El horror absoluto
Guillermo García Oropeza
(II y última)
La bomba atómica, cuya presencia en Hiroshima y Nagasaki está siendo recordada y ha generado un renovado horror, fue, aparte de tantas cosas, un confirmar nuestra decepción con la ciencia, el final de un largo romance que Occidente tuvo con el pensamiento científico desde, qué sé yo, el Renacimiento.
La Edad Media había sido teológica, olvidando las inquietudes científicas de los griegos, esos precursores de todo, pero con el Renacimiento, con figuras como Copérnico o Galileo o el mismo Da Vinci, se inicia en los países menos ahogados por la Inquisición un movimiento científico cada vez más brillante. Matemáticos, astrónomos, físicos, químicos o estudiosos de las ciencias naturales y de la tierra van formando una nómina impresionante en Alemania, Inglaterra, Francia, Holanda y aun en países como Rusia o Italia.
La ciencia es internacional, una especie de religión sin dios pero profundamente optimista respecto al progreso ilimitado. La teoría científica se va aplicando en muchos casos en inventos impresionantes o en demostraciones casi mágicas.
Nada, ni la sociedad ni las tribus primitivas escapan a la curiosidad científica. En términos políticos el antiguo orden monárquico es desplazado por un nuevo lema: orden y progreso.
Pero ciertos hechos —como la invención de la dinamita por el sueco Alfred Nobel— ponen a pensar que no todo progreso es tan bueno, y la participación de la ciencia en el progreso militar con horrores tales como los gases que marcan la Primera Guerra Mundial confirma la existencia del lado siniestro del pensamiento científico. Todo esto culminará con los hongos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Quizás hubiera que añadir el nombre de un alemán, Von Braun, quien inventa los cohetes que transportarán las bombas atómicas a lejanos destinos.
La ciencia para matar llega a una capacidad apocalíptica. El mundo puede destruirse varias veces y se sigue investigando. Cierto que no ha comenzado todavía la tercera y definitiva guerra por el dominio total del planeta o su destrucción, pero en guerras “limitadas” como la de Irak se emplean municiones que contienen material radiactivo. Ciertos medios europeos están denunciando el empleo de esta alta tecnología criminal.
El club atómico compuesto por Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia países supuestamente “confiables”, así como por India y Pakistán que hasta ahora sólo se muerden entre sí, incluye también a Israel situado en el explosivo Oriente Medio y una Corea del Norte que tiene mucho que sentir del imperialismo de un Japón que, abandonando su vocación de pacifismo, quiere reconvertirse en potencia militar.
La ciencia no resultó ser el bien absoluto y la historia nos enseña que lo peor por más absurdo que sea puede estallar en cualquier momento.
El mundo está en manos de una insaciable elite económica, movida por políticos que manipulan los medios y por militares que nunca piensan porque simplemente obedecen.