Joaquín Pérez Sánchez

Más de tres millones de franceses salieron a las calles para rechazar la violencia extrema vivida en el corazón de París, tras la matanza de periodistas y otros ciudadanos, en el que es considerado el peor atentado terrorista en ese país durante la últimas cuatro décadas.
El siete de enero pasado, dos hombres fuertemente armados, entraron a las oficinas del semanario satírico Charlie Hebdo y ultimaron a nueve periodistas y un empleado de la revista, así como a dos policías, luego huyeron, en pleno centro de la gran urbe. De acuerdo con los testimonios de testigos y sobrevivientes, los atacantes eran extremistas islámicos, que actuaron en venganza por las publicaciones ofensivas contra su religión.
Dos días duró la cacería de los presuntos culpables. Los jóvenes franceses Chérif (32)  y Said Couachi (34), quienes se atrincheraron en una imprenta al norte de París. El drama aumentó ya que, según las autoridades, Amedy Coulibaly, otro joven francés (33), después de asesinar a un policía, tomó  un supermercado de comida judía en los suburbios parisinos y mató a otras cuatro personas.
Las autoridades francesas decidieron  intervenir en ambos escenarios y abatieron a los tres presuntos terroristas. En los medios de comunicación se vertieron versiones sobre la posible autoría intelectual de Al Qaeda y el Estado Islámico (EI), sin que hasta el momento se pueda corroborar.
El golpe fue demoledor y sin duda incentivó aún más los sentimientos xenófobos y fascistas que recorren Europa, pero también sacó a las calles a millones de personas que se oponen al fanatismo, la intolerancia y que defienden la libertad de expresión y de información. La multitudinaria marcha fue denominada “republicana” y, aunque en ella participaron líderes políticos de dudosa reputación, sí reivindicó los principios fundadores de la vida democrática.
Una cosa que pareció olvidarse en este océano informativo es que el fanatismo y el extremismo se esconden en diferentes lugares. No sólo es islámico. Hay que recordar  julio del 2011, en Oslo, Noruega, Anders Breivik, asesinó a 77 personas.