. Y esa representación única fue, para la gigante URSS, la de Stalin. “¡Y os aseguro que, bajo el dominio de una gran voluntad, la gente termina por creer cualquier cosa!” La magia de El Gran Dictador.

La ironía de Milan Kundera puede pasar de largo si esperamos de una novela sólo el entretenimiento de las peripecias de los protagonistas, como en una policiaca. No, La fiesta de la insignificancia no es una novela tradicional. Es casi la representación de un ensayo humorístico e intelectual, por pedante que parezca. Pero ni es ensayo ni es pedante. Es la disertación de los personajes que despliegan ideas respecto a las cosas del mundo. Para este efecto también hay algunas acciones, aunque absurdas, dentro de la teatralidad del texto. “La insignificancia, amigo, es la esencia de la existencia… Está presente incluso cuando no se la quiere ver: en el horror, en las luchas sangrientas, en las peores desgracias.” Me recuerda el teatro del absurdo de Eugene Ionesco, que también llegó a París desde la Europa del este, de Rumania.

Se impone una lectura meditada de La fiesta de la insignificancia (Tusquets, 2014), de Milan Kundera, en estos días aciagos de México: en los que la superficialidad de la interpretación de la noticia despliega una telenovela nacional, que explotan quienes pretenden arrebatar el poder a quienes lo tienen. México se derrumba, según aquéllos y la sonrisa de Milán Kundera nos lo explica. Ya debieron de haberle otorgado el premio Cervantes y otros de México.