Günter Grass (1927-2015)
Humberto Guzmán
La muerte de Günter Grass, el 13 de abril pasado, escritor alemán que llamara la atención internacional en los años sesenta con su novela El tambor de hojalata (1959), me lleva a una reflexión que me viene con frecuencia. Grass ha sido un gran novelista pero también un personaje occidental que, de acuerdo con los estilos de la mitad del siglo XX, se preocupó por observar y criticar (analizar) el mundo político y social que le competía. Sin embargo, no hizo un entreguismo al dogmatismo (fanatismo) de izquierda, siendo identificado con esta tendencia, como lo hizo Jean-Paul Sartre, por ejemplo.
Una vez más es importante recordar sus novelas El tambor de hojalata, El gato y el ratón y Años de perro, que le llaman la “trilogía de Danzig (Gdansk)”, y otras posteriores. Sin olvidar su parte de “pensador”, la que lo hizo escribir Mi siglo, ensayos políticos como Alemania: una unificación insensata y algunas obras dramáticas. En 1990 se opuso a la unificación alemana antes de la desaparición de la República Democrática Alemana. Alguna vez pensé que opinaba demasiado. Hace falta. Pero ¿no dejó de escribir otras novelas por eso?
En 2012, se dio a conocer un poema suyo en donde señalaba a Israel como “un peligro para la paz mundial”, por su fuerte caudal de bombas atómicas. ¿Por qué a Israel se le permite tener la bomba atómica y a las otras naciones no? En realidad deberían dejar de tenerlas todas, solo así menguaría la amenaza de la destrucción de la humanidad en “una sola exhibición”. Hay que recordar que Grass era alemán y que en su país, después de la segunda gran guerra —como en los otros que cubre la sombra de Estados Unidos—, no se critica a Israel, so pena de ser acusado de “antisemitismo”. Como en otros casos parecidos, es un chantaje con el que se desarma cualquier señalamiento en contra. Grass (padre alemán y madre polaca) demostraba independencia y valor intelectual.
Crítico del belicismo y del capitalismo, creó a Oskar Matzerath, que no es un niño sino un enano que se rebela a ser adulto, con su eterno tambor de hojalata. A su modo imparte justicia. En El tambor de hojalata narra su vida e incluye páginas de diario. Se deshace del amante de su madre y a su padrastro lo hace tragarse (ah, bello símbolo) una insignia nazi, se asfixia y muere, cuando el Ejército Rojo toma Danzig, su ciudad.
Grass defendió al político alemán Willy Brandt, la democracia social, y refieren que censuró a los conservadores entre los años 1982-1998. Su muerte le vino encima cuando tenía 87 años de edad. Había nacido en Lübeck, Alemania. Fue uno de los escritores más interesantes de la época y por libros como los suyos me hubiera gustado aprender alemán: recuerdo que en los años sesenta El tambor de hojalata, El gato y el ratón y Años de perro me impresionaron sobremanera. Sufrió una acusación de pornógrafo por la primera. No obstante, Völker Schlöndorff hizo una espléndida adaptación al cine de esta novela.
Cuando publica Pelando la cebolla, libro autobiográfico donde admite que él fue movilizado a los diecisiete años de edad en las SS, en la Segunda Guerra Mundial, tan solo se adelantó a que otro lo lanzara como una anatema. Me extraña que no lo hubieran aprovechado antes. Era un adolescente y fue movilizado como hacen en todas las naciones en guerra con sus jóvenes: sin pedir permiso y sin que los afectados tengan ni la suficiente información ni manera de renunciar a tales “privilegios”. (Independientemente que haya sido otra la circunstancia.)
En México, se han dado las ilegales “levas” de la Revolución, tanto de los federales como de los grupos de revolucionarios. Los jóvenes son “carne de cañón” que dirigen los adultos que defienden intereses casi siempre particulares o de grupo. Y los nacionalismos son el mejor pretexto. Pero Grass ha muerto y había dejado un poco de lado su talento novelístico.
Hablando de nacionalismos: el lunes 1 de junio próximo, a las 19 horas, voy a platicar sobre mi novela La congregación de los muertos o El enigma de Emerenciano Guzmán, en la SOGEM, José Ma. Velasco 59, Col. San José Insurgentes, atrás del Teatro Insurgentes. Entrada libre.