Cada siglo produce sus héroes y villanos; la historia está marcada por la influencia de mujeres y hombres que, por sus acciones o pensamiento, se han erigido en verdaderos íconos del género humano. Tan solo a manera de ejemplo, cuando se alude a la antigüedad clásica de inmediato saltan los nombres de guerreros como Julio César y Alejandro o de filósofos de la talla de Platón y Aristóteles, entre tantos más. Ni que decir de tiempos más recientes, del aún cercano Siglo XX, que lo mismo conoció la genialidad de Einstein que el pacifismo de Ghandi, la humanidad de Teresa de Calcuta o la perversidad de los líderes nazis.
Hoy, apenas entrados en la nueva centuria, la historia no es diferente y los pueblos han comenzado a identificar liderazgos trascendentes, que no se agotan en los tiempos efímeros de gobiernos ni en coyunturas particulares. Tal es el caso sobresaliente de la niña paquistaní Malala Yousafzai, Premio Nobel de la Paz 2014, quien fue víctima de una atentado por su notable activismo a favor de los derechos civiles y, en particular, de las mujeres a la educación en el Valle del Río Zwat, donde el régimen talibán prohíbe la asistencia de las niñas a la escuela. A su corta edad Malala brinda, posiblemente, el mejor ejemplo de un liderazgo que se origina en la lucha por las causas pendientes de la justicia, en un sentido amplio.
Junto a esta joven líder está también el Papa Francisco, connotado dirigente religioso que en poco más de treinta meses de pontificado ha volteado al mundo eclesiástico y laico de cabeza por su novedosa interpretación del dogma y la liturgia católicas y, en especial, por el creativo enfoque que ha dado a temas que son fundamentales para que todos los pueblos de la esfera alcancen la paz y el desarrollo. Francisco parece ser la gran novedad de esta segunda década del siglo; sin pretender competir con su predecesor Juan Pablo II, quien dio varias vueltas al globo, el heredero del apóstol Pedro ha realizado numerosos viajes internacionales con el fin de transmitir un mensaje moderno y más cercano a las necesidades espirituales de las nuevas generaciones. Como primer Papa jesuita de la historia, su reinado es dialogante y no se finca en absolutos. El lenguaje llano y sencillo que lo caracteriza cala hondo y lo ha convertido en líder de talla universal. El mejor ejemplo de su capacidad de persuasión es, quizá, el Presidente de Cuba, Raúl Castro, quien luego de su primer encuentro en el Vaticano con Bergoglio el pasado mes de mayo, aseguró que “si el Papa sigue hablando así” teminará rezando de nuevo y volverá al seno de la Iglesia católica. En boca de uno de los últimos dirigentes marxistas-leninistas, tal postura acredita a Francisco como una especie de sanador de enconos ideológicos y constructor natural de la paz.
En este contexto y si hablamos de liderazgos ¿cuál es o cuales son entonces los objetivos que persigue Francisco como Vicario de Cristo-Dios y de Cristo-Hombre? Más allá de confesiones dogmáticas, ¿no es acaso Jesús uno de los hombres más extraordinarios de la historia de la humanidad? Siendo así, ¿cuál es la misión que se ha trazado el Papa argentino? Mil respuestas surgen ante este cuestionamiento, pero por obvia destaca la de recuperar fieles en todo el planeta y afirmar a la Iglesia católica como la más relevante del mundo de la posguerra fría. Visto en términos políticos, Francisco estaría realizando una de las campañas proselitistas más exitosas de todos los tiempos a partir de una oferta sencilla y atractiva, fácilmente comprable, que se sintetiza en la reivindicación de que todas las personas, independientemente de su nacionalidad, origen étnico, color, religión, género o preferencia sexual, comparten los mismos derechos humanos. Especulando un poco, el único factor que en opinión de Francisco podría limitar algunos de esos derechos, es la obligación que todos tenemos de preservar el planeta como casa común, tal y como señala en su encíclica Laudato Si.
Francisco es un religioso que ha hecho de la justicia social y la misericordia banderas centrales de su pontificado. En su exhortación apostólica Evangelii Gaudium propone una Iglesia comprometida con los que menos tienen y subraya la importancia de una nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana, en la vertiente de la denominada “teología del pueblo”, que si bien se nutre de algunos postulados de la teología de la liberación, se aleja de esta en el tema de la lucha de clases para abrazar la “opción preferencial por los pobres.”
Francisco asusta a muchos y maravilla a otros. Sus posturas liberales en Naciones Unidas; sus innovadores viajes pastorales y visitas de Estado, que entre varios aspectos le han permitido tender puentes de entendimiento entre antiguos enemigos acérrimos, como es el caso de Cuba y Estados Unidos, dejan ver a un líder trascendente, que no se empequeñece ante las veleidades del poder y sí, en cambio, se crece en autoridad e influencia porque cada día tiene más seguidores. La gente no se le acerca necesariamente en su condición de líder religioso, pero sí como a un hombre que está trabajando decididamente por darle sentido a la vida de sociedades insatisfechas y rencorosas; de pueblos atemorizados por la violencia, y de millones de seres humanos que a diario comienzan su día en condiciones de injusticia y sin poder probar alimento.
Todo indica que Francisco viajará a México en los primeros meses de 2016. Llegará a la tierra de Guadalupe y se encontrará con un “pueblo elegido”, según nos definió a los mexicanos en el ya lejano siglo XVI el primer obispo, Fray Juan de Zumárraga. Habrá que estar atentos.