BELLAS ARTES
En recuerdo de Luis Herrera de la Fuente (1916-2014)
Mario Saavedra
En mi libro Rafael Solana: Escribir o morir, del que la Universidad Veracruzana hará ahora con la Autónoma Metropolitana una reedición en el centenario del natalicio (2015) de este notable polígrafo veracruzano, me refiero con detalle a las muchas grandes personalidades que pude conocer gracias a la intermediación de don Rafael, y qué duda cabe que una de ésas fue precisamente la del maestro Luis Herrera de la Fuente.
Y después de muerto el escritor, lo seguí tratando de cerca porque los dos éramos muy amigos de esa estupenda mujer y crítica de música que fue Edelmira Zúñiga, y en muchas ocasiones coincidimos con el músico y su no menos entrañable esposa Victoria.
Desde un principio me impresionaron su sabiduría enciclopédica, su memoria prodigiosa y su plática extraordinaria no exenta de buen sentido humor, aunado todo ello a un don de gente de primera que sólo suele coincidir en personajes de ese nivel. Como músico completo que en la composición y en la dirección de orquesta cosechó sus mayores logros, sin olvidar sus enormes dotes de gestor y promotor visionario y generoso, e incluso de pedagogo atento y afectivo (recordemos su integral proyecto en la materia, al frente de la Sinfónica de Xalapa), alcanzó grandes momentos dentro y fuera de México, en una época de gran efervescencia artística y cuando venían a nuestro país intérpretes y orquestas de primer orden.
También escritor sensible e imaginativo
Un auténtico humanista al podio, por cuanto irradiaba a sus músicos y al público asistente, más tarde descubrí y disfruté otro de sus no menos espléndidos talentos, el de las letras, que perfiló en brillantes textos de rememoración autobiográfica o incluso de ficción, que muestran a un escritor sensible, imaginativo y muy bien documentado, los más de ellos con el ingrediente adicional de esa fina picardía en él característica. Muchas veces le oímos decir que su primera vocación descubierta había sido la escritura, por lo que entre sus muchos amigos se encontraban literatos, uno de ellos, por ejemplo, de los más caros, el extraordinario poeta y traductor, también ya desaparecido, Rubén Bonifaz Nuño.
Con una muy buena pluma, en sus escritos resalta el hombre culto, el humorista ingenioso, el analista agudo e inteligente capaz de ahondar con sentido crítico en lo que es objeto de su sensible escalpelo, de diferenciar la belleza de la fealdad. Y claro que esa visión panorámica y esa amplia cultura trascendían su ejercicio musical, ya fuera en la conducción orquestal o en la composición, como se deja ver de igual modo en ese otro gran humanista de otros tiempos que es el barítono de grandes empresas Roberto Bañuelas, por cierto otro de sus amigos más entrañables, cómplices ambos de un sinfín de batallas a favor del desarrollo de la música de concierto o académica en México, de la ópera misma.
Quienes tuvimos el enorme privilegio de conocerlo y tratarlo, disfrutábamos de su conversación pletórica de agudeza y de cultura, salpicada de fina ironía, de una sólida formación artística y estrictamente musical. Otro querido amigo mutuo, René Avilés Fabila, refiere con frecuencia una reveladora y no menos ingeniosa expresión suya manifiesta en sus más que aleccionadoras Notas falsas: “Para no morirme de hambre como compositor, tuve que inventar que era director de orquesta”.
Y así era el maestro Herrera de la Fuente, siempre desparpajado, con excelente sentido del humor, cálido y a la vez perspicaz, sin la menor pompa ni mucho menos solemnidad, entregado de lleno a sus pasiones varias y en él felizmente complementarias, dadivoso y leal a su afectos, y con una no menos sorprendente energía que lo mantuvo por mucho años activo y emprendedor, hasta aquel fatídico accidente en casa que lo dejó sin su compañera de toda la vida Victoria y detonó el origen de su desplome anímico. Pero aun así, ya casi centenario, continuó dando la lucha, incluso teniéndose que mover en silla de ruedas, porque seguía entusiasmándole la vida, y por supuesto el arte y sus demás afectos como fuente de la misma, todavía con planes y proyectos por delante.
Talentoso y promotor del talento ajeno
Vinculado a la música desde niño y egresado de la UNAM donde fue discípulo cercano de Rodolfo Halffter, estudio dirección de orquesta primero con Sergiu Celibidache en Zúrich, después de terminada la Segunda Guerra Mundial, y luego con Hermann Scherchen. Fundador de la Orquesta de Cámara de Radio Universidad, tuvo a su cargo también la Orquesta Sinfónica Nacional por casi dos décadas, así como las de Xalapa, Minería y Oklahoma, y por supuesto la Filarmónica de las Américas de la cual fue uno de sus más entusiastas promotores y con la que diseñó extraordinarias y muy exitosas temporadas. Director huésped de otras más de ciento cincuenta agrupaciones dentro y fuera de México, fue por muchos años nuestra batuta decana, siempre dispuesta a reconocer y promover el talento ajeno, atributo éste más bien ausente en un medio de todos modos más proclive a la megalomanía y el canibalismo, a la vanidad y la envidia.
Premio Nacional de Ciencias y Artes y Medalla de Oro del Club de la Ópera, entre otros merecidos reconocimientos a su dilatada y provechosa actividad profesional, mucho celebramos el justo homenaje que se le brindó con motivo de su cumpleaños número noventa y cinco, cuando estuvo por última vez al frente de una orquesta, en esa ocasión la Filarmónica de la Ciudad de México con la que estrenó tres obras de su autoría.
Tres libros suyos de norme valía son La música no viaja sola, Música y vida y el ya citado Notas falsas, que no sólo contienen grandes enseñanzas para quienes quieran incursionar profesionalmente en la música, en la dirección de orquesta, en la voz de quien conoció y tuvo contacto con grandes personalidades no sólo artísticas del siglo XX, sino además una dilatada y honda lección de vida de parte de quien la abrazó y disfrutó al máximo, con intensidad y sin desperdicios, porque no puede ser de otro modo. Entre su acaso no muy nutrido pero sí interesante catálogo musical, quizá haya que mencionar su efervescente Sonata para piano, o sus eclécticos Dos movimientos para orquesta, o su ya referencial ballet La estrella y la sirena, o su colorido Preludio a Cuauhtémoc.
