Desigualdad escandalosa

Magdalena Galindo

La Organización Oxfam acaba de publicar un informe sobre la desigualdad en México que contiene datos escandalosos. Ahí se advierte que “El número de multimillonarios en México no ha crecido mucho en los últimos años. Al día de hoy son sólo 16. Lo que sí ha aumentado y de qué forma es la importancia y la magnitud de sus riquezas. En 1996 equivalían a $25,600 millones de dólares; hoy esa cifra es de $142, 900 millones de dólares”.

“Ésta es una realidad: en 2002, la riqueza de 4 mexicanos representaba el 2% del PIB; entre 2003 y 2014 ese porcentaje subió al 9%.”

Y más adelante nos dice quiénes son los cuatro mexicanos: “Las implicaciones de lo anterior no son sólo de índole social. Carlos Slim en la telefonía, Germán Larrea y Alberto Bailleres en la industria minera y Ricardo Salinas Pliego en TV Azteca, Iusacell y Banco Azteca. Los cuatro han hecho sus fortunas a partir de sectores privados, concesionados y/o regulados por el sector público. Estas élites han capturado al Estado mexicano, sea por falta de regulación o por un exceso de privilegios fiscales”.

Se trata, pues, de sólo cuatro multimillonarios cuya riqueza es equivalente al 9 por ciento de todo lo que producen todos los mexicanos en un año. Es, en efecto, una desigualdad extrema, como califica Oxfam la realidad de nuestro país, ya que junto a esa riqueza casi la mitad de la población mexicana, según estimaciones conservadoras, o sea 53.3 millones de mexicanos viven en la pobreza.

Y esa dramática realidad no es asunto que caiga del cielo, ni efecto de una catástrofe natural, ni destino decidido por los hados. Esa terrible desigualdad ha sido propiciada de manera consciente por la política económica aplicada en el país, pues como destaca Gerardo Esquivel, autor del informe de Oxfam, tanto las concesiones, como la política fiscal y, en general, la política económica han favorecido a los grandes empresarios del país, y yo añadiría a los del extranjero, mientras ha procurado una transferencia de ingreso de los trabajadores hacia los patrones.

Y es que la política económica en general, no sólo en este caso, no es un ejercicio intelectual de los funcionarios en turno, sino el resultado de la correlación de fuerzas sociales. De modo que favorece a la clase dominante y, en particular, a su fracción hegemónica. En el caso de México, es indudable que a partir de la adopción del neoliberalismo se hizo evidente que la fracción más favorecida ha sido lo que se conoce como fracción financiera o sea los grupos empresariales (siempre con un gran propietario a la cabeza) que representan el gran capital y se ubican tanto en las ramas industriales, como comerciales y propiamente financieras. Y esa protección hacia los grupos financieros nacionales y sobre todo extranjeros tiene que sustentarse, necesariamente, en el empobrecimiento de la gran masa de la población.

Y hay que señalar que desde los años ochenta del siglo pasado, el gran capital financiero internacional ha conquistado la hegemonía no sólo en México, sino en el mundo, y esa hegemonía significa que la política económica, bajo el signo del neoliberalismo, se dedique a despojar a los pobres a fin de resguardar las ganancias de los ricos. Para comprobarlo, basta ver el caso de Grecia, donde la exigencia de la Europa Unida es que los trabajadores griegos vean reducidos sus ingresos, sus pensiones y demás, a fin de que el gobierno pueda pagar a sus acreedores, es decir, al Fondo Monetario Internacional y a los bancos alemanes, franceses y demás.

Una deuda que, por supuesto, incluye los intereses que esos bancos estipularon, o dicho en otras palabras, las ganancias de los accionistas de los bancos. Porque eso sí, los salarios pueden recortarse, pero las ganancias son sagradas para el neoliberalismo. Fruto de ese tipo de política es la escandalosa desigualdad que existe en México, en donde cuatro personas tienen una riqueza equivalente al 9 por ciento del PIB.