BELLAS ARTES
Benjamín Domínguez, edición de la Universidad de Chiapas
Mario Saavedra
Desde su tan personal como admirable y ya antológica serie de los Arnolfini de la década de los ochenta, caso sui géneris si tomamos en cuenta que la mayor parte de las obras que componen esta amplia suma de espléndidas variaciones fueron concebidas por el artista sin entonces todavía haber tenido contacto con el famoso cuadro de Van Eyck que se encuentra en la National Gallery de Londres, el desarrollo estético del pintor Benjamín Domínguez (Jiménez, Chihuahua, 1942) constituye uno de los ejemplos de evolución y de búsqueda más atractivos dentro del contexto de la plástica mexicana de las más recientes cuatro décadas.
Y si bien la música ha sido un terreno por demás fecundo para estas variaciones sobre un mismo tema, lo cierto es que la historia del arte todo no podría pensarse sin estas constantes de la tradición y la originalidad, como escribió Pedro Salinas al referirse a las usuales y a la vez revolucionarias Coplas a la muerte de mi padre de ese enorme poeta de transición que fue Jorge Manrique. Es más, el itinerario creativo de un artista es, en sentido estricto, tal y como lo ha dejado ver Gaston Bachelard, una suma inagotable de mudas de piel, un cotidiano reacomodo de sus miedos y obsesiones, una perseverante lucha por permanecer en la transformación.
Creador de saltos inusitados, de malabarismos extremos, este reconocido artista de claroscuros y tonalidades, de texturas y ropajes, de un colorido que por su exuberancia mucho contrasta con la enceguecedora luminosidad de su desértico Jiménez —en una de esas milagrosas paradojas más del arte, fuente primigenia de un mágico universo poblado por seres barrocos cuando no exóticos, unos hermosos y otros aterradores—, Benjamín Domínguez ha sido capaz de construir un condesado y fantástico microcosmos que de entrada nos seduce por una aquí del todo significativa simbiosis del mundo inasible de los sueños y el terriblemente codificado de la realidad.
Libro de altura
No hay que olvidar que la escritura es imagen, y que a su vez la imagen constituye otra forma de escritura, lo que este humanista/pintor sabe muy bien y potencia hasta el infinito, porque es innegable que en su obra plurivalente, multifocal, abierta en su compás a las más de las fronteras, la nutrida carga referencial suele apuntar no sólo hacia otros momentos de la historia de la creación plástica, sino también hacia otros ejemplos de las artes visuales, de la literatura, de la música y de la cultura en general. Hombre culto y creador inquieto, Benjamín Domínguez es uno de esos artistas capaces de reinventarse todos los días, de replantearse temas y situaciones, de reconstruir atmósferas y personajes, o de plano de virar sus sentidos hacia otras preocupaciones que siempre terminan por conectarlo con lo que le obsesiona y lo define. Uno de los artistas más sorprendentes de su generación, la obra plástica de Benjamín Domínguez se decanta hoy en la madurez de un recorrido creativo cuya elaborada poética ha llevado hasta sus últimas consecuencias el culto al cuerpo, con todo lo que ello implica: numen del placer, destino de dolor, objeto del deseo.
Si bien ya se habían esbozado antes otros animosos proyectos bibliográficos para consignar la obra de este maravilloso artista plástico chihuahuense, tanto dentro como fuera de su estado natal, lo cierto es que hasta ahora cuenta con un libro a la altura de su creación. Y lleva por nombre sólo Benjamín Domínguez, con una espléndida reproducción en portada de una obra más que representativa del artista: “El arreglo” (óleo sobre tela, de pequeño a mediano formato, del 2009), que reúne sus clásicos rostros sensuales, sus coloridas telas estampadas y sus simbólicos antifaces. Y como en el arte nada pareciera ser inexplicable, ha tenido su primer impulso generador en el también exuberante estado de Chiapas, en la pasada administración de la Universidad Autónoma de Chiapas en su sesenta aniversario, de la mano del maestro Jaime Valls Esponda que sabemos es un devoto admirador de su talento pródigo, aunque la Universidad Autónoma de Chihuahua de igual modo haya sido convocada a participar en este más que justo reconocimiento a uno de los artistas plásticos mexicanos más interesantes de las más recientes cuatro décadas.
El libro de arte está hecho con toda la mano, con muy buen gusto y sumo cuidado, con la intención suprema de que luzca y se pueda contemplar con gozo una buena y más que representativa selección de impecables reproducciones de un artista cuya obra se caracteriza por su colorido envolvente, por sus sugestivos contrastes, por su perfecta técnica al resaltar los más minuciosos detalles, por la poética y simbólica narrativa que enmarca las escenas de sus cuadros, en definitiva, por un universo plástico que ya le es sólo afín a su creador. Conociendo al artista, qué duda cabe que debió haber tenido una participación protagónica en la curaduría, en la propia composición estética del libro —él mismo, un extraordinario fotógrafo, proporcionó su archivo personal—, dividido éste en etapas evolutivas que dan clara constancia del itinerario de un artista plástico que se le reconoce mucho por su oficio decantado y por su impecable técnica, por su inagotable imaginación, por su incansable capacidad de búsqueda regenerativa: monjas floridas, de la mencionada serie de los Arnolfini, ropajes y antifaces, animales y artefactos mágicos, tatuados sangrantes, personajes levitando, alquimistas y prestigidadores, pueblan este oasis de la creación desenfrenada.
Plenitud de facultades
Este hermoso libro, que hace honor a la naturaleza de la obra aquí expuesta, sintetiza muy bien el que ha sido el recorrido estético de un pintor profundamente conectado y comprometido con las más sensibles crisis de su tiempo, de nuestro tiempo, como bien lo dejan ver los distintos y a la vez complementarios textos incluidos de Carlos Montemayor, Alfonso de Nauvillate y Luis Carlos Emerich. Constata el sólido tránsito estético de un poderoso pintor que nos permite vislumbrar una vez más que el arte de verdad debe implicar siempre una búsqueda incansable de nuevos caminos y posibilidades, incluida una última etapa mucho más crítica y reflexiva vinculada a esos censurados y por lo mismo clandestinos recovecos de transgresión sensual y erótica, a los llamados “intersticios oscuros del placer y del dolor”: dolientes, flagelados, sangrantes, moribundos, cuando no personajes entregados a la práctica silente pero exhibicionista de vedados espacios de la concupiscencia.
De frente a un mundo plagado de toda clase de contradicciones, a una realidad que por muchas de sus manifestaciones nos indigna por sus grados de violencia y de perversión sin control, el recorrido estético del prestigiado pintor Benjamín Domínguez, como bien lo sintetiza y nos lo expone este extraordinario libro sobre un gran artista plástico en plenitud de facultades, nos corrobora que el arte en su estado más puro sólo puede hacernos volver la mirada a cuanto de sublime y de grotesco se puede agolpar en un mismo ser, en eso que los románticos llamaron el aliento de la vida humana.

