España compite con Alemania para vender 200  carros de combate Leopard a Arabia Saudita.

El Periódico-Cataluña.

Regino Díaz Redondo

Madrid.- Arropada por un millón y medio de personas que portaban carteles con las frases  “je suis Charlie y Je pense… donc… je suis libre”, París volvió a convertirse en la capital internacional de un mundo herido por el odio, el fanatismo y la revancha inútil. Debemos reflexionar para construir un planeta más solidario, menos desigual, en el que quepan todas las tendencias políticas y religiosas dentro de una real democracia.

En el albor del 7 de enero – los Reyes Magos ya se habían ido – tres seres extraños, yijadistas poseídos por la demencia, irrumpieron en la sede de la revista satírica Charlie-Hebdo, asesinaron a diez periodistas y a dos policías que vigilaban la imprenta.

Una vez más la demencia en que se cobija nuestra sociedad deja mucho a la imaginación  y a la protesta.

Durante 54 horas, el planeta vivió angustia y rabia y mantuvo en vilo a cerca de 80 mil policías de los cuerpos de seguridad franceses y del resto de mundo. El Mossad envió gente; la CÍA se ofreció a colaborar y los servicios secretos de los países líderes fueron consultados.

Mientras, los asesinos mantuvieron a los europeos pendientes de un atentado que ahora sí cobra importancia por la grave situación en que vivimos y la necesidad de estar más juntos frente a los extremismos que a veces se confunden con los que reivindican un porvenir mejor.

Dos enajenados, Said y Cherif Kouchi, armados con kalashnikov, acribillaron a mansalva a cuantos allí estaban reunidos para elaborar el siguiente número que apareció el pasado 7 de enero.

Simultáneamente, Amedy Coulibaly, también miembro como aquéllos de Al Qaeda y el Estado Islámico, quitó la vida a cuatro rehenes antes de ser abatido por el grupo especializado M15 de esa nación que también dio buena cuenta de los islamistas que actuaron en Dammartín-en-Goël, a 15 kilómetros de los Campos Elíseos y en Porte Vincennes, un barrio popular al este de esa capital.

Hayat Boumeddiene, esposa de Coulibaly, es buscada por todos los policías del continente. Al parecer, viajó de Madrid a Yemen el pasado día 4 y después nadie supo de su paradero. Los tres terroristas coincidieron, desde un principio, en inmolarse: “en nombre de Alá el Grande, seremos mártires”. El mundo presenció estupefacto los acontecimientos. Poco después, en la noche, estallaron varias bombas de baja intensidad en el domicilio del periódico alemán Hamburguer Morgenpost que había publicado anteriormente las caricaturas de Mahoma.

El pasado día 11, cincuenta jefes de Estado y de gobierno desfilaron desde la Plaza de la República a la Plaza de la Nación, en una marcha de 3 kilómetros, para demostrar la solidaridad de los Estados europeos, africanos y de Estados Unidos con los familiares de los masacrados.

Pasaron por la calle Voltaire. Allí estaban personajes de todos los colores del arco iris político. Los presidentes de la Comisión y del Consejo Europeo, los jefes de gobierno de España, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia, Holanda, Luxemburgo, Portugal, Grecia, Bélgica, Polonia… y un montón más.

La presencia de tan alto número de mandatarios y la difusión que se dio al atentado, contrastan con la menor publicidad que se hizo durante los atentados en el metro de Madrid con 191 muertos y el de Londres con 34. Al parecer, las cosas han cambiado y el miedo a una verdadera insurrección del fanatismo siembra también el temor entre las naciones occidentales.

Allí marcharon, bien abrigados también, Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel y Abu Mazen, presidente de la Autoridad Palestina. Juntos pero no revueltos, en los extremos de la fila de vanguardia, distantes y sin hablarse, tensos, ajenos al resto.

El Procurador General de Estados Unidos, Eric Holder, asistió a la reunión de ministros del Interior pero no participó en la marcha. Sus razones tendría. En total fueron 17 asesinados: 10 periodistas, 3 policías y 4 rehenes. Ahora sí, los mandatarios consideran que la amenaza yijadista rebasa los límites de un grupo de enajenados y constituye un peligro creciente para los países que se cubren bajo la bandera de la democracia.

De inmediato, los encargados de la gobernación de las naciones occidentales emitieron un comunicado en el que proponen una revisión del Tratado de Schengen (libre circulación de mercancías y personas por la Unión Europea) para establecer mayores controles en las fronteras y hacer un listado de los pasajeros que transitan por esa zona.

Mantener la libertad con medidas que la reducen, es un absurdo. Nuestra Ley de Seguridad Ciudadana abre las puertas para que aquí se establezca, como en tiempos pasados, el fichaje de aquellos individuos que son sospechosos para el gobierno de Mariano Rajoy.

Las modificaciones que se hagan a Schengen cuya desaparición pidió de inmediato Marine Le Pen, presidenta del Frente Nacional francés y que no asistió a la manifestación, tienen que basarse en el principio ineludible de respetar los derechos individuales de las personas y la libertad de estas para expresar sus puntos de vista y sus inclinaciones, sea cual sea su ideología y siempre dentro de un entorno avalado por el Derecho.

De lo contrario, otorgar a los Estados licencia para vigilar aún más a la gente puede ser contraproducente y aumentará la animadversión hacia gobiernos poco democráticos que todavía existen en nuestro continente y allende.

Le Pen aprovechó para solicitar al presidente Francoise Hollande que se establezca la pena de muerte en Francia. Lo hizo desde su reducto en Beaucaire y envuelta en los gritos xenófobos de sus partidarios. No olvidemos que esta señora representa en estos momentos la primera intención de voto de los franceses en todas las encuestas que se han realizado.

Es de esperarse que ocurra como siempre y que las elecciones francesas se resuelvan (están muy lejos aún) en una segunda votación que la eliminaría de su carrera al Elíseo.

Una vez más queda en evidencia el poco aprecio que tiene la llamada civilización occidental a lo que ocurre en otras partes de interés relativo para sus finanzas.

Mandamos a páginas interiores la masacre de dos mil personas perpetrada hace unas semanas por Boko Haram en Nigeria y no recordamos que una niña de 10 años fue utilizada por los terroristas para hacer explotar una bomba en Nigeria que se saldó con más de 20 muertos, incluida ella misma. Recordemos a Joanne Line, quebequense de ascendencia china y presidenta de Médicos Sin Fronteras, cuando expresó con razón que “no hay tiempos muertos…” y yo agregaría que sólo hay muertos cuando quieren los extremistas descerebrados y fanáticos.

Si el atentado en Francia nos indigna, con la misma intensidad deben preocuparnos los asesinatos en otros continentes cometidos por fundamentalistas musulmanes y por otros que no tienen religión ni apellido. Es indigno quejarnos y poner el grito en el cielo sólo cuando nos pegan en casa y olvidarnos de las masacres que vienen escenificándose en el resto del planeta.

De seguir con esta actitud tenemos servido el platillo del horror y del egoísmo que sólo insufla a los enfermos de la cabeza que nos atacan a domicilio. Lo demás, los otros ataques, lejos de nuestra cómoda vida, son peccata minuta. Si acaso, merecen unas cuantas líneas o imágenes de relleno en diarios y televisiones occidentales.

En París, fue la tragedia. Sí, no muy lejos de la Torre Eiffel, cerca de los Campos Elíseos, pero volvamos a un pasado reciente, informemos con claridad de todo, instemos a leer que son dos días, magnífica parodia de un mundo feliz.

Nos encontramos con algunos aforismos que son necesarios e imprescindibles acotar. Bertrand Russell  apuntó: “pienso que todas las religiones del mundo – el budismo, el hinduismo, el islam y el comunismo son falsas y dañinas”.

A ver quien lo refuta.

Por si fuera poco, volvamos a nuestra pobreza anímica, a la falta de escrúpulos de los menos, y la estulticia de quienes tenemos que aguantar sin quererlo.

      Arturo Pérez Reverte, el Capitán Alatriste, escritor agudo y desenfadado, señala en una de sus intervenciones cómo somos los ibéricos: “España  es un país donde una ardilla podría cruzar la península saltando de gilipollas en gilipollas sin pisar suelo”.

También Oscar Wilde, echa su cuarto a espadas: “algunos causan felicidad ahí donde van. Otros cuando se van”.

Por último, y me dejo muchas frases en el tintero, me refiero a lo que ocurre en Arabia Saudí. El bloguero Raif Badawi fue condenado por su gobierno a recibir mil latigazos y 10 años de cárcel. Cada semana le dan unos cuantos. Además, debe agradecer que fue absuelto de apostasía y que recibirá el castigo frente a la mezquita de Yida con las manos y pies encadenados.

Todo un ejemplo de país democrático.