Porfirio Díaz

 

Guillermo García Oropeza

Este país es increíble. En pleno proceso de naufragio se preocupa por cuestiones tan absurdas como el retorno de los restos de Porfirio Díaz y la corrida de un tal Piojo. Como nada sé de futbol, me concentro en el asunto de don Porfirio el que encuentro dirían los italianos molto divertente o para decirlo en precioso mexicano, un divertidísimo desmadre.

Antes que nada debo decir que no soy antiporfirista y que algunas cosas del viejo las encuentro admirables e ingeniosas, pero mis sentimientos no importan y prefiero recurrir a la congruencia y a dos libros que me servirían de autoridad y que recomiendo a usted querido lector.

Lo de la congruencia es muy simple; se supone, subrayo, se supone que México está gobernado por un presidente que pertenece al Partido Revolucionario Institucional, por lo que encuentro absolutamente incongruente que ese gobierno trajera los restos de un político expulsado por la Revolución. Otra cosa sería si gobernara ese partido de corrupta derecha que es el PAN que acogería con gusto los restos de Porfirio. Así que por simple y elemental congruencia, don Porfirio tendría que quedarse en su digna tumba parisina.

Porfirio como Juárez, como Santa Anna, como Iturbide, fue un personaje contradictorio que vivió en un México convulso y que logró traer la paz y el orden al país aunque pagando un precio que hoy nos parece muy alto. Porfirio es contradictorio: un liberal que se alía con la siempre reaccionaria Iglesia católica; un hombre extraído de un mundo muy indígena que se siente un gran estadista europeo. Mi abuela lo hubiera llamado “un indio polveado”, que casa con una señora de las más comme il faut porque Porfirio se vuelve un afrancesado.

Díaz es un dictador, pero ni el peor ni el mejor de todos; pienso en el argentino Rosas, en el demencial boliviano Melgarejo, en los terribles Pinochet, Batista, Somoza y los milicos argentinos o paraguayos. Frente a ellos, Díaz es casi un caballero. Casi.

Pero me referí a dos libros que me resuelven el problema de Díaz; uno es la biografía de Charleton Beals, verdadero modelo de equilibrio y su contraveneno un libro publicado hace años por El Colegio de México, Estadísticas sociales del Porfiriato. Ahí encontrara usted lo bueno y lo malo y verá que Porfirio finalmente debe ser condenado a seguir en su modesta tumba de Montparnasse.

Y es que toda la obra porfirista, magnífica desde el punto de vista urbano y arquitectónico, todos sus intentos por llevar al país al “concierto de las naciones civilizadas”, todo el progreso de una clase privilegiada se hunde frente a la política obrera, la represión, la persecución de indígenas, el analfabetismo, la insalubridad, la pobreza generalizada. Héroe de criollos y mestizos listos es, paradójicamente el tirano de ese mundo indio de donde salió.

El México de Díaz oscila en la mente entre dos imágenes: una seria la del “México bárbaro” de sus críticos y las memorias de sus seguidores; para mi generación, encarnados en el cine de nostalgia porfirista donde veíamos a Soler y Pardavé despidiendo en Veracruz al “México de mis recuerdos”.