La Fed

Magdalena Galindo

Desde hace algunos meses, los mercados financieros del mundo se han mostrado sumamente nerviosos, debido a que se había anunciado la posibilidad de que la Reserva Federal, es decir la institución que actúa como banca central de Estados Unidos, decidiera aumentar la tasa de interés. De concretarse esa expectativa, lo previsible era que los capitales fluyeran, como quien dice en masa, hacia Estados Unidos, en busca de una tasa de interés positiva, con la ventaja adicional de que los valores estuvieran invertidos en una moneda fuerte.

El aumento de la tasa de interés, en tanto encarece los créditos para las empresas que invierten en la producción, es una medida de las llamadas restrictivas, esto es, que tienden a inhibir las inversiones y, por lo tanto, disminuir el crecimiento de la actividad económica. Por eso es que, ante la crisis de la economía estadounidense, la Fed llevó la tasa de interés prácticamente a cero, aplicando así una política expansiva que buscaba estimular las inversiones a través de un crédito barato. El hecho de que en este año los datos de la economía de Estados Unidos mostraban una recuperación, los analistas y sobre todo los inversionistas esperaban que la Fed aumentara la tasa de interés, pues ya no necesitaba colocarla en cero para impulsar la economía.

Esa sola posibilidad surtió algunos de los efectos de que hubiera operado en la realidad, pues en el mundo en su conjunto aumentó la demanda de dólares a fin de tenerlos listos en el mercado norteamericano. Esa demanda provocó varias devaluaciones en los países subdesarrollados, ahora llamados mercados emergentes. La contraparte de esas devaluaciones, por supuesto, es el fortalecimiento del dólar, y este mayor valor del dólar actúa nuevamente como un factor de atracción de los capitales hacia el mercado estadounidense.

Estos movimientos son una de las causas de la notoria devaluación del peso mexicano. Aunque desde luego, el efecto no sería tan drástico, si no se hubiera seguido, desde hace décadas, la política de buscar sostener la economía mexicana en la inversión extranjera, sin medir las consecuencias de esa línea, que entre otras cosas significa una descapitalización del país, en cuanto el capital invertido, termina por repatriarse, incrementado, a su país de origen, y también determina una profundización de la dependencia y un aumento de la vulnerabilidad de nuestra economía a los vaivenes de los mercados financieros.

La semana pasada, la Fed (el apodo con que se conoce a la Reserva Federal) no sólo decidió no aumentar la tasa de interés, sino que declaró que no están considerando aumentarla en fecha próxima. Esta noticia generó cierta tranquilidad en los mercados financieros. No obstante, resulta muy poco probable que las monedas devaluadas, recuperen todo el valor perdido. Tampoco se recuperarán las reservas quemadas en las subastas diarias de 200 y 400 millones de dólares, aplicadas por el Banco de México, para intentar sostener el valor del peso.

El problema de fondo es la dependencia de nuestra economía respecto de Estados Unidos y el enorme peso que ya tiene la inversión extranjera en México.