Pontífice carismático

Guillermo Ordorica R.

El papa Francisco tiene al mundo atónito por su carisma y capacidad para abordar los temas más complejos con gran sencillez y sin demérito de su autoridad como heredero del trono de San Pedro. Su recién concluido viaje a Cuba y Estados Unidos llamó la atención de la comunidad internacional acerca del relevante papel que cumple la sede pontificia en los temas globales y confirmó que, aunque “su reino no sea de este mundo”, el Vaticano tiene política exterior y cuenta con las herramientas y agentes necesarios para articularla y dotarla de contenidos concretos.

El viaje confirmó, igualmente, que la intrincada red de contactos que en su tiempo tejió Juan Pablo II en todos los rincones del orbe, está dando frutos y ha consolidado al Papa como uno de los actores más influyentes y respetados de la política mundial contemporánea.

Visto en retrospectiva, este periplo cumplió con los objetivos de acercar posiciones entre La Habana y Washington; favorecer un clima de reconciliación propicio para la transición en Cuba; posicionar temas sociales en la agenda político-electoral de Estados Unidos; y formular un llamado en Naciones Unidas sobre la necesidad de avanzar en el desarrollo sustentable con respeto al medio ambiente, en un entorno de paz y justicia social, por cierto congruente con el espíritu de la Agenda de Desarrollo 2030.

Las posturas del Papa fueron espejo de los planteamientos que ha formulado en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (Sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual) y su Encíclica Laudato Si (Sobre el cuidado de la casa común), donde desarrolla estos conceptos en sintonía con las enseñanzas de la doctrina social de la Iglesia y del ya lejano Concilio Vaticano II.

Las tesis de Bergoglio, que para tantos observadores podrían parecer “comunistas” y preocupar por su marcado liberalismo en temas religiosos, únicamente confirman que el añejo reclamo por el desarrollo sigue vigente y que es necesario ubicarlo en el centro de la mesa de quienes toman decisiones. Sus tesis también habrían puesto un signo de interrogación a quienes se oponen a buscar una relación virtuosa entre Estado, mercado y sociedad, porque estiman que la economía capitalista a ultranza es el único camino posible para solventar rezagos y acabar con la pobreza endémica en la que viven millones de personas en todo el planeta.

El discurso de Francisco encierra la interesante paradoja de que, con llamados a la distensión y el pacifismo que habrían sido igualmente útiles en los tiempos del conflicto Este-Oeste, abordó con efectividad los temas de la posguerra fría y, sin enmarcarlos en criterios ideológicos, los posicionó como agenda prioritaria pendiente de la comunidad mundial. Sus planteamientos fueron generales y por ello valiosos.

Mal habría hecho el Papa en opinar sobre las metodologías que usa la burocracia multilateral para medir la pobreza o diseñar políticas públicas que permitan avanzar a los pueblos más desfavorecidos: esa no es su vocación. El pontífice, de forma llana y directa, lo mismo en La Habana que en Holguín, Washington, Nueva York o Filadelfia, puso el acento en la necesidad de construir el futuro sobre bases de justicia, tolerancia y respeto entre pueblos, religiones y gobiernos; de reconciliar a quienes han estado enfrentados como resultado de pugnas ideológicas; y de pavimentar sendas de entendimiento político sustentadas en la corresponsabilidad y en una nueva moral internacional comprometida con el medio ambiente.

El discurso del Papa fue notablemente inclusivo y progresista, por lo que es de esperar que tenga ecos virtuosos para el arreglo global que postulan los Objetivos de Desarrollo Sustentable de las Naciones Unidas.

El viaje apostólico fue especialmente original, ya que combinó lo político con lo pastoral y, de paso, con la agenda internacional de la Iglesia. En Cuba sorprendió a propios y extraños al visitar a Fidel Castro en su residencia para conversar menos sobre la política y más, mucho más, de las inquietudes de un anciano que, en sus tiempos de gloria, fue icono latinoamericano y mundial del antiimperialismo.

La sola presencia de Francisco en territorio isleño ofreció una señal clara de que los tiempos han cambiado y de que las reformas aperturistas emprendidas por el gobierno de Raúl Castro deben ser acompañadas por la comunidad internacional, en particular por Estados Unidos, país que ha mantenido un bloqueo económico sobre Cuba que, es de esperar, se levante en breve simple y sencillamente porque nunca tuvo razón de ser. Ojalá y así sea.

Por otro lado, el discurso de Jorge Bergoglio en el Congreso estadounidense marcó un hito al ser el primero que un pontífice de Roma dirigió a una sesión conjunta de ese foro legislativo, y también porque al hacerlo dejó ver a sus integrantes las expectativas que tiene el mundo de un liderazgo responsable por parte de Estados Unidos, que permita acabar con la pobreza y construir una paz genuina y adecuada para la globalización.

En Capitol Hill y un día después en la Asamblea General de la ONU, aludiría a temas relacionados con libertad religiosa, derecho a la vida, derechos sociales como la vivienda, pobreza, migración, combate a la exclusión y la cultura del desperdicio, limitación del poder, desarme, protección del medio ambiente y justicia económica nacional e internacional.

Una reflexión especialmente valiosa de Francisco ocurrió en su discurso en Naciones Unidas, cuando indicó que la economía y la política, para ser efectivas, deben conducirse con prudencia. Esta es, quizá, la más relevante aportación del Papa en su recién concluido viaje: en beneficio de la dignidad humana y de un entorno global constructivo y previsible en la paz y el desarrollo, la prudencia es un recurso precioso para deshacer nudos y estimular el encuentro entre pueblos y gobiernos en todos los rincones de la esfera.

 

Internacionalista.