En las novelas Paz y Estambul, ciudad y recuerdos

 

A la memoria de Marco Aurelio Carballo.

 

 

Mario Saavedra

Premio Nobel de Literatura en el 2006, el turco Orhan Pamuk (Estambul, 1952) es autor, entre otros libros memorables (Me llamo Rojo, El castillo blanco, El museo de la inocencia, Nieve, entre otras narraciones de lúcida creatividad), de un seductor compendio autobiográfico conformado por verdaderas postales de su por demás deslumbrante ciudad natal Estambul, que antes había sido Bizancio y Constantinopla. En Estambul, ciudad y recuerdos, Pamuk se desnuda de cuerpo entero, y lo hace cobijado por un espacio que es torrente de historia, cruce de caminos, tropel de contrastes étnicos y culturales, numen de espiritualidad y de pasión.

Como el París de Víctor Hugo, o el Londres de Dickens, o el San Petersburgo de Dostoievski, o la Praga de Kafka, o el Dublín de Joyce, Pamuk nos revela una simbiosis más que entrañable y definitiva con la ciudad donde creció y se formó, imbuido por ese rasgo de tenso sincretismo que identifica a Turquía desde la caída del Imperio otomano, a decir, entre Oriente y Occidente, entra tradición y modernidad, entre un espíritu religioso que embelesa y un racionalismo crítico que complejiza.

Prosa-poética que seduce

Considerado el escritor turco por antonomasia de la actualidad, el de mayor proyección internacional, Pamuk es también un devoto promotor de la cultura de su país, de la magnificencia que envuelve una ciudad como Estambul, y en esa difusión de los mejores atributos de una cultura ya milenaria, de una metrópoli muchas veces imperial, el nombre de su maestro indirecto Ahmet Hamdi Tanpinar (Estambul, 1901-1960) aparece como uno de los narradores turcos por excelencia del siglo XX. Si bien no lo conoció, pues murió cuando tenía escasos ocho años, lo considera como uno de los escritores que más influyó en su formación artística y literaria, propiamente novelística, al ser autor de “…la mayor novela sobre Estambul jamás escrita: Paz”. La verdad es que no se cansa de reivindicar sus enormes atributos estilísticos y narrativos, a través de una prosa-poética que seduce y envuelve, nos conmueve y nos agita; nos lleva de la mano, bajo el estertor opresivo de una atmósfera que anuncia el estallido de la Segunda Guerra Mundial, por jardines y plazas, templos y mezquitas, palacios y caseríos, descubriéndonos la grandiosa personalidad de una diosa-ciudad que en su vasto y colosal Bósforo —con todo y sus gigantescos puentes, con el Gálata en la cima— tiene su vertiente sanguíneo que la divide sobre la superficie de dos continentes que se la disputan.

Cargada de lirismo y con un conocimiento puntual de esa urbe sin par que es Estambul (también es autor de la no menos rigurosa novela El instituto para la sincronización de los relojes), y como verdadero especialista, de la enorme tradición musical de una cultura que deslumbró el talento de ese gran humanista y prolegómeno de la Ilustración que fue el moldavo Dimitri Cantemir, Paz es una de esas novelas que se convierten en algo así como el espíritu de las ciudades que retratan. El transitar festivo y a la vez agónico de sus protagonistas se mezcla aquí con la belleza y el encanto inmortales de Estambul, convirtiéndose en mucho más que trasfondo o escenario, cuando no en ente protagónico que subyace y domina sobre su esfinge esplendorosa, conforme palpita, sufre, siente y llora con el deambular agitado de sus habitantes. Tanpinar es un maestro que domina una amplia paleta de herramientas técnicas, un lenguaje de deslumbrantes evocaciones sinestésicas, y tanto el escritor como su obra se ubican en un período crucial de la historia moderna de Turquía, tras la conformación de la república fundada por el visionario Atatürk, apenas pocos años después de concluida la Primera Guerra Mundial. Su influencia se extendió hasta su muerte, acaecida en 1960.

Quizá haya que regresar a ese signo distintivo de la literatura turca moderna que es la tensión sincrética, que tanto en Tanpinar como en su ilustre discípulo Pamuk los ha impulsado a construir su literatura alrededor de las tensiones que caracterizan el cambio de una época a otra, de las embriagadoras descripciones de la vida bajo el Imperio otomano hacia el nacimiento de la República turca, que trajo consigo la mencionada tirantez entre Oriente y Occidente, entre tradición y modernidad. Paz es un ejemplo más que fidedigno de ello, en su particular caso influido además Tanpinar, y sin ser su obra una novela propiamente río, por esas grandes catedrales de la narrativa europea como Los miserables de Víctor Hugo, La guerra y la paz de Tolstoi, En busca del tiempo perdido de Proust, Los Buddenbrook de Mann, Los Thibault de Martin du Gard, El hombre sin atributos de Musil.

Importadores de una práctica novelística

Lectores hambrientos también los dos de la honda tradición narrativa decimonónica de Occidente, con sus notables antecedentes dieciochescos tanto franceses como ingreses, hasta llegar a ese maravilloso semillero que El Quijote de Cervantes, Tanpinar y Pamuk representan dos extraordinarios importadores de una práctica novelística que en el talento de ambos encontró siembra y cosecha sumamente provechosas, sin olvidarse ni siquiera distanciarse mucho tampoco de esa otra herencia que en la literatura de Oriente, particularmente persa, tiene reminiscencias y efluvios portentosos, germen de una literatura pródiga en exquisita musicalidad, en desbordada imaginación, en fina plasticidad, en embriagador misterio, en una carga erótica y sensual abierta a otros influjos más milenarios, torrente todo éste que a la larga generaría, en sentido inverso, una influencia no menos valiosa y elocuente en artistas y escritores occidentales.